Abrió los ojos con pesar, recorrió con la vista la habitación en la que estaba, con la esperanza de hallar un cambio respecto a los días anteriores. Esperando que todo aquello fuese solo una pesadilla y finalmente despertarse. Ahogó un sollozo al darse cuenta que todo seguía igual. Arrugó la tela del vestido que llevaba desde hacía días, ese mismo que se puso como una tonta enamorada pensando en su encuentro con Cristian.
Aflojó el agarre y con la otra mano limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas. Tenía que ser fuerte. Y no debía llamar demasiado la atención. O al menos eso era lo que decían en películas de acción que tanto le gustaba mirar con su padre.
Pensó en sus secuestradores. En realidad, no había visto ninguno de ellos, solamente una mujer un poco mayor que ella, que llegaba cada día para dejarle la comida y se escapaba como si ahí tuvieran encerrado a un demonio.
Pienso en el lado positivo de ello. Al menos nadie la había maltratado, todo su malestar se debía a la tristeza y la angustia. Eso aumentaba más aun sus dudas y las preguntas que la atormentaban. ¿Qué querían esos sujetos de ella? Ella no era una persona rica, tampoco conocida. Era una simple mujer que trataba de pasar desaparecida dentro de su realidad, intentando no llamar la atención con la esperanza tonta de que así ciertas personas pasarían de ellas.
Se estremeció al escuchar la cerradura de la puerta, pero pensó que sería la muchacha. Pero se decepcionó al ver a un hombre entrar, vistiendo un traje negro que ella supo de inmediato no era un uniforme. Con temor pensó que se encontraba ante el jefe o mínimo un tipo importante.
Era alto, musculoso y con una sonrisa torcida en sus labios. El lado izquierdo de su cara estaba marcado con una cicatriz que parecía no haberse curado de la mejor manera, dándole un aspecto tenebroso. Se encogió en la cama mientras él daba pasos relajados en su dirección. Deseó poder fundirse con la pared cuando este se sentó en la cama, a su lado, mirándola fijamente.
- Creo que llegó el momento de ver que tan iguales son. – murmuró absorto en sus pensamientos, para después volver a esbozar esa sonrisa escalofriante que le heló la sangre en las venas.
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- ¡Llama a alguien! ¡Haz algo! – le gritó, tratando de soltarse de su agarre. Marco la ignoró, viendo como la zona alrededor de sus dedos empezaba a sangrar. Ella siguió su mirada y al parecer recién entonces se dio cuenta de la fuerza que había implementado al intentar salir.
No podía evitarlo, se dijo a sí misma. Con cada segundo que pasaba sentía que el espacio se reducía y que el aire se le escapaba. Sintió que empezaba a ahogarse y luchó con todas sus fuerzas para tranquilizarse. Clavó las uñas en los brazos que la mantenían prisionera mientras regulaba su respiración.
Saberse encerrada le traía recuerdos dolorosos, pero ella era más fuerte que eso. Necesitaba serlo, por ella misma y por su hermana. Si se dejaba vencer por una puerta cerrada en medio de un palacio, donde sabía estaba a salvo, como podía esperar ser capaz de salvar a Amanda.
-¿Crees que llevó el celular conmigo para arreglar un tubo en el armario? – le preguntó el hombre cuando vio que volvía en sí, pero ella lo ignoró. Estaba haciendo el ridículo y dejándose en evidencia de cien maneras distintas, así que se dijo que no hablaría hasta que fuera capaz de pensar con calma. - Lo dejé en la mesa.
Marco la soltó y se alejó unos cuantos pasos, lo que le permitía ese lugar. Se pasó una mano por el pelo, sintiendo que su mal humor crecía. Ahora que ella se calmó, él empezaba a agitarse. Pero no del miedo, no le importaría estar ahí encerrado todo el día, el problema era la compañía. Lo había sentido el día anterior, cuando ella salió de la sala de estar del palacio sin siquiera pestañear después de ofender a su rey, en la noche cuando casi rompió su propia promesa y se fue a la cama con ella. Pero sobretodo, cuando la escuchó llorar hasta quedarse dormida. Esa mujer lo trastornaba tanto que había decidido mantenerse lo más alejado posible de ella. Claro, él mismo había ignorado esa determinación cuando apenas pudo, salió detrás de ella para ver cómo estaba después de la comida con su familia.
Y por eso estaban en esa situación. ¿En qué mundo un príncipe se ofrecía a colocar un tubo en un armario? Y encima terminaron encerrados en un armario donde casi no podían estar parados sin chocarse, rodeado de su perfume, con la tentación al alcance de la mano.
- Necesitó salir. ¡Ahora! – la escuchó murmurar, mientras se deslizaba hacia la puerta y le daba pequeños golpecitos, al borde de las lágrimas. Pareció que finalmente perdió la batalla contra el miedo, solo que ahora no estaba histérica, más bien parecía frágil, a punto de romperse.
A pesar de sí mismo, se volvió a acercar, poniéndole una mano en la espalda. Ella se relajó un poco, pero la desesperación seguía en su mirada.
- No me gusta estar encerrada. – susurró, como si no fuera suficientemente evidente.
Aun con su mano acariciando la espalda de Amanda, Marco se puso a pensar. Si bien él no estaba sintiendo su desesperación, sabía que tenían que idear una forma de salir. Nadie tenía motivos para visitar a Amanda en su búngalo además de él y el servicio traería la cena en unas horas. Pensó que eso era su mejor oportunidad, pero tenía que avisar que estaban ahí.
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Editado: 20.06.2021