30 de noviembre, 2081.
Lograr que Aimée Duval sobrevolara el Atlántico por reencontrarse con Asier supuso todo un reto. Pero, finalmente, los tendría a ambos en mi territorio y podría acabar con ambos a mi antojo.
La Luna está en el punto más alto en el cielo, es Luna llena, logrando así iluminar aun más el escenario que se reproduce bajo su cobijo.
Permanezco recostado en mi cama sin preocupaciones, lanzando al aire y atrapando una pelotita de goma mientras escucho Toccata and Fugue In D Minor, de Bach.
Una sonrisa se extiende en mi rostro y me siento como un niño en navidad que está ansioso por abrir sus regalos, y es que en unos minutos tendré la dicha de abrir el premio gordo.
Extiendo la mano y tomo mi dispositivo móvil de la mesita de noche cuando éste comienza a sonar con otra de mis canciones favoritas, Claro de luna, de Beethoven.
Apago la alarma y comienzo a prepararme para la función.
Me visto completamente de negro, incluyo en el atuendo un pasamontañas que conseguí en rebaja en la ciudad hace un par de días. Calzo mis pies con unas botas de caza del mismo color.
En cuanto termino de vestirme jalo la mochila que está debajo de mi cama y meto un par de cosas, entre ellas una pistola USP de 9mm que no tengo contemplado usar, un cuchillo de caza, una cuerda y unos cuantos juguetes más.
Termino al tiempo justo en que el celular vuelve a reproducir la canción, anunciándome que es hora de partir.
Me cuelgo la mochila al hombro y bajo las escaleras de mi casa en dirección al porche. En el camino tomo las llaves del auto.
Abro la puerta, siendo las ráfagas de viento lo que me reciben fuera. Ignorando el temblor de mi cuerpo en lo que me acostumbro a las bajas temperaturas me subo al coche y arranco.
El camino en el auto me parece demasiado corto, aun cuando he tenido que salir del pueblo y manejar durante media hora más para acercarme al punto de encuentro que han fijado.
Estaciono el coche a la orilla de la carretera y me bajo. Cierro la puerta del conductor y abro la trasera para sacar mi mochila, me la cuelgo al hombro y me aseguro de dejar el auto bajo llave antes de echarme a andar en dirección al bosque.
Hago mi recorrido en silencio, cuidando lo más posible donde piso y agradeciendo que el cielo esté mayormente despejado para no tener la necesidad de utilizar una linterna.
No sé cuánto tiempo paso buscándolos, pero finalmente escucho unas voces en la lejanía.
Recorro el último tramo a hurtadillas y, cuando considero apropiado, me detengo.
Me mantengo oculto en las sombras y observo extasiado como mi plan marcha sobre ruedas.
Asier Leclercq y Aimée Duval están dentro del coche, disfrutando de la que será su última noche de pasión, ausentes de lo que está a punto de ocurrir.
Sonrío con malicia. Si hubieran utilizado algo de la inteligencia de la que tanto presumen gozar, se habrían percatado de que no fueron ellos los que decidieron reencontrarse, que todo fue obra de un tercero.
No hay prisas, el tiempo no es un problema, no cuando se está tan adentro en el bosque y tu presa no sabe que corre peligro. Así que me siento en el suelo y recargo mi espalda en el tronco de un pino, permitiéndoles seguir disfrutando unos minutos más.
Sus gemidos son escandalosos, pero no me molesta, no después de tantos años escuchando siempre el mismo sonido. Ah, pero qué recuerdos. Rememorar todos esos momentos de debilidad solo hacen que la adrenalina se apodere más rápido de mi cuerpo al saber que estoy a nada de cobrar mi venganza.
Mi sonrisa se extiende al imaginar los posibles escenarios que podrían desencadenarse apenas decida actuar. Sé que voy a tomarlos por sorpresa, se supone que nadie conoce su paradero, lo que hace más divertido el juego.
Observo mis manos extendidas frente a mí. Niego con la cabeza, deshaciéndome de ese deseo por verlos sufrir del mismo modo que me hicieron sufrir a mí, ver las expresiones de dolor plasmadas en sus rostros al sentir el ardor en su piel. Pero ésto no será más que un sueño frustrado, un deseo inconcebible.
Si bien mis poderes también me darían una gran ventaja sobre ellos, me recuerdo que no pienso utilizarlos, ya que eso solo les facilitaría las cosas a las autoridades cuando los encuentren. Por lo que, cuando decido que es momento de culminar mi plan, saco mi cuchillo de caza del bolsillo de mi pantalón y despliego la cuchilla.
Pierdo la vista en la cuchilla por un momento y, tras unos segundos, juego con ésta. Paso mi pulgar por el filo repetidas veces, teniendo cuidado de no cortarme. No queremos dejar evidencia, ¿no?
Me pongo de pie con lentitud y la sonrisa macabra nunca abandona mi rostro.
Todo lo que veo en mi mente es rojo, hasta puedo imaginar el olor metálico de la sangre, y estoy ansioso por volver ese escenario realidad.
—Hora de cazar.
Saco mi celular del bolsillo de mi pantalón para poner Toccata and Fugue In D Minor. No me preocupa el sonido, tampoco cuando lo subo al máximo, porque sé que nadie podrá oírlo.
Dejo la mochila aquí, porque llevarla conmigo solo la haría un peso extra y me echo a andar cuchillo en mano en dirección al auto de Asier.
El hombre luce extrañado, al igual que la mujer, que apenas perciben el sonido de la sinfonía mueven la cabeza de un lado a otro en busca de su origen.
Demasiado tarde, pienso al llegar a su lado.
Hago un puño con la mano derecha y toco el cristal de la ventana del conductor para que bajen el vidrio.
El rostro de Asier es todo un poema, luce furioso porque alguien ha osado entorpecer sus planes, seguro pensaba que se acababa de cargar a la policía o algo por el estilo, porque apenas me ve, se vuelve pálido.