CAT
La nieve crujía bajo las botas mientras caminábamos hacia la pista improvisada.
Había banderines, barreras de seguridad hechas de madera, y varios vehículos: motos de nieve, buggys reforzados, y hasta un par de autos modificados para correr sobre hielo.
El frío se había colado hasta los huesos, incluso debajo de la ropa térmica.
Me abrazaba a mí misma, la bufanda de Lex cubriéndome hasta la nariz.
La mayoría del grupo estaba emocionado, saltando de un lado a otro, probando los vehículos, riendo a carcajadas.
Yo preferí quedarme a un lado, pegada a una valla, observando.
Demasiado ruido.
Demasiadas voces superpuestas.
Demasiadas cosas moviéndose al mismo tiempo.
Mi cabeza empezaba a zumbar.
Cerré los ojos, contando en silencio, recordando lo que mi hermana me había enseñado para calmarme.
Cinco respiraciones profundas.
Un, dos, tres...
Abrí los ojos justo a tiempo para ver a Lex mirándome desde el otro lado de la pista.
No dijo nada.
No se movió.
Simplemente me sostuvo la mirada por unos segundos que parecieron eternos.
Como si estuviera verificando, desde la distancia, que yo estuviera bien.
Después, caminó hacia el jefe y comenzó a revisar una de las motos.
Era como si no pudiera evitarlo.
Como si mi existencia ahora fuera parte de su radar.
—¡Cat! —La voz del jefe me sacó de mis pensamientos—. Ven, quiero mostrarte algo.
Me acerqué despacio, las botas resbalando un poco en el hielo.
El jefe me llevó hacia un buggy pintado de negro mate, con detalles en azul eléctrico.
—Este será el primero que vas a intervenir. Quiero algo agresivo, que llame la atención. Pero que también sea elegante, ¿vale?
Asentí, las ideas ya empezando a formar colores en mi cabeza.
—Y no te preocupes —añadió, bajando la voz—. Te voy a asignar un espacio en el hotel para que trabajes tranquila. Sin ruido. Solo tú, tus pinturas y tu imaginación. —Me guiñó un ojo.
Algo cálido me recorrió el pecho.
Alguien había pensado en mí. Otra vez.
¿Sería el jefe quien había pedido ese espacio... o alguien más?
Mis ojos buscaron, casi sin querer, la figura de Lex.
Estaba de pie junto a una moto de nieve, su chaqueta negra contrastando con el paisaje blanco, los brazos cruzados, vigilándome de reojo como si no lo hiciera.
Como si no quisiera admitirlo.
Como si no pudiera evitarlo.
Y yo, por primera vez en mucho tiempo, no me sentí un error fuera de lugar.
Me sentí... bienvenida.