30 de noviembre, 2081.
Me mantengo oculto en las sombras y observo extasiado como mi plan marcha sobre ruedas.
Asier Leclercq y Aimée Duval están dentro del coche, disfrutando de la que será su última noche de pasión, ausentes de lo que está a punto de ocurrir.
Sonrío con malicia. Si hubieran utilizado algo de la inteligencia de la que tanto presumen gozar, se habrían percatado de que no fueron ellos los que decidieron reencontrarse, que todo fue obra de un tercero.
No hay prisas, el tiempo no es un problema, no cuando se está tan adentro en el bosque y tu presa no sabe que corre peligro. Así que me siento en el suelo y recargo mi espalda en el tronco de un pino, permitiéndoles seguir disfrutando unos minutos más.
Sus gemidos son escandalosos, pero no me molesta, no después de tantos años escuchando siempre el mismo sonido. Ah, pero qué recuerdos. Rememorar todos esos momentos de debilidad solo hacen que la adrenalina se apodere más rápido de mi cuerpo al saber que estoy a nada de cobrar mi venganza.
Mi sonrisa se extiende al imaginar los posibles escenarios que podrían desencadenarse apenas decida actuar. Sé que voy a tomarlos por sorpresa, se supone que nadie conoce su paradero, lo que hace más divertido el juego.
Observo mis manos extendidas frente a mí. Niego con la cabeza, deshaciéndome de ese deseo por verlos sufrir del mismo modo que me hicieron sufrir a mí, ver las expresiones de dolor plasmadas en sus rostros al sentir el ardor en su piel. Pero ésto no será más que un sueño frustrado, un deseo inconcebible.
Si bien mis poderes también me darían una gran ventaja sobre ellos, me recuerdo que no pienso utilizarlos, ya que eso solo les facilitaría las cosas a las autoridades cuando los encuentren. Por lo que, cuando decido que es momento de culminar mi plan, saco mi cuchillo de caza del bolsillo de mi pantalón y despliego la cuchilla.
Pierdo la vista en la cuchilla por un momento y, tras unos segundos, juego con ésta. Paso mi pulgar por el filo repetidas veces, teniendo cuidado de no cortarme. No queremos dejar evidencia, ¿no?
Me pongo de pie con lentitud y la sonrisa macabra nunca abandona mi rostro.
Todo lo que veo en mi mente es rojo, hasta puedo imaginar el olor metálico de la sangre, y estoy ansioso por volver ese escenario realidad.
—Hora de cazar.