A través de la mirada de un asesino

01| Huyendo

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24 de septiembre, 2081.

Han sido eternos días de viaje, y realmente ya estoy más que cansada. Primero, tomamos un vuelo a una ciudad que solo nos alejó más de nuestro destino y, a partir de ahí, todo ha sido un lento viaje en coche.

Tengo las piernas dormidas, pero me niego a pedirle a papá que detenga el coche para que pueda salir a caminar un poco y estirarme. Solo quiero que lleguemos de una maldita vez, y si seguimos deteniéndonos lo único que lograremos es alargar el tiempo que pasaremos en esta hojalata.

De manera discreta, estiro y recojo las piernas lo más que puedo sucesivamente, en un intento fallido por aminorar el molesto hormigueo. No funciona.

Suspiro resignada.

No sé estarme quieta, o quizás lo mejor sería decir que no me gusta, lo que hace que tampoco me gusten los viajes largos como este. Ni siquiera cuando leo me estoy en paz, muevo las piernas o cambio de posición cada tanto. Creo que apenas y cuando duermo.

Me acomodo en el asiento para ver el paisaje por la ventana, tratando de entretenerme con algo, pero francamente no hay nada interesante que ver. Por al menos la última hora todo lo que he visto a nuestro alrededor son árboles, árboles y más árboles. Lo peor es que ni siquiera es que sean distintos tipos de árboles para variar, todo lo que distingo son pinos.

Ah no, esperen, ahí va una manada de caribúes. Están corriendo en dirección opuesta a la nuestra. Me pregunto si ellos también huyen de algo, y de ser así, de qué.

—Cuando dijeron que nos mudaríamos a un lugar aislado, no creí que se referían a que literalmente estaba en medio de la nada.

No pretendía sacar a relucir mi estado de ánimo, pero mi tono sarcástico me ha delatado. Lo sé porque papá me da una mirada culpable por el retrovisor.

—¿Y? ¿Tendremos una casa al menos, o a partir de hoy dormiremos bajo la luz de la luna y las estrellas?

—Leisha.

—Como sea —corto la diatriba de mi madre—. ¿A qué hora llegaremos?

Se supone que ya estamos cerca, o al menos eso dijeron la última vez que me animé a abrir la boca, pero al pasar varios minutos sin obtener una respuesta, lo dudo. Así que busco mis audífonos en la mochila a mi costado izquierdo, dispuesta a escuchar música a todo volumen el resto del viaje. Con suerte y me quedo dormida.

Descanso el peso de mi cuerpo en la puerta del carro y cierro los ojos, permitiéndome pensar en todas las cosas que dejo atrás con cada kilómetro que avanzamos.

Sería grandioso imaginar una nueva vida allá, que las cosas serán realmente diferentes, pero dado lo poco que logré escuchar cuando hablaban pensando que estaba dormida, o que por traer los audífonos no les escuchaba, sería hacerme falsas esperanzas.

No sé si es el cansancio acumulado por las noches sin dormir o que por fin logro relajarme, pero no tardo mucho en sentir que el sueño me vence.

***

Me despierto a la par que papá estaciona el auto afuera de una casa de dos pisos que grita lujo y extravagancia.

—¿Qué carajos? —Bajo del auto para ver mejor la fachada de la casa, preguntándome internamente cómo fue que pudieron pagar algo así—. ¿No se supone que debemos pasar desapercibidos?

—Las cosas aquí son más económicas, y creímos que te gustaría.

Me giro para ver a mamá como si se hubiese vuelto loca. Oh, claro, me va a encantar andar todo el tiempo sola en una casa gigantesca. Ya me veo siendo el fantasma de la casa abandonada.

Entorno los ojos. No es un secreto para nadie que prefiero lo simple a lo extravagante, pero claro, lo sabrían si estuvieran más tiempo en casa, o al menos si el tiempo que lo están se molestaran en preguntarme por mi día y gustos en lugar de seguir trabajando y hacerme memorizar cosas que no me sirven de nada. A menos que quisiera cometer un crimen y burlar a la policía, en ese caso estoy más que calificada.

Niego con la cabeza y camino de vuelta al auto para bajar mis cosas. Me cuelgo la mochila en el hombro, y al ver que mi papá abre la puerta de enfrente con la intención de ayudarme con mis maletas, me apresuro a tomar ambas.

Para algunos puede no significar nada, pero ese es uno de mis métodos favoritos para demostrarles que estoy molesta con ellos. Hacer todo por mi cuenta. No es que me moleste hacerlo, sino que la vida que he llevado a hecho de mí una chica independiente, quizás demasiado, y esta es un forma sutil de demostrarles que estoy perfectamente bien sola.

Cierro la puerta del coche y me adentro en la casa sin mediar palabra con ellos.

Arrastrando las maletas recorro la casa de principio a fin, confirmando que esto es mucho más de lo que necesitamos. Ellos rara vez estarán presentes, prácticamente solo para dormir, y está claro que solo usaremos dos de los cinco dormitorios.

Dejo mis maletas en la recámara que encuentro más pequeña y comienzo a instalarme en lo que a partir de hoy llamaré hogar.

Dos horas más tarde ya he terminado de guardar todo en su lugar correspondiente, gracias a que un compañero del trabajo de papá se había asegurado de que la casa estuviera perfectamente amueblada para nuestra llegada.

Bajo las escaleras a la par que me meneo al ritmo de la melodía del piano reproduciéndose en mi celular.

Al llegar a la cocina mis ojos se abren como platos de la sorpresa y me detengo en el umbral de la puerta—. No llevamos aquí ni 24 horas, ¿y ya van a ir a buscarse más enemigos?

Abro y cierro ambas manos tratando de apaciguar la ira que siento en este momento, un ejercicio que noté me funciona de maravilla un par de años atrás.

Hace unos minutos me había propuesto hacer a un lado el enojo que sentía para con ellos por haberme arrebatado mi vida en San Francisco tan repentinamente y simplemente adaptarme a las cosas aquí. Mas verlos vestirse con esos uniformes azul marino y estar tan campantes después de lo que pasó, me saca de quicio.



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En el texto hay: misterio, poderes, suspeno

Editado: 21.09.2024

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