90 días antes de Navidad

CAPÍTULO 06

Mía curvó sus dedos alrededor de la taza caliente, el rico aroma del chocolate flotando en el aire, un pequeño consuelo contra el frío en sus huesos. Cada sorbo fue un respiro fugaz, una canción de cuna líquida que susurraba sobre tiempos mejores, antes de que Alejandro se fuera tan repentinamente como una ráfaga de viento, antes de que sus esperanzas fueran arrebatadas por el silencio que siguió a su beso improvisado.

 

Desde la ventanilla lo vio bajar del taxi, con los hombros encorvados, como si llevara un peso invisible. Había pasado más de una semana desde ese último encuentro, y aquí estaba él, un espectro repentino en el tenue resplandor de la farola. La bicicleta estaba apoyada olvidada contra la pared, testimonio de sus frustrados intentos de aprendizaje, abandonada junto con su corazón magullado.

 

Mientras la noche cubría el mundo con su manto de terciopelo, los ojos de Mía se cerraron, su mente a la deriva en las mareas del sueño cuando el urgente golpe en su puerta la despertó sobresaltada. Tropezó hasta la entrada, con el pulso martilleándole en los oídos, y abrió la puerta. Allí estaba Alejandro, con el rostro marcado por la tristeza y sombras bailando en sus ojos.

 

—¿Podría... sólo necesito una taza de chocolate caliente y... un amigo? —tartamudeó, su voz era un susurro ronco que atravesaba el silencio de la medianoche.

 

—Por supuesto, pasa —murmuró Mía haciéndose a un lado. Las luces de la cocina se encendieron, arrojando un suave brillo sobre las encimeras. Ella se ocupó de la tarea de calentar leche, sintiendo su mirada pesada sobre ella.

 

—Mi padre —comenzó Alejandro, sus palabras tropezando en la calidez de la habitación— falleció. Estaba en un hogar de ancianos, por eso tuve que irme tan abruptamente. 

Ella le entregó la taza humeante y sus dedos se rozaron: una chispa en el espacio silencioso entre ellos. 

—Lo siento, Alejandro —dijo, con voz firme, a pesar del temblor en su corazón.

 

Tomó un sorbo del chocolate y luego lo dejó, su confesión derramándose como un jarabe agridulce. —Nunca me llevé bien con él. ¿Sabías que él es la razón por la que me uní al ejército? No fue mi elección, nunca fue mi elección. 

 

El aire se espesó con su dolor y Mía extendió la mano y la apoyó suavemente sobre su brazo. —Ya no estás solo. —ofreció ella en voz baja, sus propias heridas pasadas resuenan con las de él.

 

En el consuelo de su toque, algo se movió y Alejandro la rodeó con sus brazos, acercándola a él. Su aliento bailó sobre su piel y luego sus labios encontraron los de ella, encendiendo un fuego que se extendió por su cuerpo, consumiendo todos los pensamientos de dolor y soledad.

 

Se movieron juntos, una danza de anhelo y nuevo consuelo, hasta que llegaron al santuario del dormitorio de Mía. La ropa cayó como sombras desechadas y se unieron con una pasión que hablaba de curación y la promesa de nuevos comienzos. Aunque para Mía solo significaba el final.

 



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En el texto hay: navidad, drama, militar

Editado: 02.01.2024

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