La mañana corría fría y sin prisa, el viento del otoño se hacía cada vez más intenso y duradero. Releía una vez más mis apuntes de la clase anterior, al mismo tiempo en que miraba los cientos de mensajes del grupo familiar, y tomaba a sorbos el café que acababa de comprar. Necesitaba despertarme, o terminaría durmiendo durante las clases, cosa que, aunque sonaba tentadora, no me ayudaría en nada al momento de los exámenes.
La noche anterior había sido complicada; no sé decir si fue larga, por la cantidad de apuntes y libros que me acompañaron; o corta, por no poder acabar de revisar todos los temas, lo que tenía claro, es que no fue de descanso, precisamente.
Y mientras debatía entre dormir o seguir estudiando, una familiar voz se escuchó a lo lejos.
—¡Hey, Jaune! —me volví hacia el lugar de donde provenía, y no pude evitar la sonrisa que comenzó a aparecer en mi rostro, al tiempo que él se aproximaba—. Hola —dijo sonriendo también.
—¿Qué tal, Daniel?
Él era algo así como el chico que todas sueñan o, al menos, a mí me lo parecía. Tenía unos bonitos ojos cafés, tez clara, el cabello castaño alborotado que lo caracterizaba, y usaba unas gafas de armazón negro que le daban aires de mucha intelectualidad. Pero lo que lo hacía aún más atractivo, era su sonrisa ladeada, y el hecho de que en verdad era un chico muy inteligente. Era el ayudante del doctor Méndez, uno de los mejores profesores de la facultad; y se encargaba de hacernos las clases más claras y entendibles; sin mencionar que las hacía más llevaderas.
Al principio parecía una persona muy cerrada, y como tal no buscaba acercarme o algo parecido, me centraba en las clases como parecía que él se centraba en su trabajo, cada quien a lo suyo. Pero con el tiempo descubrí que ese pequeño aspecto no era parte de su personalidad, y me animé a conocerlo más cuando comenzó a acercarse, día con día a mi mesa, para preguntarme si tenía alguna duda, o podía ayudarme en algo. Y con la previa imagen que tenía de él, como un chico muy reservado y serio, estas pequeñas atenciones para conmigo me fueron infundiendo confianza, sobretodo cuando noté que no las ofrecía a nadie más que a mí.
Sí, suena un tanto egoísta; pero, no puedo negar que me agrada ser la única, por primera vez, para alguien.
Y en estos últimos días, nuestra relación fue haciéndose más grata e íntima. Ahora podría decir que éramos algo así como amigos, y que su faceta de seriedad y reserva, había quedado en el pasado; o al menos así era fuera del aula, dentro, aún era sólo el chico lindo que me ayudaba.
—¿Lista para esta tarde? —me pregunta mientras se sienta a mi lado, aún sonriendo. Parece que las sonrisas forman parte permanente de su rostro.
—Sí —respondo entusiasmada.
Llevamos planeando esta salida desde hace unas semanas, ambos estábamos en un momento en el que necesitábamos algo más fuera de la universidad, algo que no estuviera relacionado con libros y asignaturas, así que decidimos salir.
—¡Ya quiero conocerlo! —digo al recordar que iríamos a su museo favorito porque, al parecer, él no puede despegarse más de cinco minutos de su profesión.
—Te encantará, ya verás.
El hecho de que él me muestre algo importante para su persona, me hace pensar que es un paso más en nuestra relación, refleja confianza, y al mismo tiempo, me da a entender que quiere que sea parte de lo que le gusta, lo que le parece especial. Y eso me encanta. No es un chico cerrado e inexpresivo, al contrario, ha demostrado que le gusta externar lo que siente y lo que piensa. Y me incita a hacer lo mismo.
No soy una persona muy social; sin embargo, con él parece ser muy fácil. Siempre tiene un tema de conversación, siempre sonríe y te contagia de su alegría.
Entonces me percato de cuánto tiempo llevamos platicando, acerca de todo un poco, cuando mis amigas llegan hasta nosotros y nos saludan con toda la naturalidad del mundo. Cosa que hace que él se calle de pronto, y el ambiente se torne incómodo.
—Tengo que irme —dice levantándose rápidamente, y tomando sus cosas de sobre la mesa—. Nos vemos después.
Comienza a caminar sin darme tiempo para responder. ¿Cuál fue el problema?
Observo atónita como se marcha, sin poder entender aún el por qué de su reacción. Estábamos hablando tan bien que no esperaba que la presencia de mis amigas le molestara.
—Buena plática, ¿eh? —dice Dana mientras mueve las cejas de forma sugerente.
—No sé a qué te refieres —digo volviendo mi atención a ella.
—Claro... —continúa Liz.
—Las he esperado durante mucho tiempo, ¿dónde han estado? —decido cambiar el rumbo de la conversación.
Anoche quedamos en vernos antes de comenzar las clases, y hasta ahora no había sabido nada de ellas.
—Pero tenías buena compañía, ¿no? —al parecer no están dispuestas a dejar el tema por la paz.
—Vamos, Jaune —dice Dana al notar mi mala cara—. A nadie le importa que estuvieras platicando con el ayudante de Méndez. Él es lindo.
—Sí —apoya Liz— pudieron estar hablando de cualquier cosa; anatomía, por ejemplo. Nadie dijo que estuvieran coqueteando...
—¿Coqueteando? —la freno—. ¿De dónde sacas esas ideas? Es decir, sí es lindo, pero él sólo es mi profesor.
Entonces caigo en la cuenta. Él se fue por esa misma razón, le incomodó que nos vieran juntos porque para todos él es un ayudante, no un chico común con el que puedes relacionarte, y así debería ser también para mí.
—No es directamente tu profesor y, no has negado que es lindo.
—Y, no tiene nada de malo que te guste; al final, es un chico —concuerda Dana.
—Tal vez él no lo considera así —la interrumpo, con voz baja y sin poder quitarme de la cabeza el último pensamiento que cruzó por ella.
—¿Entonces es eso? —preguntan serias—. ¿Crees que está mal?
—Yo... no lo sé —ellas abren la boca para responder, pero me adelanto—. Deberíamos ir a clase ya, no quiero llegar tarde.