Ellen se plantó delante, mirándome con el rostro angustiado.
—Nina, me dijiste que irías al baño. ¿Qué estás haciendo aquí?
Aún no tenía control sobre mi cuerpo, por lo que no pude responder.
Eric la movió hacia un lado y comenzó a menearme por los hombros:
—¡Contesta!
Ya había estado en esta situación con anterioridad. El proceso de conectarse con el más allá, tanto como el de volver a la frecuencia de los humanos era tardío. Sabía que después de haberme relacionado con los espíritus debía esperar a que los músculos se me «descongelaran». La primera vez que lo experimenté fue durante los primeros días en casa de mi tía: un alma me había pedido ayuda diciendo que tenía mucho tiempo divagando en busca de luz. La escuché con atención. Había muerto en un accidente de tránsito y no encontraba a su familia. Le dije que por su condición de «muerta» ella no podía regresar con ellos, que ahora debía tomar otro camino. Me preguntó cómo, y no supe qué responder. Se enfrascó en que todas las personas como yo sabían el cómo. Aseguré que no y continuó suplicando que la ayudara. Me costó dejar de oír su voz ronca, pero cuando lo logré, tardé medio minuto en recobrar el movimiento del cuerpo y los latidos del corazón.
—¡Maldita sea, Nina! ¿Estás bien? —Eric me asfixió los brazos. El pavor se reflejó en sus ojos oscuros, en su mandíbula prensada.
Fue el estrujamiento lo que aceleró el proceso de vuelta.
—Sí —hablé con languidez—. Me duele...
Separó las manos de mi piel, dejándola rojiza. Intentó remendar el daño, sobándome.
—Destiny nos dijo que querías irte —reveló Ellen—. ¿En qué estabas pensando?
—No... no lo sé.
—¿Cómo que no sabes? —cuestionó Eric—. ¿Te has vuelto loca? ¿Sabes lo que iba a pasarte si salías del castillo? ¡Te perderías en el bosque y no llegarías nunca a Vancouver! No encontrarías en el jamás de los jamases el portal que te trajo hasta acá. ¿Te estás dando cuenta de lo que estás haciendo?
Su voz a regañadientes me silenció. Pero él de verdad buscaba la respuesta:
—Perderme en el bosque… tal vez eso era lo que yo quería.
Llevé la vista apagada a la suya contemplando el rostro de la intransigencia.
Me encerré en el baño a meditar sintiéndome deplorable por dejar la llave de la ducha abierta por tiempo indefinido. ¿Cómo era posible que mi talento innato fuese ser médium? Y lo más insólito, que lo haya heredado de mi tía. ¿Por qué mi mamá nunca me había hablado de eso?
Tocaron la puerta.
—Nina, soy yo —se anunció Eric—. Lamento haberte gritado como lo hice.
Me levanté del suelo y cerré la llave para escucharlo:
—Yo no quiero que nada malo te pase. Tú eres mi responsabilidad. No tienes idea de cuánto luché para ser tu guía. Siempre quise proteger a alguien, y después de varios años le pedí a la directora hacerme cargo de una chica. Me dijo que debía demostrarle que era capaz de protegerla con mi vida, así que me sometí a las Pruebas Especiales de Aprendices Avanzados. Pasé la prueba más jodida de todas. La de sobrevivencia. —Hubo silencio. Contemplé la cerámica a la espera de algo más—. Nina, que me digan que te quieres fugar del castillo me hace sentir que todo mi esfuerzo fue en vano. Lo único que quiero es que te quedes. —De nuevo el silencio. Esperé varios minutos y ya no lo escuché.
Eric me hacía sentir deplorable. Yo no tenía la culpa de querer tener una profesión y una vida económicamente estable. Pasé todo el colegio pensando en qué quería ser cuando fuera grande, y ahora que tenía la respuesta, no se me ocurriría tirar todo a la basura.
Me envolví el cuerpo en la toalla y confirmé que se había marchado viendo la fina línea de luz por debajo de la puerta.
Me quité el paño.
Casi sin notarlo abrieron la puerta. Lo primero que se me ocurrió utilizar para cubrirme fueron las manos. Pero no resultó. Un grito ahogado le dejó saber a Akami que debía darse la vuelta.
—Dis... disculpa, yo no sabía que… —tartamudeó. De inmediato se tapó los ojos—. Perdón. Soy Akami, tu compañera de cuarto.
—¡Ya sé que eres Akami! ¡Si hubieses sido otra persona te hubiese matado, por Dios que sí!
Agarré la toalla con ímpetu y me la coloqué encima.
—Ya puedes mirar.
Busqué ropa en el armario.
Akami se giró y evadió el contacto visual. Sin embargo, permanecía atenta a lo que escogería.
—Sé que no nos conocemos. También sé que tu vida no es mi problema, pero... vi a Eric triste. Y él es como mi hermano —enfatizó—. ¿Pasó algo?
Rodé los ganchos, pensativa.
—Es complicado.
—Entiendo que no quieras contarme. ¿Al menos piensas quedarte, verdad?
—No —el tono seco que utilicé me obligó a exponer las razones—, no puedo, tengo que continuar la universidad.
—Entonces fue eso —dijo para sí—. Mira, seré sincera contigo. —Suspiró mientras se sentaba en una de las camas—. Él quiere que te quedes. Y no suele llorar a menudo.
Editado: 11.10.2021