Llevo más de dos días postrado en esta cama por culpa de un torrencial aguacero que no da tregua a un sol ansioso por salir, pero no todo es malo. Ayer por la noche me di cuenta que no estaba tan solo como yo pensaba; la vela que estaba sobre el pequeño buró donde tengo parte de mi ropa delató con su luz a cada sombra que estaba paseándose esa noche por mi habitación. El reloj marcaba las once y quince y solo una de ellas seguia dando vueltas por la habitación; aquella sombra tenía algo que la hacía especial, comenzó a botar los libros que estaban sobre mi escritorio y no parecia darse cuenta que yo le estaba observando; aunque dudo mucho que hubiera sido diferente si lo sabía.
Después de quince minutos de divertirse desordenando mi habitación, aquella sombra desapareció, pero no sentí que así fuera. El sueño era escaso y para mi mala suerte la vida de aquella vela estaba a punto de terminar, pero no sin antes de delatar con su último suspiro el rostro de alguien que no se había ido, ese alguien permanecía atento junto al armario para ver todo lo que yo hacía, fue lo único que pude ver ya que aquella vela después de una larga agonía por fin murió.
Guardé un minuto de silencio en memoria de la única compañía que tenía (al menos eso es lo que yo pensaba) pero un sonido interrumpió mi dolor. Ingenuamente intenté buscar al responsable en la inmensidad de la oscuridad, pero no encontré nada ni a nadie, una vez más me había quedado solo. De repente pensé que botar mis libros al suelo no era tan malo como yo creía, al menos alguien quería llamar mi atención. Al verme solo y curioso de saber si alguien iba a custodiar mi sueño, hice lo que alguien como yo hubiese hecho en mi lugar. Intente hablarle a ver si aún estaba por ahí.
—Buenas noches caballero. Disculpe la poca cortesía de mi parte al no saludarlo con un buen apretón de manos como quizá amerita la ocasión. No es intensión mía incomodarlo pero, me preguntaba el porqué de su visita.
Pregoné un ensordecedor silencio con la esperanza de reconocer algún ruido o señal y así poder dormir tranquilo, pero la respuesta fue tan obvia que me hizo asustar; hubiese preferido cualquier otro sonido, pero no un inquietante silencio acompañado del tic tac del viejo reloj que cuelga cual reliquia en la pared de la habitación. El llanto desgarrador del cielo fue lo último que escuche antes de quedar profundamente seducido en los brazos de morfeo.
Por la mañana vi algo que me llamo mucho la atención. Los libros estaban sobre mi escritorio y junto a ellos una nota que decía:
Agradezco mucho sus palabras caballero; me temo que sus ojos o la poca luz que posaba en el pequeño ropero le jugaron una mala pasada.
Nos vemos esta noche.
Al leer la nota sentí un escalofrió que recorría por todo mi cuerpo, llegué a pensar que estaba volviéndome loco, pero al menos tenia una prueba que demostraba que no. Quedarme otro dia encerrado no era una opción, así que salí de casa para intentar distraerme un poco, después de todo no estaba lloviendo mucho como para salir a caminar. Como todos los sábados por la mañana, fui a desayunar al local de Doña Anita, le conversé todo lo que había pasado y me escuchó cada palabra que le dije y luego ella me contestó.
—¡Muchacho! Que no se te ocurra jugar con los espíritus, eso es más peligroso que un caldo de bolas a media noche.
—No sea exagerada Doña Anita. Mejor páseme por favor esos huevitos tal como me gustan.
—¡Entiende muchacho! La soledad es una mala compañía, te hace ver y sentir todo lo que ella quiere. No debes caer en eso.
—No me haga asustar, Doña Anita. Mejor venga y nos tomamos un cafecito y me cuenta qué hizo estos dias.
—¡Ay muchacho! Cuando será el día que hagas caso a los concejos que te doy.
Después de comer y charlar por una hora, me despedí de Doña Anita y caminé tres calles hasta llegar al parque para luego sentarme en una de las tantas bancas disponibles. Miré a mi alrededor y no habia casi nadie en el lugar, así que encendí un cigarrillo para relajarme y pensar en las palabras que me había dicho Doña Anita. Mientras más lo pensaba, más claro retumbaban en mi cabeza y quería creer que tenía razón, pero yo sé lo que vi, tenia pruebas para demostrar lo que estaba pasando; no le di más vueltas y dejé todo ahi.
No me había dado cuenta de lo tarde que era y de un momento a otro el cielo nuevamente se puso melancólico y dejo caer un par de lágrimas para anticipar lo que sería una una tarde llena de tristeza. Me levanté, encendí otro cigarrillo y caminé lo más rápido que pude antes que todo el aguacero cayera sobre mí. Cansado y con algo de suerte pude llegar a tiempo a casa, pero no todo era felicidad, la luz aún no regresaba y solo tenia un par de velas para iluminar mi habitación.
Mientras iba preparando la luz, que sería mi compañera, el cielo comenzaba a llorar y me hacia notar que hay intrusos en el tejado; las goteras volvieron aparecer y tuve que poner ollas y lavacaras esparcidas por todo el suelo, que más bien parecía un campo minado. Como no tenía nada pendiente por hacer, preparé una taza de café para luego recostarme a descanzar, al menos lo poco que pude estarlo, porque alguien llamaba a la puerta. Lo curioso de todo esto es que al abrirla no habia nadie, miré a los lados y al no encontrar nada decidí cerrarla, pero antes de hacerlo volví a escuchar que alguien tocaba y esta vez ya sabia con exactitud de donde venia el sonido. Alguien estaba esperando ser invitado a pasar, pero necesitaba que le habra la puerta del armario.