Era un gran día para no hacer absolutamente nada, para mi mala suerte –que novedad–mi madre acudió a mí para pedirme que fuera a comprar todo lo que tenía ella en la lista de la compra. Según ella, estaba ocupada y no tenía tiempo para ir, mi padre se encontraba en el trabajo, y obviamente, no confiaba en mis hermanos, yo tampoco confiaría en Dylan y Adrian ni aunque tuvieran que vigilar a una piedra, no sé ni cómo lo harían, pero estoy segura de que la acabarían perdiendo.
Miro la lista, era bastante larga.
No tardo mucho en vestirme y me hago un moño desenfadado, cojo mi cartera y la lista de la compra. Por un momento pensé en utilizar el ascensor (que supuestamente ya estaba arreglado) pero después de la experiencia de ayer, prefería bajar por las escaleras.
De camino al supermercado volví a mirar la lista, había un par de cosas que no me cuadraban.
–Chocolate
–Helado de chocolate
–Batido de chocolate
–Las galletas que son redondas y se llaman Orio o Oroeo
No tenía que ser muy inteligente para darme cuenta de que eso lo habían escrito los mellizos, era fácil darse cuenta por su letra, por su obsesión con el chocolate y porque nunca se acordaban del nombre de las famosas galletas Oreo. Había sido un buen intento por su parte, pero obviamente no lo iba a comprar.
Me paseo por todo el supermercado metiendo en el carrito las cosas que estaban apuntadas en la lista (menos lo que habían apuntado Dylan y Adrian). Para mi buena suerte –eso sí que era una verdadera novedad– hoy no había mucha gente, a si que no tendría que hacer mucha cola, de hecho, cuando fui a pagar todo lo que había comprado, solo había una señora en frente mío que estaba acabando de pagar.
Cuando llegué a mi edificio, volví a subir por las escaleras, aunque me pesara la bolsa de la compra, no me volvería a arriesgar a quedarme encerrada, había tenido suficiente con lo de ayer, no quería que aquello se volviera a repetir.
Mis piernas ya me dolían y estaba tan cansada que parecía que había corrido todo un maratón, pero claramente no era así. Miré en que planta me encontraba, y tan solo estaba en la planta cinco, me quedaban otras cinco más. Eso fue una gran señal de mi cuerpo diciéndome que debía ir al gimnasio más a menudo. Por un momento me plantee en coger el ascensor, pero me volví a negar rotundamente, a si que decidí sentarme en las escaleras a descansar un rato para recuperar fuerzas y seguir subiendo. Apoyé mi espalda en la pared y estiré mis piernas, era increíble lo mucho que estaba sudando para el poco ejercicio que había hecho, a parte la bolsa de la compra no me facilitaba la subida. No pasaron ni dos minutos cuando empecé a escuchar pasos hacía donde yo estaba, y en pocos segundos pude ver quién era el que estaba bajando, era un chico, también pelirrojo, pero a este no lo conocía de nada. Él bajaba felizmente por las escaleras hasta que se topo conmigo.
– ¿Estás bien? –Me preguntó enseguida– parece como si hubieras estado corriendo durante tres horas seguidas.
–Bueno, pues te sorprenderás si te digo que estoy así tan solo por haber subido cinco plantas por las escaleras –reí nerviosa.
<< ¿He quedado como una patética total?>> Me pregunté mentalmente en el instante que le respondí eso a aquel chico pelirrojo el cual ahora me miraba con una sonrisa divertida.
– ¿Me lo estás diciendo enserio? Tienes la cara muy pálida para tan solo haber subido cinco plantas –él se ríe abiertamente.
–Debería ir más a menudo al gimnasio– digo más para mí misma que para él.
–Sí, la verdad es que esto es preocupante –él seguía riéndose, pero la verdad es que no me molestaba, de hecho me había caído bien.
Por un momento lo miré con atención, tenía un cierto parecido a Logan, a parte de su cabello pelirrojo, claro.
Yo me senté con la piernas para adelante para que el pudiera sentarse a mi lado, y así lo hizo.
–Eres hermano de Logan ¿Verdad? –Le pregunté.
–Sí ¿Te ha sido difícil darte cuenta? –negué con la cabeza.
–De hecho creo que sois los únicos pelirrojos en todo el edificio.
Aunque si me fijaba bien habían diferencias notables entre él y Logan. Su pelirrojo no era tan intenso como él de su hermano, el suyo era un tono más oscuro con algunos mechones castaños, y sus ojos no eran esmeraldas, eran un verde más claro con algunas manchas marrones. Las pecas no eran abundantes en su cara. Y la más importante, él no era un borde.
– ¿Ósea que ya conoces a Logan? –Preguntó él, yo, en respuesta, asentí con la cabeza– ¿Y qué tal te ha caído? Es que a veces puede llegar a ser muy indiferente y...
–Borde– lo interrumpí.
–Exactamente– soltó una risa, pero esta vez una suave, no como la de antes.
–Ah, y bueno... Soy Evelyn Bennett, un placer de conocerte –sonreí amistosamente.
–Marcos Meyer. Él placer es mío Evelyn.