“—Las clases opcionales no son muchas — había refunfuñado un Nicholas de quince años frente a su madre. —Equitación hace años que practico, esgrima ídem y ¿Pintura? — resopló aburrido. —Debo elegir una para completar mi currícula, mamá.
Lourdes Baron se acercó a su amado dolor de cabeza. Ella había estado esperándolo para tomar el té de la tarde. Una costumbre que él había adoptado desde pequeño.
—Podrías inscribirte en alguna que te ayude para el futuro —contestó tomando entre sus manos el folleto que él ojeaba sin ganas. — ¿Qué tal “Parfumerie”*? Podrás hacer tu francés más fluido y la próxima vez que viajemos a Francia estaré gustosa de llevarte conmigo a un tour de perfumerías.
—¿Y de que me serviría? —le contestó su hijo de vuelta. Ah, ella sabía que su pequeño sería un cascarrabias en el futuro. —Papá me obliga a hablar en francés y alemán cada vez que dejamos el país. Y contigo iría hasta el fin del mundo, mamá.
¿Cómo se suponía que refutaba a eso? Ella, simplemente lo adoraba.
—A cualquier mujer le gustaría que su hombre supiese diferenciar un buen aroma de alguna imitación…—intentó con ese argumento a sabiendas de que su retoño no se veía en absoluto interesado por sus compañeritas del colegio.
—¿A ti te gustaría mamá?
Ella le sonrió.
—Claro que me gustaría. Hagas lo que haga sabes que mamá siempre estará orgullosa de ti.”
Nicholas volvió al presente y suspiró sintiendo a la mujer entre sus brazos. Dolores se había calmado después de llorar hasta el cansancio. Ahora miraban en silencio el techo de su habitación.
—¿Estas dormido? —preguntó ella con voz ahogada ya que se encontraba a gusto reposando sobre el firme pecho de su esposo. Él negó con un simple sonido de su boca. —Lo lamento —se disculpó sinceramente Dolores, —no era mi intención avasallarte con todos mis traumas. Me gustó mucho tu obsequio.
Nicholas se encogió en su sitio. Él no se sentía merecedor de los hermosos sentimientos que su esposa tenía. ¿Cómo hacia ahora para volver el tiempo atrás? ¿Cómo podía salir indemne de esta situación?
Peor aún, ¿Quería él realmente olvidar todo, incluyendo a su esposa?
—No tienes porqué disculparte, Dolores —respondió con monotonía. Nicholas quería huir o esconderse, pero no tenía el coraje para largarse después de que su esposa le contase sobre su triste pasado. — Me siento honrado al conocer un poco más sobre tu vida.
Mentiroso. Se dijo una y otra vez. Mentiroso y embustero.
Dolores suspiró profundamente. Se sentía aliviada de encontrar un equilibrio entre la paz de su alma y la comodidad de su cuerpo al tocar a Nicholas.
—Yo… —dijo ella con timidez. —Es decir, me gustaría…
—¿Estas mejor? —preguntó él cortando su intento de desahogo. —El plan no era tenerte toda acongojada y triste —Nicholas pasó su lengua por sus labios humedeciéndolos en un movimiento que a Dolores se le antojó sexi. — Yo solamente quería que…
Ella lo acalló justo a tiempo para no tener que ensuciar ese momento con sus mentiras.
Dolores acarició los suaves labios de Nicholas con las yemas de sus dedos y él se dejó hacer. Era tan guapo y se veía tan triste que ella quiso hacer algo para aliviar su incomodidad.
Dolores estaba segura de que su intención no había sido tenerla llorando y toda emocional la primera noche que pasaban juntos. Es decir, aquella noche con posibilidades más allá de las conocidas hasta el momento. Las de disfrutar un par de capítulos de su serie favorita, y luego despedirse para cada uno ir a su estéril y fría cama.
—Conoces esa teoría de que cuando una mujer combina su ropa interior es porque planea tener una noche especial con su hombre…— sonrió consiguiendo toda la atención de las irises color ámbar hacia su persona, —¿Quieres adivinar si mi ropa combina, Nicholas?
Nicholas la miró fijamente a los ojos y lo que sea que pasó por su cabeza lo hizo de manera fugaz. Él asintió entusiasta y giró sus cuerpos quedando sobre ella. Dolores pudo sentir entonces la diferencia entre las durezas del cuerpo de su marido, que se cernía sobre ella, y la suavidad del colchón a su espalda. Él besó con fuerza sus labios provocando un ardor exquisito.
—Tendremos que averiguarlo —dijo con voz grave. Él acaricio el contorno de su tórax con un movimiento suave y fluido para quitar el suéter de hilo que ella utilizaba. Allí tenía un regalo del cielo al ver que su vestido era abotonado con tachas en la parte delantera y que la falda no hacía mucho por cubrir sus generosos muslos amontonándose toda la tela en sus caderas. —Tan suave —murmuró besando su clavícula y esternón. —Eres hermosa, Dolores.
Nicholas la deseaba tanto. Tanto. Peor aún, con su triste historia no había hecho sino más que aumentar su deseo por ella, por poseerla y por resguardarla en algún lugar donde nadie pudiese tocarla y dañarla. Era ilógico ya que el único que iba a perjudicarla era él mismo.
—Nicholas —gimió ella cuando succionó con fuerza la piel de uno de sus pechos dejando una rojez circular en esa zona.
Con su mano izquierda jaló con fuerza de los pequeños botones haciendo que estos se desprendieran en una cadenciosa melodía.
Sí. Su ropa interior combinaba, sonrió complacido.
Esta noche se olvidaría de su vida, de sus objetivos y esa absurda venganza que quería. Esta noche se permitirá ser un simple hombre conociendo a su mujer. Explorándola y amándola.
Por esta noche sería libre.
Nicholas regresó de nuevo a sus labios esta vez para proveerle caricias con su lengua. Dolores sintió un familiar cosquilleo de anticipación en la zona baja de su abdomen haciéndole saber que las señales de excitación de su cuerpo no mentían. Ella deseaba a ese hombre, tanto o más que él, que se lo hacía saber frotándose contra ella. Su intimidad le recordó la calidez del líquido que allí se acumulaba y lo único en lo que podía pensar era en él alivianando la pesadez de su cuerpo. Los primeros en ser mimados fueron sus pechos, ese par que parecía enloquecer a su esposo.
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Editado: 31.05.2020