Fue un soleado día de febrero en que mi vida tomó un giro drástico, a mitad del segundo semestre una pequeña variable en nuestro día amenazó con acabar con nuestra rutina. Fue luego de medio día lo recuerdo bien, en que mi nombre fue pronunciado detalladamente por el señor David Juárez, director de la no muy prestigiosa academia Helsey... vaya porquería debo decir. Bajo la mirada de todos me atreví a salir de mi asiento desconcertada, cabe decir que aquél oxidado altavoz solo se le aportaba uso en aquellos hilarantes eventos de extra curso y muy rara vez era su uso en horario de clases. Abandone sin pensar la aburrida clase de la señorita Hason.
Dejando de lado las juzgantes miradas me dirigí al decadente segundo piso, en que se observaba a plenitud una lujosa oficina entre paredes deterioradas y un pequeño filtro a medias que me había encargado de destrozar yo cuando apenas era nuevo ingreso. Avancé con paso firme y me detuve en la puerta.
-¡¿Qué es lo que has hecho esta vez, Jess?!- escuche gritar a Mónica desde el otro pasillo llamando la atención de todo presente en ese lugar. En aquel momento no habia brisa alguna, solo una golpeante ola de calor que se apoderaba de todos y todo.
Golpee la puerta de la oficina tras encogerme levemente de hombros y enviarle una notable mirada de desconcierto a mi querida amiga. Con un grito apenas audible se me concedió el permiso para entrar, mi sensación de extrañez se hacía cada vez más grande, algo no me encajaba, y era que realmente no habría cometido acto alguno propio para merecer un llamado de atención esa semana y créanme que por aquel brazo roto un par de semanas atrás ya había recibido castigo. Ahora un poco más insegura me adentre en la habitación.
-¡Jessica querida! ¡Que gusto verte! Te estuve esperando, toma asiento por favor. – Un cordial saludo con una amabilidad excesiva proviniendo de un sujeto como él, causó un escalofrío que recorrió toda mi espalda, realmente el viejo tendía a ser bastante seco y actitudes como esas no se esperan a menudo. "Que ambiente tan ligero" pensé e incluso dude en si habría sido mi error al confundir oficinas, pero no era así y pronto descubriría el porqué de todo aquello.
Brillantes ventanas con cortinas acomodadas, un lujoso escritorio que el Sr. David cuidaba con su vida y no olvidemos el extravagante adorno de pared que chocaba con toda la estética de la habitación, esas eran las primeras vistas al entrar... aunque una serie de carpetas y documentos alborotados en manos del viejo terminaron de erizar mi piel. A aquel sujeto no se le había visto realizar papeleo desde que ingreso como director y que en pleno semestre se haya tomado la molestia no daba buena impresión. Entonces al adentrarme un poco más lo noté.
Allí estaba ella. Sentada con una sonrisa casi perfecta, una posición despreocupada y apoyando los codos al escritorio. Con unos sedosos mechones dorados que paraban en la rebeldía de ocultar parte de esos hermosos ojos verdes y, una serie de pecas que le otorgaban cierto aspecto de picardía e inocencia a su mirada... su mirada... sus ojos, esos hermosos ojos... aquellos que me sacarían sin saberlo de mis peores pesadillas.