El ademán violento que mostró Ellen en su cara me predispuso a recibir un sermón.
—¿Te has vuelto demente o qué? ¿Cómo buscas entrenamiento en alguien como Liang?
—Tú dijiste que era bueno atacando.
—Sí, ya lo sé, pero él tuvo que haber sido tu última opción. ¿Sabes todo el odio que le tiene a Eric? Liang siempre ha querido conseguir sus triunfos jugando sucio y haciéndolo quedar mal ante todos. ¿Es que no te diste cuenta de cómo revuelve y encuentra tus pensamientos más ocultos? Los telépatas normales no hacen eso. No andan por ahí averiguándole la vida al resto a menos que sea... labores de espionaje, y está prohibido si no hay una orden. Existe la privacidad, Nina. Es que... —Sacudió la cabeza— tuvo que haber gozado cuando le dijiste que Eric no sabía nada de armas blancas. No. Tuvo que haberse sentido en la gloria.
No había sido intencional. Solo buscaba desahogarme con alguien. Era estresante para una persona como yo tener que llevar los entrenamientos paso a paso cuando todos los demás, al menos en su mayoría, ya sabían cómo defenderse.
También le había comentado a Ellen que me encontraría con Liang en el comedor. Desaprobó el recorrido con una mirada impasible. Que Liang no tuviese una sana relación con Eric no significaba que la nuestra debiera afectarse. Él me otorgaba una percepción más cruda de los combates que en ocasiones necesitaba para definir mis propósitos. ¿Atacar? ¿Defenderme? ¿Huir?
Fui al comedor secundario diez minutos antes. Lo encontré sentado sobre una de las mesas, con los codos apoyados en las rodillas, charlando con Mario. Alzó la mano al verme caminar hacia él.
«Bueno, solo es un recorrido. Él dijo que me daría un regalo. No me importa el regalo. Solo quisiera... Dios mío, ¿por qué rayos no sé lo que quiero? No debería estar aquí».
—Hola, Mario. —Le sonreí, incómoda, recordando que la última vez que lo vi por poco ocurre una desgracia.
Liang desvió los ojos hacia él:
—¿Ustedes se conocen?
—Algo así —dijo Mario, inexpresivo—. Fui testigo de su prueba de resistencia física. Casi me mata.
Liang se volvió a mí:
—Entonces no mientes cuando dices que puedes hacerlo. —Me observó, asintiendo—. Bien. Vámonos. —Bajó de la mesa.
—¿A dónde iréis?
—Le mostraré a Nina el castillo. —Me rodeó el cuello con el brazo. De inmediato me solté del agarre, con delicadeza. Solo le permitía ese gesto a Danny.
Transitamos por el Salón Central.
—¿Mario es tu amigo? —indagué. La simple pregunta hizo que un par de hoyuelos se marcaran en sus mejillas, pareciéndome encantadores.
—Sí. En todas las prácticas entreno con él. El tutor dice que debería compartir mis conocimientos con la clase, pero Mario es el único que me iguala. Es tan competente y enfrascado como yo.
Entramos a la habitación y automáticamente una energía pesada me recorrió el cuerpo. Tal vez era producto de los recuerdos sobre los médicos y las agujas. Me sobé la nuca mirando a Liang buscar una puerta que al parecer estaba camuflada en una de las paredes.
Anduve de un lado a otro echándome aire con la mano.
—¿Y… cómo conociste el lugar que vas a mostrarme ahora?
—Una amiga que murió me trajo.
Los vellos se alzaron ante la escalofriante declaración.
—¿Muerta? ¿Ella te trajo a este lugar, muerta?
Retornó el cuerpo.
—¿Cómo me va a traer muerta? Dices unas cosas... —Avistó algo en mi rostro—. Creo que estás sudando. ¿Te sientes bien?
—No sé, de pronto el cuerpo me pesa. —Resoplé—. Estoy bien. Eh... ¿y para qué te trajo hasta acá?
—Para probarme el hecho de que aquí dentro habían espíritus y cosas así. Era mentira. Cuando entré con ella no llegué a ver nada al respecto. Todos decían que estaba loca. —Encontró la puerta y la deslizó hacia un lado—. Sígueme.
Loca. No alcanzaba a creer que fuera coincidencia. Liang debía conocer sobre mi talento. Y por eso la pesadez. Estaba recibiendo la carga energética de los espíritus.
Entonces recordé la cita con Eric.
—No puedo, he quedado con alguien más —repuse de inmediato.
—¿Te dio miedo?
—No es eso. Es que quedé con…
—Qué gallina eres. —Se cruzó de brazos.
—No soy gallina —Empuñé las manos—, solo... no me da buena espina entrar ahí. Creo que tu amiga pudo haber tenido razón.
—¿Por los supuestos fantasmas? ¡Bah! —Ingresó, confiado—. Ven, asómate. ¿Qué ves?
—Quiero irme, Liang.
—Ya nos vamos, solo quiero que veas que no hay nada. Anda, no seas gallina.
Apenas di un paso, logrando avistar el interior.
—¿Qué ves, Nina?
Di un recorrido fugaz girando los ojos.
—Un ventanal.
—¿Qué más?
Editado: 11.10.2021