Se asomó por la ventana por enésima vez desde que se había despertado en esa habitación. Estaba desconcertada, su memoria estaba nublada y no recordaba mucho. Su mente retenía solamente algunas imágenes borrosas de cuando había salido de su casa, hecha un mar de lágrimas después de recibir la carta. No sabía a donde iba, no tenía a donde ir. Vagaba por las calles de la ciudad, como si así iba a encontrar alguna salida, o al menos las fuerzas para decirle a Cristian que acababa de pasar. Luego sintió a alguien tomarle de las caderas, una mano cubrió su boca y lo próximo que recordaba era haberse despertado en aquel lugar.
Se sentía perdida, intentando descubrir algún cambio e intentando adivinar donde se encontraba. Pero nada, los muros tapaban su vista completamente, aumentando la oscuridad que la rodeaba. Sabía que estaba en la primera planta de un edificio, lo comprobó el primer día pensando que podría ser una vía de escape. Claro, eso hubiera sido posible si la ventana no estuviese trabada y no hubieran dos gorilas custodiando el perímetro. Volvió a la cama y se acostó, abrazando sus piernas con los brazos.
Tenía tantas ganas de llorar, pero temía que sus sollozos llamarían la atención de sus secuestradores. Hasta ese momento no la habían molestado, salvo para llevarle la comida. Quería que siga así. Sacó su medalla del bolsillo, donde la había escondido por temor a que se la quiten o que la pierda. La apretó con fuerza, mientras una lágrima traidora se deslizaba por su mejilla.
- Me van a encontrar, me tienen que encontrar. – repitió como un mantra, tratando de consolarse a sí misma.
Pensó en su madre y en su sonrisa resplandeciente que iluminaba sus días, era suficiente una de esas para dejarle claro que todo iba a estar bien y que no le pasaría nada malo; en su padre que daba la imagen de un hombre serio, aunque en realidad aquello era solo una fachada del jefe policial, que tenía que mostrarse fuerte e imperturbable para inferir respeto en sus hombres y en la gente; en su hermano y cara de felicidad cuando supieron que Tamara estaba embarazada. Los extrañaba tanto.
Sentía que se ahogaba cada segundo que pasaba lejos de ellos. Pensó en Cristian y en su propuesta de matrimonio que, Dios, quería aceptar. Quería ser su esposa. Estaba dispuesta a todo por él, había decidido seguir el consejo de Anabelle. Iba a luchar por ese amor en contra de todos los males que les ponga el camino.
Pero ahora no podía luchar, no estando en quién sabe dónde y quien sabe con quién. No estando reclamada por su mejor amigo, el príncipe. Pensó en Anabelle, en su hermana a quien tanto adoraba. ¿Sabría ella que estaba desaparecida? Rogaba que no, no quisiera preocuparla. Y más aún, no quería que Anabelle cometa ninguna locura, siendo ella muy capaz de eso.
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Cristian estaba cansado, pero a pesar de eso no lograba conciliar el sueño. Miles de imágenes se reproducían en su mente: momentos felices que le llenaban el corazón y que ahora parecían como puñales clavadas en el mismo. Se levantó y caminó hasta el pequeño bar de su habitación. Sirvió un vaso de whiskey y se lo tomó de un trago, intentando entumecer el dolor. Pero no funcionaba. Y estaba lo suficientemente inteligente como para no emborracharse. Ella no se merecía su sufrimiento, pensó, menos se merecía su amor.
Pero la amaba. Como nunca antes había amado a nadie. Con tan sólo verla se sentía en las nubes. Y una sonrisa suya bastaba para alegrarle el día. Y pensó que ella sentía lo mismo. Hasta ella misma se lo había dicho.
Se lo había dicho tantas veces mientras se veían a escondidas en algún lugar de la capital. Aunque a él no le gustaba eso de esconder su relación, Amanda tenía una obsesión con que nadie lo supiera. A veces le parecía que tenía miedo de algo o de alguien. Pero siempre se mostraba feliz a su lado. Pasaban horas simplemente abrazados y él no necesitaba nada más para sentirse pleno y feliz. Sentía que nada podía opacar esa felicidad que sentía a su lado.
Entonces... ¿por qué? Tiró el vaso vacío y observó como se hacía añicos al caer en el piso. No soportaba ver a Amanda en esa casa, pensarla con su amigo. Marco ni siquiera sabía de su relación e igual le molestaba. ¿Cómo no hacerlo si en ese preciso momento estaba con la mujer que él amaba y amaría por siempre?
Caminó hasta la ventana y se quedó ahí como una estatua, mirando a las afueras sin realmente ver nada. Era una de las pocas veces que estaba en su casa. Prefería estar en el palacio. Como amigo de la familia tenía un bungaló reservado solo para él y la mayor parte del tiempo estaba ahí, con Marco y Clarisa. Pero ahora no podía dormir ahí. No estando Amanda a dos puertas de su dormitorio. No podría soportar verla todos los días, ansiando acortar esos metros que los separaban. Aunque en realidad, los separaba mucho más que eso. Mentiras.
Recordó cuando la encontró en el jardín. No pudo evitar preocuparse, sabiendo que era alérgica al polen y que podía ponerse mal. Pero ella no parecía turbada, en realidad, parecía en paz.
No sabía que pensar. Todo estaba demasiado confuso y más para él que se sentía incapaz de pensar con la cabeza, su corazón roto siempre prevalecía. Por eso se iba a distanciar. Ir al castillo solo para cumplir con su trabajo y procurar no encontrarse con esa mujer.
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- ¿Alguna novedad?
José dio un salto y Belle sonrió de oreja a oreja. Se imaginó como se sentiría su padre si era otra persona quien viera esa cara de susto. Aunque, pensó después, pocas personas se atreverían a entrar de la manera que ella lo hizo.
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Editado: 20.06.2021