A pies puntillas

Capitulo 3

Hay un café en la calle Durazno, a media cuadra de donde vivía mi abuela. No es el mejor ni el más bonito, pero tiene algo que me hace volver. Tal vez sea la música suave, los ventanales grandes, o que el mozo nunca me pregunta si quiero lo de siempre. Solo asiente con la cabeza y se va. A mí me gusta eso: que alguien entienda sin tener que explicar.

Eran las cinco de la tarde cuando entré. Lloviznaba un poco, esa llovizna inútil que no moja pero incomoda. Adentro, el calor era amable y olía a café recién hecho, a libro viejo y a madera húmeda.

Me senté en la mesa de siempre, al lado del ventanal. Tenía pensado leer algo, pero me quedé mirando la calle. Hay algo hipnótico en ver pasar gente apurada mientras uno se detiene. Como si por un momento pudieras salir del tiempo.

—¿Martín, lo de siempre? —dijo una voz conocida, con una sonrisa escondida en la entonación.

Levanté la vista. Tamara, la camarera, me miraba con esos ojos entre curiosos y divertidos. Había empezado a trabajar ahí hacía unos meses, y con el tiempo fue perfeccionando un tono que mezclaba complicidad con algo más.

—Sí, por favor —dije, devolviendo una sonrisa breve, sin saber bien si era por educación o por reflejo.

Se fue hacia la barra, y mientras la veía alejarse, no pude evitar notar cómo se giraba apenas al caminar. Nada exagerado, solo lo justo para que supiera que me había dado cuenta. Y lo hizo como quien lo hace seguido.

Tamara me cae bien. Tiene esa forma de hablarle a todos como si fueran parte de una historia más grande, como si el café fuese un escenario y ella supiera exactamente qué papel juega cada cliente.

Volvió con el café y un vaso de agua con gas.

—¿Estás escribiendo algo hoy o solo estás existiendo? —preguntó, dejando la taza con delicadeza exagerada.

—Creo que solo estoy existiendo —respondí—. Pero con estilo.

Ella rió, esa risa que suena más a aliento que a sonido.

—A veces eso es suficiente. Decime ¿Tenes algo que hacer está noche? Si no, déjame tu número debajo de la taza

Y se fue. Me quedé con la taza entre las manos, mirando cómo el vapor se enroscaba en el aire. Por un momento pensé que, si quisiera, podría jugar el juego. Dejar que Tamara se acercara más. Coquetear. Improvisar una historia que durara unas tardes o lo que durara la costumbre.

Tomé el primer sorbo del café. Estaba perfecto. Amargo al principio, suave después. Como esas cosas que no buscás, pero igual te encuentran.

En la noche me encontré con Tamara, me invitó a su casa, en la mesa había bife con papas y de fondo podía oler un pastel que tal vez intento hacer pero no le salió. Hablamos mucho más de lo que comimos, no prometimos amor ni mucho menos casamiento solo un poco de momentos inolvidables en la cena y lo que quedaba de la noche-madrugada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.