Organizar un operativo nunca le resultó más difícil. No porque no lograba trazar una estrategia, sino porque a cada una de las que proponía, alguien la desestimaba. O Pablo, diciendo que era arriesgado del punto de vista operativo; Cristian, mostrándole las leyes de Auland que romperían; Marco, en su opinión el peor, negándose a provocar un "desastre diplomático".
– ¿Tienen alguna idea ustedes? – espetó el segundo día, irritada.
– ¿Podemos hablar a solas? – le preguntó el príncipe, pero no le dio tiempo de responder, saliendo de la oficina. Ella soltó un bufido, presintiendo de qué cosa quería hablar, pero igualmente se levantó y lo siguió.
Marco la esperaba en el pasillo, apoyado en la pared, con la mirada fija en un retrato de uno de los fundadores de Auland. Ella se detuvo a su lado, siguiendo su mirada.
– Siempre fui orgulloso de vivir aquí, de nuestra historia, de nuestros antepasados. – murmuró sin mirarla, pero ella ya supo a donde iba esa conversación.
No estaba segura de si quería escucharlo. Pero también estaba consciente que su postura no era la mejor en ese caso. Por eso era prohibido que los asuntos personales se mezclen con el trabajo, pero ya no podía dar marcha atrás, estaba demasiado involucrada.
– Lo siento. Sé que te parece que no respeto sus costumbres, pero... es difícil. – ahogó un sollozo y dejó caer la cabeza en su hombro. – Yo no lo conozco, más allá de lo que me contaba Tamara, pero... no sé. Cada vez que hablaba con ellos sentía que esperaban que un día esa brecha entre las familias se iba a cerrar y podrán ser completamente felices. Y yo quería eso para ellos, sé lo que significa estar separado de tu familia, más estando enojados.
Se quedaron callados por un momento, ambos procesando la situación.
– Podemos hacer esto de la manera correcta. Sé que existe una forma para no desestabilizar el estado, para no provocar un escándalo mayor del necesario.
– ¿Tienes alguna idea brillante, príncipe?
Se quedó pasmada cuando él asintió, con inseguridad. No estaba seguro de que sus ideas podían ser llevadas a cabo, pero al menos podría aportar algo.
– ¿Es en serio? – hizo una mueca ante la incredulidad en sus palabras, pero finalmente sonrió.
– La diplomacia se supone que es lo mío. – murmuró. – Llevo dándole vueltas por varios días, pero no quería interrumpir tu proceso creativo.
No era del todo verdad, porque estaba más inseguro que otra cosa. Sabía que todos le darían la bienvenida a cualquier aporte, pero desde que había decidido renunciar a la corona, se daba cuenta de que en realidad no sabía hacia dónde encaminar su vida. Las cosas que antes daba por sentado, ahora le asustaban. Quería ocupar el puesto de consejero de la futura reina y eso lo llenaba de nervios. Se suponía que él sería el que tomaba consejos en cuenta, no quien los diera. Siempre le había parecido un trabajo de lo más complicado.
– ¿Qué tienes pensado? – le preguntó la agente después de unos minutos en silencio, había esperado que él hablara, pero parecía demasiado metido en sus pensamientos.
– ¿Puedes llamar a Clarisa? Vamos a necesitar de su ayuda también. – Anabelle asintió, pero él ya estaba caminando de regreso a la oficina.
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Clarisa llegó media hora después; había estado con su padre debatiendo los cambios en la línea de sucesión y no podía salir cuando le apeteciera. Los demás estaban sentados a través de la sala, el cansancio se notaba en sus ojos y en sus posturas, pero todos se desperezaron cuando Marco se levantó, preparándose para hablar.
La princesa se sentó a lado de Pablo y agradeció sentir su calor. No pudieron verse mucho desde que encontraron a Amanda y ahora no sabía cómo comportarse a su alrededor, como decirle que aquello que los separaba ahora estaba aún más inmenso. Suponía que él había escuchado los rumores dado que se pasaba el día en el palacio, pero no se lo menciono a ella, todavía.
Agitó la cabeza para alejar esos pensamientos y se enfocó en su hermano. A medida que Marcó hablaba, un malestar se asentaba en su pecho, pero también se sintió mínimamente aliviada al pensar que siempre lo tendría a su lado. Ese conocimiento hacía más soportable la idea de llevar semejante carga sobre sus hombros.
Cuando Marco terminó de exponer sus ideas, paseó la mirada entre los presentes, sintiéndose como un niño el primer día de clases cuando un profesor le obligaba a presentarse delante de todos sus compañeros. No que a él le había ocurrido, pero suponía que así se sentían.
– Entonces, ¿no podré dispararle a nadie? – la pregunta de Anabelle cortó el silencio e hizo que se relajara un poco. Ella había sonado como una niña a quien le habían negado un juguete.
– Creo que todos agradeceríamos que no lo hicieras, amor. – esta vez fue ella quien se quedó helada, no estando acostumbrada a apelativos cariñosos. Cuando Tomás soltó una risita burlona a sus espaldas, no pudo evitar sonrojarse.
– Ni modo, me tendré que aguantar. – replicó atropelladamente, con un bufido de lamento. La verdad era que el plan de Marco le parecía muy bueno (un poco demasiado diplomático para su gusto) pero bueno.
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Editado: 20.06.2021