7 Sellos

19 | David

 

El cansancio contra el hambre, al fin el segundo venció; y Slick salió de la cama. A pesar de todo fue la primera en despertar, esa noche no había dormido casi nada con la mente perdida en sus discusiones internas. Casi no tenía tiempo para estar con David y hablar con él. El poco tiempo que disponía lo provechaba para descara, los días no solo eran monótonos sino que también se hacía pesados. A medida que cruzaba la puerta d su habitación; sus pensamientos se disipaban en sus opciones para desayunar. Una vez ante la nevera sacó la leche y un par de tostadas, no quería entretenerse mucho. Quería aprovechar para despertar al niño y halar con él antes de que los demás abriesen el ojo y asomasen la oreja. Tomó el desayuno un poco más rápido de lo habitual y salió hacía el sofá donde él descansaba, pues en aquel lugar solo había tres habitaciones; y mucha gente. Ellas estaban en los cuartos, y él dormía en el sofá. Mas para sorpresa de la zorro peliblanca, David no se encontraba allí, y tampoco lo encontró en el lugar. Para cuando terminó de registrar el “hogar”, el despertador estaba a punto de sonar despertar a las demás. Había perdido otra oportunidad. Solo tenía una pregunta para si misa, ¿Dónde se había metido? No era la primera vez que el erizo no estaba donde debía estar, pero esta vez había escogido el momento idóneo para repetirlo.

Los minutos seguían pasando y David no aparecía, las otras chicas ya estaban en pie, así que mientras ellas desayunaban, Slick decidió salir a dar una vuelta por los caminos del recinto. Al abrir la puerta, un olor conocido la alertó, el fuego y sus cenizas danzaban por la brisa caliente, así como extraños sonidos, golpes y jadeos junto a un murmuro. La zorro peliblanca cogió sus armas y decidió salir; junto a sus compañeras que quisieron ver también que ocurría.

Siguieron el sonido y el olor, avistando no muy lejos de allí al niño, pero no de un modo normal, sus manos ardían en llamas rojas carmesí como la sangre misma, las plumas negras de sus alas desplegadas estaban bañadas en el mismo fuego, y detrás de sus orejas pudieron ver al acercarse poco a poco dos cuernos emergiendo de su cabeza. Mas no estaba solo, frente al erizo; atado en un árbol había alguien que no pudieron reconocer, pues David lo tapaba. Decidieron seguir acercándose con cautela, nada parecía estar bien en ese momento.

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Un fuere golpe rasgó el rostro del demonio abriendo en su cara cuatro canales sanguinolentos prendido en fuego, un fuego que él había provocado algunos meses antes...

 

– Seis meses antes–

 

Un simple trozo de carne sangrante, jadeante, cansado y malherido. Un desgraciado sin remedio. Condenado al sufrimiento, torturado, humillado, despojado de su dignidad; y piedad, nadie podía salvarlo de su encierro. Cada puñetazo o patada era solo la caricia más dulce que podía recibir. Y de nuevo, debía volver hasta aquella cosa cuyo nombre ni siquiera valía la pena pronunciar. Ese erizo mocoso en el que debía perder u tiempo, mas era lo que debía hacer por ordenes explicitas. Con el fuego de las antorchas, sus afiladas garras, el puñal y su preciada barra de acero astillado, volvió hasta la celda del niño...

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Un fuerte golpe en la boca de su estomago lo devolvió a la realidad haciendo que la sangre corriese de su boca al suelo, y encima de quien lo tenía atado al toser jadeante. Otro puñetazo cruzó su cara sin piedad golpeándose con el árbol y cortando los tosidos en seco. No conforme; otro puñetazo en la frente estrompó su cabeza contra el tronco marcándolo, y otro, y otro, y otro más que hizo crujir la corteza al resquebrajarse y hundir en ella el cráneo d demonio. Lentamente clavó las garras en el lacrimal de ambos ojos de lagarto que tenía aquel maldito despojo del Inframundo, entrando en ellos y destrozándolos a medida que se abría paso en el interior de sus cuencas. Gritando con el más puro de los dolores a la sangre que lloraban sus corneas abiertas.

 

–Escuchame bien... Llevale este mensaje a mi padre... “Tu hijo ha regresado; y trae consigo la destrucción del INFIERNO”. –gritó el niño prendiendo sus manos de nuevo en llamas, haciendo arder desde el interior la cabeza del demonio capturado. El fuego salía por su nariz, orejas y boca al gritar y chillar, muriendo incinerado desde dentro en fuertes gritos y espasmos.

 

El niño deslizó a sus manos el collar morado poniéndoselo de nuevo para hacer desaparecer sus alas y cuernos en un bostezo de sueño y cansancio.

Una vez llegaron a refugio, el pequeño erizo fue directo al sofá para dejarse caer en el. Zoe se sentó a su lado y las chicas buscaron asiento en los sillones y el otro sofá.

 

–David, ¿Quién era? –preguntó la zorro peliazul posando su mano en la cabeza del erizo.



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En el texto hay: adolescentes, demonios, apocalipsis

Editado: 20.08.2019

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