Nicholas miraba de reojo a Khalil que tomaba tranquilamente, y de a pequeños sorbos, su café negro.
—¿Entonces? —cuestionó a la espera de una respuesta por parte de su amigo. —¿Qué le pareció a tu grupo de abogados las cláusulas del contrato?
El árabe se encogió de hombros y lo miró.
—¿Qué puedo decirte? La asociación me parecía fantástica desde antes y aunque me hubieses ofrecido un par de dulces y una palmada en la espalda, habría aceptado —dejó la pequeña tacita de cristal sobre la mesita enana que la oficina tenía. — Confío en ti y tu criterio para los negocios. Sé que saldremos beneficiados de cualquier manera.
Nicholas sonrió. Este era uno de los puntos por lo que Khalil se había convertido en su amigo. El podría lucir indiferente, hasta el punto de desinteresado, pero sabía que el magnate árabe analizaba cada situación con una frialdad analítica y espeluznante. Por ese motivo eran un trio perfecto junto a Daniel.
—¿Puedo preguntar algo? —continuó Khalil. Él cruzó una pierna sobre la otra, acomodándose a sus anchas en el sillón de cuero en el que se encontraba sentado. —¿La mujer allá de afuera…?
Nicholas exhaló ruidosamente a sabiendas de lo que el jeque catarí quería saber.
—Sí, es ella. La misma de la que les conté en nuestros años universitarios —dijo confirmando la identidad de su esposa Dolores. —Supongo que deberé ponerte al corriente.
—Hazme ese grandísimo favor. Ilumina mi camino, joven Nicholas— sonrió Khalil, más que sorprendido por el giro de la historia. —Esas miraditas furtivas al llegar me dejaron algo desconcertado. Se suponía que la odiabas ¿no? ¿O es alguna clase de estrategia para tenerla rendida a tus pies?
Khalil Al Mahad recordó nítidamente siete años atrás cuando Nicholas les había confesado, ebrio, el verdadero motivo de su rabia y frustración al no conseguir una nota perfecta en el último examen que habían tenido. Su amigo se había embriagado hasta las trancas y al quedar inconsciente, Daniel y él tuvieron que recogerlo en el bar.
Al compartir habitación, Daniel y él mismo, tuvieron que cuidarlo durante la noche. Así, entre mareos, sollozos inentendibles y arcadas peligrosas Nicholas les había contado sobre lo mal que se sentía por la muerte de su madre y el verdadero motivo por el que se encontraba obsesionado en destacar en todo.
Una persona perfecta nunca será cuestionada, les había dicho. Alguien que hace todo bien tendrá todo el poder que los otros le otorgan, sin criticar.
—¿Es alguna especie de broma? —fue lo único que pudo opinar después de que Nicholas le contara las novedades en su vida; una esposa inocente, hermanos e infidelidades nuevas. Todo un coctel digno de novela. —¿Es decir que te harás cargo de tus “hermanos”?
Nicholas asintió. Después de pensarlo seriamente y teniendo en cuenta lo que Lisa le había contado, junto a la recomendación de Dolores había decidido cuidar a sus hermanos y darles lo mismo que él había tenido al ser un “Baron”. Nicholas no permitiría que sus hermanos pagaran por los errores de los adultos.
Además, su dichosa venganza había tomado matices mucho más interesantes. Él, que había creído que arruinaría el cumpleaños y la vida de Harrison llevando de la mano a la mujer que pensaba era su amante, ahora contaba con dos armas mucho más poderosas.
Sería un espectáculo digno de ver y así se lo hizo saber a Khalil.
—¡Ya le dije que no puede entrar, señorita! —un bullicio se oyó desde la puerta de la oficina y ambos hombres fijaron su atención en la voz de Dolores, que peleaba con alguien. —Usted puede pedir cita para después del almuerzo…
Candace empujo a la mujer que se atrevía a negarle el acceso a la oficina del gran jefe. Además de haber rechazado su cordial invitación a almorzar, esa simple empleada se creía capaz de negarle una reunión con Nicholas.
¿Desde cuando el toro se creía el matador? Pensó despectivamente, haciendo nota mental de cobrárselas todas con esa tonta e irreverente secretaria.
—¿Qué sucede? —preguntó Nicholas siendo el primero en ponerse de pie. —¿Candace, otra vez tu aquí? —rodó sus ojos. —¿A que debemos el honor de tu visita?
¿Podía el cielo haber arrojado uno de sus ángeles a la tierra?, pensó Candace. El día no hacía más que mejorar para sus vistas. Allí estaba, enfundado en un traje azul marino hecho a la medida y de impecable camisa blanca, el dueño de sus fantasías.
Su prodigio cerebro no tardó en imaginarse a ambos viniendo a trabajar combinados en su vestimenta. Ella se encargaría de buscar a los mejores diseñadores para esa tarea. Pero primero lo primero;
—Vengo a trabajar, cariño —contestó retadora mirando al odioso árabe con el que había tenido un pequeño roce en la fiesta de bienvenida. Él había montado un espectáculo cuando ella, desinteresadamente, le había comentado sobre la relación de Catalina con un modelo alemán. — Como el resto de las personas aquí presentes.
—¿De qué hablas?
—Muy mal de tu parte no haber asistido a la fiesta de socios que tú mismo organizaste —dijo con fingido tono burlesco. Ella esperaba una confrontación directa. Que Nicholas notara lo tenaz que ella también era. — Podrías haberte enterado de las novedades de tu propia compañía.
—Ese era el otro asunto que quería comentarte —dijo Khalil en voz baja y mirando de reojo a Dolores que observaba la escena en silencio desde la puerta. En silencio, más no en paz. Y él conocía muy bien esa mirada asesina que la esposa de su amigo le lanzaba a la rubia.
Nicholas se sorprendió e hizo un repaso mental de las novedades que la empresa había tenido los últimos dos días en su ausencia y no encontró ninguna noticia sobre incorporación de socios.
—¿Tu, una socia? —sonrió con sorna. Candace se sintió desfallecer al ver esa sonrisa de medio lado. —Ni en tus más remotas fantasías.
—Te dije que quería ser socia y aquí me tienes. Infórmate con el departamento de legales y el de administración.
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Editado: 31.05.2020