Theo Beck era la persona más increíble que conocía.
Cuando lo vi por primera vez me llevó dos segundos comprender que era de esas personas que le agradan a todo el mundo, y yo no fui una excepción.
No sólo era un bromista encantador, de esos que necesitas para llenar los silencios incómodos y pasar un buen rato; sino que también era brillante. A simple vista sólo parece el chico de al lado que probablemente esté fumándose un porro entre clases, desgarbado sin llegar a lucir descuidado; él sólo tenía esa apariencia de "me veo bien" sin hacer ningún esfuerzo y eso podía hacer creer a las personas que no era listo, hasta que abría la boca.
Theo podría estar hablándote sobre el último concierto de alguna banda y resolver una ecuación en una servilleta de papel al mismo tiempo.
Él era brillante, pero no era eso lo que más admiraba de Theo Beck; lo que casi había llegado a envidiar era la manera relajada con la que podía hablar, bromear, reír con cualquiera.
Mi idea de conversación se reducía a unas pocas observaciones, respuestas demasiado sinceras para el agrado de la gente y aportaciones científicas sobre la investigación. No reía al menos que algo me resultara demasiado gracioso, no le preguntaba a la gente sobre el clima, y para ser honesto, la única persona con la que me sentía lo suficientemente cómodo como para tener cualquier tipo de conversación privada era Theo.
Gracioso, teniendo en cuenta que la cosa más íntima que quería compartir con él era algo que quizás nunca me atrevería a decirle.
Theo Beck, tus sonrisas coquetas hacen hervir mi sangre.
Theo Beck, la forma en la que muerdes el lápiz mientras te encuentras perdido en lo más remoto de tu raciocinio hace que quiera robar cada lápiz y entregártelo como ofrenda para que sigas mordiéndolos y me permitas disfrutar del espectáculo.
Theo Beck, tus roces descuidados van a llevarme a la locura.
Theo Beck, desearía que pudieras leerme la mente así no tendría que decir todo esto en voz alta.
Los días que le siguieron al regreso de Henry y Marguerite fueron difíciles para todos, pero sospechaba que fueron incluso más difíciles para Theo. Wyatt Conley había utilizado un secuaz de otra dimensión para que poseyera el cuerpo de Theo y así planear la trampa desde nuestro universo. Theo no sólo tuvo que enfrentarse a los síntomas que le siguieron al lento envenenamiento que el otro Theo había estado haciendo a su cuerpo para mantenerse recordando sus propósitos en esta dimensión; sino que tenía que lidiar con la desconfianza en los ojos de las personas a las que él consideraba su familia, personas a las que les costaba desasociar las acciones de aquel Theo con él.
Lo veía a veces, cuando creía que nadie lo miraba, su sonrisa confiada caía y sus ojos se perdían en lugares tan lejanos que ninguno de nosotros podía alcanzarlo. Theo no se había recuperado del asalto, quizás nunca lo haría realmente, y ese pensamiento me aterraba.
El hecho de que Henry volviera con nosotros, y Marguerite hubiera conseguido frenar los planes de Conley no nos volvía ingenuos, no bajábamos la guardia en ningún momento, al contrario, nos volcamos de lleno en descubrir cualquier tipo de información que nos permitiera acabar con Conley definitivamente, la respuesta estaba ahí, escondida en alguna parte, y la encontraríamos.
Fue en una de nuestras desveladas trabajando que noté que Theo estaba ocultándonos su verdadero estado.
Me dirigí a la cocina para hacer más café para todos y un té para Henry, cuando escuché un ruido proveniente del pórtico trasero, abrí la puerta sin hacer ningún sonido y vislumbré una silueta encorvada en los escalones. Me tomó un segundo darme cuenta de quién se trataba.
̶ ¿Theo?
Una mezcla entre suspiro y quejido fue mi única respuesta.
̶ Theo, ¿estás bien? ¿Necesitas que llamemos a un médico?
Sabíamos que eso no serviría de nada, ningún médico de nuestra dimensión podía ayudarlo. Odié a Conley incluso más por esto.
̶ No, Paul. No le digas a nadie, sólo necesito un momento. ̶ Noté el esfuerzo que le tomó enderezar su postura mientras me acercaba y me sentaba a su lado. ̶ Sólo necesito...un minuto.
Su voz indicaba que necesitaba más que unos minutos. Las horas de sueño perdidas mientras buscábamos respuestas tampoco le servían de mucha ayuda.
̶ Necesitas descansar, ¿por qué no regresas y duermes un poco? La investigación seguirá allí mañana. Todos seguiremos aquí mañana.
Theo permaneció en silencio, sin mirarme, creí que no me había escuchado hasta que habló.
̶ No lo entiendes, no puedes entenderlo porque tú no fuiste quien permitió que él se colara entre nosotros, que hiciera tanto daño. Estuve atrapado por meses con un maldito parásito, permitiendo que lastimara a las personas que amo, sin hacer nada para detenerlo. No. Hice. Nada.
Su voz estaba tan llena de frustración y rencor que me dolió saber que Theo estuvo lidiando con estos sentimientos solo.
̶ No estás siendo justo. Ninguno en tu lugar hubiera podido hacer algo al respecto, eras el anfitrión, él tenía el control. No pudiste hacer nada, deja de castigarte injustamente, nadie te culpa.
̶ Marguerite lo hace.
Quise negarlo rotundamente pero no pude. Había notado la manera en que Marguerite actuaba con Theo desde que regresamos, entendía que ella fuese la más precavida, después de todo viajó a través de distintos universos con esa versión de Theo creyendo que se trataba del nuestro, ella fue la que descubrió la verdad cuando se encontraba atrapada con él dentro de un submarino a 300mts bajo el mar.
Podía entender la renuencia de Marguerite, su desconfianza como movimiento de autodefensa, no importaba si lo hacía sin darse cuenta, sin intención; sus actitudes estaban lastimando a Theo. No negué que comprender por qué a Theo le dolía tanto dicha actitud me escocía un poco, pero me reusé a profundizar en esos pensamientos egoístas. El hecho de que estuviera enamorado de Theo Beck no significaba que creía que él podía corresponder dichos sentimientos. Sabía que me apreciaba, éramos más que compañeros de trabajo, éramos amigos; debía conformarme con saber que tenía su afecto, no debería ansiar más.