—Solo somos nosotros dos —respondió Brian con una sonrisa. — Pasaremos una gran noche. Después de una ardua jornada de trabajo nada mejor que relajarse en fin de semana… ¿no?
Un extraño vacío se asentó en la boca de su estómago. Dolores se sentía confundida y algo fuera de lugar. ¿Por qué Brian la invitaría solo a ella con la excusa de una barbacoa en grupo?
¡Ah! La vida era un arma de doble filo. ¿Es que justo ahora a él se le ocurría mostrar algo de interés en su persona? ¿Ahora que ella estaba casada con el jefe de la compañía en la que ambos trabajaban?
—Si, una semana complicada —respondió en automático. —Pensé que habías dicho que sería una cena con nuestros compañeros de trabajo. Una barbacoa para celebrar la inauguración de la casa. ¡Por eso traje dos botellas de vino!
Él detuvo sus movimientos, un pesado silencio entre los dos que fue roto por el sonido del corcho saliendo de la botella.
—No recuerdo haberte dicho que invitaría a los chicos del trabajo —contestó Brian algo molesto. Tenía la leve impresión que su noche no marcharían del todo bien como la tenía planeada. La contraparte de su idílica cena no se veía extasiada como él esperaba. —Cuéntame que tal tu semana —tomó la botella y leyó la etiqueta para no parecer tan decepcionado. —¿” El pequeño Baron” te lo está haciendo muy difícil?
Dolores trago grueso. ¿Cómo contestaba a esa pregunta? Hasta hace un par de días atrás su jefe se comportaba de forma profesional y distante, pero desde que habían llegado a ese raro acuerdo él…
—Nicholas es todo un caballero, un sol… —al instante se arrepintió de usar esas palabras. —A diferencia de su padre que… ahhhgg —su cuasi confesión se vio interrumpida por el líquido borgoña siendo derramado en sus ropas.
Dolores entornó sus ojos y vio que Brian sostenía la botella con una mano y una copa con el otro. ¿Qué le había pasado?
—¡Que idiota! Lo siento tanto.
Brian dejó la botella a un lado y tomó un par de toallas de papel del rollo sobre la encimera. Sin dudarlo arremetió contra ella a consciencia y sin detenerse a preguntar antes si podía hacerlo. Él secó, tocó y acarició su curvilíneo cuerpo en el trayecto que demoró el papel en absorber el poco vino que la tela no había podido.
—Espera… ¿Qué… que haces?
—Dolores… —murmuró él siguiendo un camino hacia sus pechos. Sus manos imitaron dos círculos perfectos al acariciarlos. Sí, ella era exquisita como lo presentía. —Lo lamento tanto… —y una de las servilletas de papel tanteo el borde de su pantalón.
Stop. Las alarmas ya no sonaron en su cabeza, sino que se fundieron de un cortocircuito por la sobrecarga de las mismas.
Pero ella no podía, ni siquiera dejar que la tocara. Ante todo, Dolores era una mujer integra y con valores. Ella sabía que si dejaba que él continuara con su asedio terminaría rindiéndose a esos placeres que ya casi no recordaba, pero que ahora sabia no necesitaba.
El diablillo en su hombro, aquel que era más poderoso que aquella versión angelical que le daba a su consciencia le decía que lo hiciera, que se rindiera y probara de que estaba hecho el espécimen masculino que se venía adueñando de sus fantasías hacia años.
“—No me gustaría que volvieras a casa sola.” Una masculina voz sonó en el fondo de su desastrosa cabeza, junto a un par de ojos ámbar y una sonrisa que rara vez se dejaba ver.
Sí, ella no era una mujer libre. Había alguien esperando en casa para compartir una vida “por contrato” y que no se merecía las consecuencias de lo que ella pudiese hacer con Brian por un calentón esporádico.
Él era un hombre casado, que no tenía las bolas para divorciarse definitivamente de la mujer que le hacia la vida de a cuadritos y que pensaba pasar un buen rato con la tonta de turno.
Pues no señor. Dolores Martin se respetaba lo suficiente para saber que ella no sería segundo plato de nadie. Ni ahora, ni nunca.
—No… Brian… detente—dijo alejándose de su toque, pero él parecía no querer oírla. —¿Qué sucede contigo?
—¿Eh? —él siguió acariciando su cuerpo y apresándola contra la encimera. —Vamos, si los dos sabemos que esto era cuestión de tiempo. Ambos lo queremos.
Como una pesada carga de agua helada la realidad cayó en su espalda. ¿Qué acababa de decir?
— No. Brian, aléjate —empujó otra vez y esta vez si logró separarlo. Se miró la polera cuello alto color mostaza toda arruinada por el vino, sus jeans no habían tenido un destino mejor—Yo no quiero esto contigo… —refutó. —No ahora, eres un hombre casado y yo… yo también soy una mujer casada.
Brian la miró seriamente analizando su lenguaje corporal. Ya sabia que su estado civil podría enfriar la situación, pero creía que las cosas ya estaban lo suficientemente caliente con su compañera de trabajo como para poner demasiadas trabajas. Sin embargo, ella acaba de decirle algo que lo sacó completamente de juego.
Descolocado ante sus palabras y su actitud infranqueable decidió jugar su ultima carta;
—¿Estas bromeando conmigo? —hizo un bollo de papel con las servilletas que tenía en sus manos. Tenía que hacer algo para no volver al ataque. No quería problemas con alguien de la compañía, lo que menos necesitaba eran más dramas de juzgados o una denuncia por acoso sexual. —Vamos, has estado tras de mi desde que empecé a trabajar en Baron Industries. He visto como me miras —y para rematar la situación que asemejaba a un niño encendiendo un fuego artificial, lanzó con soltura— Si estas casada, eso quiere decir que te mal atienden en casa. ¿O soy más interesante que tu maridito?
Dolores apretó con tanta fuerza las uñas en las palmas de sus manos que estaba segura que dejarían marca. La bilis subió por su esófago al oírlo hablar como un cretino.
¿Qué se creía ese estúpido? ¿Que por sentirse atraída por él estaría a su disposición como si fuese una oferta de supermercado?
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Editado: 31.05.2020