Para la tarde del día siguiente pudieron decir que tenían capturados los cabecillas de la organización e identificados a todos los involucrados. Si bien no habían logrado encontrarlos a todos, era solamente cuestión de tiempo de que aparecieran.
La conferencia de prensa estaba prevista para la noche, después de la reunión privada para celebrar el compromiso de Clarisa y Pablo.
A nadie convencía la celeridad del asunto, pero al ver las caras de felicidad de los futuros novios (y soberanos de Auland), dejaban de lado sus inquietudes.
Amanda había salido del hospital en la mañana, pero inmediatamente después desapareció junto a Cristian, con la promesa de que estarían para el anuncio. Tamara y Antonio estaban también entre los invitados y aunque su cuñada se mostró reticente en los primeros momentos, asustada por si alguien la juzgaba por su familia, rápidamente pudo ver que ese no era el caso.
Tampoco faltaron los padres de Pablo, que estaban entre sorprendidos por el giro tan inesperado que dio la vida de su hijo, asustados porque se ponía en una posición de riesgo y felices por su evidente felicidad.
Anabelle aprovechó para pasar tiempo con ellos, irse de Los Ángeles significaba también irse de su lado y eso le dejaba un amargo sabor en la boca.
– ¿Has visto a esos dos muchachos que juraron ver caer la monarquía? – preguntó su tía al marido, en broma, haciendo alusión a los planes de los dos niños cuando a Anabelle le ganaban la soledad y la tristeza. Ella río con ellos, recordando esos días tan lejanos, cuando ser la novia de un príncipe era la última cosa que se imaginaría para su futuro.
Se alejó de ellos y fue donde su novio, esperando el discurso del rey. El hombre empezó a hablar, pero Anabelle no lo escuchó, dejó su mente vagar por todo lo que pasó para llegar a este momento y pensando en todo lo que estaba por venir antes de poder decir que habían ganado y que podían vivir en paz.
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– ¿A dónde vamos? – hizo la pregunta por enésima vez, a su parecer, pero Cristian volvió a negar con la cabeza. Amanda suspiró, frustrada, dejándose caer sobre el respaldo del asiento.
En el momento que salió del hospital, Cristian había aparecido, le pidió que lo acompañara y ya llevaba más de media hora manejando, sin dirigirle la palabra y explicarle nada.
Se incorporó un poco para cambiar la canción en la radio, pero el hombre volvió a colocar la de antes.
– Me gusta esa. – dijo, antes de volver la mirada a la carretera.
– ¿Se puede saber qué te pasa? – demandó.
– Me recuerda a nosotros. – explicó con simpleza, haciendo que el ceño de Amanda se atenuara.
– Es linda. – aceptó, aunque no lograba encontrar la conexión entre su relación y la letra de la canción. Más, no dijo nada, no quería herir sus sentimientos.
Cuando el coche empezó a desacelerar, volvió a concentrarse en lo que había a su alrededor. Era un campo abierto, encajonado entre la montaña, de una parte, y el océano, de la otra. Estaba cubierto de florecillas blancas, cuando se acercó vio que se trataba de margaritas. Su sola presencia debió ser suficiente para saber dónde estaban, pero igualmente se giró hacia Cristian, que miraba absorto el paisaje.
– ¿Cuánto hace que estamos juntos? – preguntó, aún sin mirarla.
– Unos tres años, formalmente. Pero me gustas desde que tengo uso de razón. – aceptó, sorprendida por el tema.
– Nos escondíamos por...
– Porque yo siempre supe que llegaría el día de recibir la carta y que entonces te perdería. Pensé que si nadie supiera de nosotros, estaría más fácil para ti, para ambos, aceptar la realidad.
– A veces sigo sin poder creer que todo esto estuviera pasando delante de nuestras narices y ni cuenta nos dimos.
– Es parte de pasado. Ya no vale torturarse por eso, porque no lo podemos cambiar. Lo único que está en nuestras manos es el futuro.
– Si no te hubieran secuestrado, seguiría pensando en que eres... – se interrumpió incapaz de pronunciar la palabra en voz alta. Le parecía una falta de respeto ante todas las mujeres de las que si pensaron eso. – Espero que Anabelle nunca te contara lo mal que me comporte con ella.
Recordar esos primeros días y los planteos que le hacía a Anabelle pensando que era su hermana le pesaba en el corazón. Si bien estaba herido y enojado con el mundo, Amanda no se merecía ese trato.
– No habría pasado. No iba a hacerlo, Cristian. Eso iba a decirte, que estaba dispuesta a ir contra todo el mundo si fuera necesario, para estar juntos.
Él giró para verla en los ojos, en sus ojos encontró la misma convicción que percibió en sus palabras. Sonrió.
– Ya vivía lejos de mi hermana, mi otra mitad, por eso. No iba a permitir que sucediera lo mismo contigo. Todos tenemos un límite y yo había llegado al mío. – añadió, al ver que Cristian se quedaba en silencio.
No dijo nada, en respuesta la tomó de la cintura y la acercó, para después asaltar su boca. Volver a besarla se sintió como el paraíso, como si volviera a respirar después de tanto tiempo. Amanda le devolvió el beso con la misma intensidad, con la misma entrega.
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Editado: 20.06.2021