—Cierra la boca o se te entraran las moscas —aconsejó Dolores, entre risillas, a su amiga que no dejaba de ver los alrededores con una expresión fascinada. Ella no se encontraba mucho mejor, pero debía guardar las apariencias. ¿Para quién? No lo sabía, pero le gustaba sentirse “habituada” a los lujos y comodidades de la vida de su esposo.
El chofer que manejaba el auto propiedad de los Baron, estacionó en la puerta de ingreso del Centro donde tratarían a Laurie. Bibi sintió como un hoyo negro se asentaba en su estómago, producto de la ansiedad y el anhelo de ver a su pequeño recuperado.
—No te preocupes Bibiana —le dijo Daniel, el amigo de Nicholas, ayudando a que bajase del auto. En sus brazos tomó a Laurie al que parecía simpatizarle mucho, incluso en el viaje se había mantenido entretenido a su lado cuando la avioneta atravesó una zona de turbulencia. —Si necesitas algo, con gusto yo te ayudaré. Al fin y al cabo, que no tengo nada más que hacer aquí.
—Se agradece tu voluntad—contestó ella de vuelta siendo sarcástica. —Y mi nombre es Bibian, no Bibiana.
—Lo mismo tú me entiendes—restó importancia Daniel. —Ya lo sabes —le guiñó, —lo que quieras aquí me encuentras a tus servicios.
Nicholas tomó la mano de su esposa en un claro gesto de apoyo. Ella se encontraba igual de nerviosa que la madre del pequeño fan del hombre araña.
Una vez llegados a la recepción el mutismo tomó a sus primeras víctimas. Dolores y Bibi palidecieron y el joven empresario se hizo cargo de la situación. Una parte de su cerebro trajo a colación una cantidad innecesaria de memorias que creía haber enterrado en el fondo de sus recuerdos.
—Welcome to the Stanford Cancer Center. How can I help you? —saludó amable la recepcionista del lugar.
—Ah, yes —Nicholas tomó la carpeta que Dolores tenía en su mano. — We have a control appointment. She is Bibian Denis and her little baby, Laurie. They had already talked with Doctor Eros Brusellas.
La joven oyó lo que Nicholas le decía y cotejaba los datos en su computador. Ella divisó y saludó educadamente al director del Centro que parecía ir de salida. Él a su vez, reparó en el hombre que hablaba con la recepcionista.
—¿Nicholas? —preguntó. —¿Nicholas Baron?
El cuarteto se giró ante la voz y el idioma familiar con el que el hombre hablaba.
— Veo que no me recuerdas —se acercó. — Soy el doctor Geola. Los años no nos han afectado de la misma manera quisiera destacar —bromeó con calidez.
Él jamás olvidaría al pequeño Baron rogándole en la puerta de su consulta para que salvara a su madre. Fuese cual fuese el costo.
—¿Efraín? —dijo Nicholas después de un rato. —¿Trabajas aquí ahora?
Sí. Las memorias del pasado habían regresado y con fuerza. Ahí estaba el médico de cabecera de su madre nueve años atrás.
El doctor Geola se acercó al grupo y saludó a los demás, presentándose.
—Me dedique a la oncopediatría* hace un par de años —explicó de forma simple un cambio de especialización tan grande como el que había hecho. — Contestando a tu pregunta no, no trabajo aquí. Soy el director del Centro —miró a la recepcionista que ya tenía corroborados los datos que Nicholas le había entregado. — Thanks Hanna, they’ll come with me. Síganme por aquí.
Dolores tomó la mano de su esposo, como él había hecho minutos atrás, y la apretó con fuerza. Nicholas no lo había notado hasta ese momento, pero todo su cuerpo se encontraba en tensión y el tacto gentil y firme de su esposa lo trajo de regreso al presente.
—¿Estas bien? —preguntó ella apegándose a su cuerpo. Él asintió casi imperceptiblemente y su expresión se tornó insondable. Daniel los ojeo desde la pequeña distancia que mantenía al ir al lado de Bibi y con Laurie en brazos.
—Estoy bien.
Nicholas debía recordarse que era un adulto de casi treinta años y no un adolescente desesperado por perder lo más valioso que tenía en su vida.
El doctor se llevó a solas a Bibi y Dolores, para explicarles en detalle en que consistía el tratamiento para el neuroblastoma renal que Laurie tenía. Nicholas y Daniel estaban sentados en la sala de espera afuera de la habitación que le sería otorgada a Laurie.
—Khalil llegó ayer a la ciudad —confesó Daniel a su amigo poniéndolo al corriente de lo que se avecinaba en la vida de ambos. —Me dijo que lo llamaras cuando llegases para poder continuar con el circo este de los socios extranjeros.
Nicholas asintió, pero no prestó atención al tono condescendiente con el que su amigo había hablado. Sí, los socios cataríes eran la excusa estúpida que había inventado meses atrás para orillar a Dolores a formar parte de la venganza contra su padre y ella misma. El préstamo había resultado una tonta, pero muy útil coincidencia.
—¿Catalina lo sabe? ¿Vas a decirle que él está aquí? —preguntó y Daniel negó. Él no cometería el mismo error dos veces. —Ella es una adulta, deberías dejar que sea ella quien decida…
Daniel mostró una faceta que raramente enseñaba, la de “no te metas con lo que he decidido”.
—Hablé con Khalil, él entiende que lo mejor para Cata es que mantenga su distancia. Ya ha aceptado que la realidad de sus diferencias supera las expectativas de cada uno y me ha prometido mantener su palabra. Al fin entendió que ellos no pueden…
Un grito fuerte los alertó. Laurie lloraba en toda regla y Daniel fue el primero en correr a su auxilio. Nicholas lo siguió.
Una de las enfermeras, que estaba en la puerta de la habitación al lado de Dolores, intentó decirles que no podían ingresar allí, pero fue difícil frenar a dos hombres adultos y fuertes.
En una camilla Bibi sostenía a su pequeño hijo mientras le era colocada a duras penas una vía intravenosa en su pequeño brazo. Laurie estaba vestido con un pantaloncillo corto y una bata estampada con el rostro de su superhéroe favorito.
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Editado: 31.05.2020