17 de noviembre, 2081.
—Y recuerden, tienen toda la semana para entregar el permiso firmado por sus tutores.
Repite el director, terminando con ese odioso comunicado que recita cada vez que llega mediados de noviembre, la fecha del campamento.
Año con año, siempre es la misma retahíla. Inicia con una serie de reglas absurdas que ya todos conocemos al pie de la letra, las cuales, deberían mantenernos a salvo. Luego, prosigue con las largas y aburridas razones por las que debemos aprovecharlo al máximo, lo mucho que fomenta el compañerismo y demás valores. Y termina pronunciando la misma lista que ya nos ha sido entregada en los salones de dominio con todas las cosas que debemos llevar con nosotros y las que están prohibidas, así como las normas que debemos seguir estando allá.
Dejo de jugar con la liga en mis manos cuando percibo que el grupo de chicos delante de mí se ha puesto de pie. Aguardo en mi lugar durante un par de segundos antes de seguirlos, dejando siempre entre nosotros un par de centímetros.
Leisha insiste en hacerme pasar tiempo con sus amigos pero, francamente, no me interesa, y sé que a ellos les incomoda mi presencia, salvo a Christian, que ya se acostumbró a mí.
Miro con desinterés a mi alrededor, sabiendo que mi actitud contrasta con la de todas las personas aquí, las cuales saltan de un lugar a otro entusiasmadas por el campamento.
Llevo ambas manos a los bolsillos del pantalón y me dejo guiar por el grupo de chicos entre los pasillos, manteniendo mi vista fija en la pequeña acosadora.
No es necesario aclarar que no me interesa la conversación que mantienen y que, por lo tanto, no le estoy prestando atención, con todo, alcanzo a escuchar perfectamente lo que dicen. En especial cuando comienzan a gritar porque Leisha luce tan poco entusiasmada como yo.
—No entiendo por qué están tan emocionados. Es solo un campamento.
El grupo se detiene en seco, obligándome a hacer lo mismo.
Ruedo los ojos al cielo enfadado, aunque inevitablemente la comisura de mis labios se estira ligeramente para formar una sonrisa ladeada. Cualquier cosa que tenga que ver con Leisha logra sacarme sonrisas de una u otra forma.
—Tienes que estar bromeando —exclama Payton.
Ella y sus amigos lucen tan indignados y asombrados a partes iguales por algo tan sin sentido, que me parecen ridículos, pero en fin, cada quien.
Chris se atraviesa entre Nenúfar y mi reciente —y favorita—, adicción. Lleva uno de sus brazos encima de sus hombros para acercarla a él, mientras que con la otra mano hace ademanes exagerados a la par que habla.
—Permíteme orientarte —dice con solemnidad—. No es cualquier campamento, es el Deadly kiss camp, el mejor campamento en la historia de Closwell.
Leisha se tensa ante su contacto, lo cual me resulta extraño, dado que él es su mejor amigo aquí. Estoy por acercarme aún más a ellos para asegurarme de que todo vaya bien, cuando ella voltea a verme sobre su hombro. Es entonces cuando lo entiendo, y de alguna forma eso duele.
Retrocedo instintivamente.
Ella no... ella no puede tener esa imagen de mí.
Siempre me he mostrado accesible con ella —incluso sentimentalmente hablando—, y pocas veces me he mostrado violento delante de ella. Pero nunca le he dado indicios de ser una persona celosa y posesiva, y no porque quiera pintarme como un santo, sino porque no lo soy. Si yo mismo aborrezco a esa clase de gente.
Así que sí, descubrir que teme que golpee a Chris por ser tan afectuoso con ella, me descoloca.
Niego con la cabeza y acelero el paso. Los rodeo, al igual que hago con el resto de los estudiantes para dirigirme a la salida del instituto.
No tardo en llegar hasta donde dejé aparcada la moto esta mañana. Me monto en ella y la enciendo evitando pensar en que llevar a Leisha a mi casa se ha vuelto parte de mi rutina.
Al alzar la vista me encuentro con Leisha saliendo despavorida del edificio. Mueve la cabeza de un lado a otro con urgencia, es claro que está buscándome. En el momento en que sus ojos marrones chocan con los míos, veo reflejada la culpa, y no solo en ellos, también en la mueca de tristeza que ha nublado su particular rostro alegre.
Insegura, da un par de pasos en mi dirección.
Vuelvo a negar con la cabeza, aunque esta vez no es para despejar mi mente, sino para expresarle que no quiero que se acerque. Necesito estar un momento a solas.
Pongo en marcha la motocicleta, sin tener un destino en mente, o eso creía, hasta que me percato de a dónde he manejado todo este tiempo inconscientemente.
Aparco la moto donde el camino se acaba, me bajo de ésta y doy un par de pasos en dirección al lago, que justo ahora se encuentra congelado.
A mamá le encantaba este lugar, era su favorito de todo el pueblo. Siempre que le preguntaba el por qué, me respondía que desde niña le gustaba el contacto con la naturaleza, estar uno a uno con ella.
Nunca le cuestioné, y seguí viniendo prácticamente día a día con ella para verla feliz aunque sea por unos míseros minutos.
Pero ahora estaba sintiendo las cosas diferentes, ya no creía que las palabras de mamá eran del todo sinceras. En realidad pensaba que desde que se enteró de la verdad, tuvo algo de suicida.
No venía porque realmente le gustase el paisaje, sino porque esperaba morir a manos de la naturaleza misma.
Mil y un interrogantes nublan mi mente. Durante un tiempo para acá comenzaba a creer que tenía el control sobre muchas cosas, pero una vez más la vida se encargaba de mostrarme que nunca he tenido realmente la menor idea de lo que venía sucediendo.
¿Cuánto tiempo estuviste deseando tu muerte?