A La Deriva Del Recuerdo

UN AMOR FUGAZ Y ETERNO

David, sé que te estas preguntando qué hace esta carta en tu mano, pero antes de contestar dicha interrogante, quiero que le entregues a Keyla, el pequeño escrito adjunto en esta carta, y que lo hagas cuando la cirugía haya terminado. Empezaré diciendo que tú más que nadie la conoce, no superficialmente, y mucho menos lo suficiente, tú la conoces profundamente. Además, sabes que la amo, que he tenido la dicha de tenerla habitando en mi mundo. Quizás el habernos conocido a temprana edad hizo crecer en mi alma todo este sentimiento. No lo sé con exactitud, mas solo sé que la amo por ser diferente; ella me hace vivir a plenitud, increíblemente, me hace sentir que existo, hace que todo lo monocromático tenga colores e incluso he llegado a creer que nadie podrá remplazar nunca su lugar. Y deduzco que, tal vez, todo se predestinó para poder encontrarnos y volver a enamorarnos mientras el tiempo de a poco se nos escapaba.

Una noche indeterminada me encaminé a la habitación en la que se encontraba. Al entrar el pitido intermitente del cardiógrafo empezó a hacer eco en mis oídos. Luego me acerqué a la camilla en la que ella reposaba y procedí a incorporarme a su lado. La miré con fijeza y pensé en las pocas probabilidades que tenía de seguir con vida. Mis ojos la observaron detalladamente para inmortalizar cada rasgo de su delicada faz. Súbitamente mi corazón empezó a palpitar con más fuerza tras imaginarme todas las Lunas sin ella. Al cabo de unos minutos mi arritmia decreció y entonces acerqué mi mano a su rostro y mientras acariciaba sus tersos pómulos con mi pulgar sentí como se iba arremolinando un inexplicable sentimiento en mi pecho. Mis lágrimas rodaron sobre mis mejillas y un nudo en el estómago me empezó a oprimir amargamente. Quería arrancar las emociones que me envolvían, pero me resultaba imposible hacerlo. Después me calmé y agarré su mano derecha con sigilo para que no sintiera ni la más sutil sospecha de que estaba a su lado. Enlazada su mano junto a la mía me acerqué a sus lívidos labios y con torpeza la besé; besé su comisura inferior como la primera vez, solo que con la triste diferencia que aquella sería la última vez que lo haría. Luego me alejé y fui absorbiendo cada segundo e instante que el tiempo me otorgaba.

David, no sabes cuánto he anhelado tener una vida con ella. Llegar a ser el padre de sus hijos, llevarlos a la escuela, enseñarles para aprender juntos, ayudarlos, consolarlos y abrazarlos en todo momento. Yo tan sólo quería tener una vida con la mujer que he amado, pero... no se podrá.

Salí de mi casa una mañana para retirar los exámenes sanguíneos que me hicieron. Increíblemente resultamos ser compatibles. Y entonces me ofrecí ser su donante. Y es que no podía verla morir. Su ausencia acabaría con mi existencia. Ella es la única que hace que mi vida tenga sentido, Keyla me ha enseñado a apreciar la grandeza de las pequeñas cosas, esas que nuestros ojos pasan por imperceptibles, pero son las más indispensables y valiosas. Gracias a ella comprendí que lo esencial es invisible y que son pocos los que logran verlo. Me enseñó que la felicidad no radica en tener a alguien a nuestro lado, pero ayuda a conseguirla y Keyla me ayudó a ser feliz y además me enseñó a amar. Y tengo la certeza que todo lo que escribimos en el papel del tiempo se guardará indefinidamente en el cofre de los grandes momentos, donde estoy seguro que el olvido no corroerá ni un ápice de las memorias que ambos construimos. ¿Acaso no es la felicidad el tesoro más deseado que buscamos los humanos?

He aprendido que el amor se tiñe de muchos matices, pero esto no hace que su esencia se pierda nunca. El amor no tiene definición concisa ni la tendrá jamás, sin embargo, sentimos muy dentro nuestro, ese torbellino de emociones, sensaciones, sentimientos, y todo esto se da cuando creemos haber encontrado a la persona correcta. Y la verdad es que no elegimos a quién a amar, pero sí a quien vamos amar y yo ya tomé mi elección perpetua, pues decidí amar con vida y muerte a Keyla.

 

(ESCRITO ADJUNTO)

 

Keyla, sé que me recordarás siempre

Al escuchar el sonido del silencio

O cuando mires un lento otoño

y sientas la brisa del mar en tu rostro.

 

Y cuando las gaviotas alcen el vuelo

y su cantar se olvide; amor mío recuérdame.

Y cuando mires hacia el firmamento

Y sientas los susurros del viento; siénteme

Lejanamente imagíname hablándote.

 

No me iré nunca de ti, Keyla. Jamás te dejaré.

Te aseguro que estaré contigo siempre, incluso

A pesar de que las tinieblas sean mis fieles compañeras eternas.

 

No llores, amor, no te entristezcas

No hagas más lentos tus días al nombrarme

porque no podré escucharte en esa vil cárcel

donde mi voz jamás podrá buscarte.

 

Pero te prometo que inmortalizaré nuestra historia



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En el texto hay: poemas, relato corto, drama

Editado: 18.12.2018

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