A través de la mirada de un asesino

12| Paranoia

big_55ac7942dde4478d552df913d560b81c.png

El tiempo pasaba rápido, ya estábamos en pleno noviembre. La temperatura había descendido considerablemente, pero claro, solo yo —y quizás mis padres—, que no estábamos acostumbrados a las bajas temperaturas de Canadá, lo resentimos.

Tengo que salir de casa en menos de 10 minutos si no quiero que Jaeger me deje aquí varada, pensando que algo me ha pasado y por alguna razón no me presentaré a clases, cuando el único motivo sería que tengo tanto frío que ni siquiera me animo a poner un pie fuera de la cama.

¿Es que podría ser víctima de la hipotermia?

Espero que no, porque la verdad es que estoy muy cómoda con mi salud al cien.

Veo las manecillas del reloj colgado en la pared moverse, los segundos siguen pasando, con ellos los minutos. El tiempo jamás se detendrá por más que lo deseemos. O al menos no lo hará si no eres tauro, porque ellos sí que pueden jugar con el tiempo, o al menos ralentizarlo.

Me pregunto qué tanto afectan las alteraciones que hacen al tiempo, sus consecuencias, dado que nadie se percata de las modificaciones que hacen más que el causante; si el tiempo solo puede ser manipulado por una persona a la vez o por más, cómo funcionan esas alteraciones.

Bufo molesta conmigo misma al volver a ver la hora en el reloj. Me queda un minuto, y yo estoy más concentrada en divagar en mi mente que en salir de una vez por todas de la cama.

No es como que si Jaeger espera por mí, o si me fuese caminando, no alcance a llegar. Pero en definitiva la segunda opción está más que descartada, ni loca voy a andar en el frío tan temprano. No quiero convertirme en una paleta andante. Y la primera opción, pues, si es que llega a esperarme, lo hará máximo por unos 5 minutos más, y dudo que esté lista en tan poco tiempo.

Decido que es mejor resignarme y faltar a clases. Ya me las apañaré después para conseguir el material que verán hoy.

Me cubro con la cobija casi por completo, solo dejando descubierta la nariz y los ojos. Revoloteo las pestañas con cansancio, anoche me desvelé hablando con Tessa. No nos poníamos de acuerdo en si la espiritualidad está relacionada o no a la práctica de alguna religión y, tras unas cinco horas al teléfono, seguimos sin llegar a ninguna conclusión.

No me he visto en un espejo, pero tampoco necesito hacerlo para tener la seguridad de que hay un par de ojeras adornando mi rostro, anunciando al mundo que no he logrado dormir lo que mi cuerpo exige.

Estoy a nada de quedarme dormida, hasta puedo imaginarme feliz en el país de los sueños, incluso logro visualizar una escena en la que conozco a uno de mis cantantes favoritos y que, mágicamente, éste presenta interés en mí.

Las comisuras de mis labios se estiran hacia arriba, dándole forma a una sonrisa bobalicona a la par que me acurruco mejor en mis cobijas. Suelto un suspiro y siento mis músculos destensarse en la comodidad de mi cama.

Pero, cómo no, el sonido emitido por mi celular, anunciando una llamada entrante, viene a hacer de las suyas.

Mi ceño se frunce con molestia y tiro de las cobijas hasta que me cubro los oídos con éstas para amortiguar el sonido, a la par que suelto un quejido. Me relajo cuando la letra de la canción que tengo como tono de llamada cesa, pero mi felicidad no dura mucho, porque si acaso pasa un segundo cuando vuelve a sonar.

Bufo exasperada y pataleo para sacarme las cobijas de encima.

El teatro que estoy haciendo seguro que se vería cómico para terceros, pero a mí no me hace nada de gracia que me hayan interrumpido de mi sueño.

Camino en dirección al tocador, maldiciéndome internamente por no haberme puesto las pantuflas y, en su lugar, ir descalza.

El frío del suelo traspasa mis calcetines y cala mis huesos, pero el orgullo mezclado con el coraje que siento, me impiden regresar dos pasos para calzarme. De manera que tomo mi celular y, aguantando las ganas de estornudar, me regreso a la cama, justo cuando comienza a sonar por cuarta vez consecutiva.

—¿Qué? —demando con brusquedad.

—Wow, tranquila nena. —El tono de voz burlón me anima a cortar la llamada, pero antes de que lo haga agrega—: Parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo, y demasiado tarde, he de aclarar.

—¿Qué quieres Christian?

—Me ofendes, ¿sabes? No puedo creer que solo por esto he dejado de ser Chris para volver a ser Christian.

Juro que hasta puedo imaginarlo llevándose una mano al pecho indignado.

—No estés de resongón, si alguien aquí tiene derecho a quejarse soy yo, acabas de despertarme.

—Hablando de eso, tu novio me escribió, deja te mando la conversación. —Frunzo el ceño. ¿Desde cuándo se supone que tengo novio?—. Cree que estás molesta con él.

Abro la boca para preguntar de quién habla, pero antes de que emita cualquier sonido una nueva notificación salta en la pantalla.

Doy clic en el mensaje, generando que la aplicación se abra, más específicamente mi conversación con Chris.

Pulso la screenshot que resalta en la pantalla para ampliar la imagen, y prosigo a leer su contenido. Es una conversación entre él y Jaeger, o al menos eso supongo, de hace como 10 minutos.

Mr. Fire: ¿Wright ya está en la escuela?

Christian: A menos que la hayas dejado en la escuela y te hayas vuelto a ir no veo forma en que ella ya esté aquí

Mr. Fire: Mierda

Christian: Qué hiciste cabrón

Mr. Fire: Tengo 20 minutos afuera de su casa, y no me coge el teléfono

Llámala por mí.

—¿Por qué Mr. Fire?

—¿Ya olvidaste cómo casi le prende fuego a mi casa porque lo hice rabiar? —Me es inevitable no soltar la carcajada—. De no ser por ti yo creo que justo ahora estaría durmiendo bajo un puente.



#2300 en Thriller
#827 en Ciencia ficción

En el texto hay: misterio, poderes, suspeno

Editado: 21.09.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.