Candace Von Valler se aseguró de comer las porciones exactas que su desayuno tenía. Las fresas habían sido perfectas en tamaño y forma. Además, el pequeño yogurt natural la había llenado. Hoy no tendría ninguna queja con el servicio de la casa y ellos respirarían en paz, al menos hasta que regresara del colegio.
Miró su plato de nuevo y se obligó a mascar los trozos de zanahoria que aportarían la suficiente cantidad de vitamina A para que su preciada piel de princesa brillara.
Revisó su agenda y enviándole un mensaje a la asistente de su padre, coordinó una visita a la dermatóloga para la semana próxima. Ella se sintió orgullosa de sí misma y sus cortos catorce años, una vez más, lidiaba con todo sin depender de nadie.
¿Quién necesitaba una madre cuando te habían criado para ser una perfecta reina autosuficiente?
Candace se colocó religiosamente el uniforme del colegio y revisó hasta el más mínimo detalle en el espejo de cuatro paredes que su cambiador tenía.
—Debería trabajar un poco más esta zona en la próxima clase de pilates —dijo palpando sus pantorrillas. Le pareció inaceptable lucir la nueva colección de zapatos Jimmy Choo* con esas piernas blanduzcas. Era un sacrilegio.
Al llegar al colegio se reunió con las otras chicas que conformaban su grupo. Ellas hablaban sobre el próximo desfile que Agatha Ruiz de la Prada haría en España cuando un conjunto de gritos las alertó.
—Abran paso, mujeres. Los campeones están de regreso —gritó alguno de los simios miembro del equipo de futbol.
No tuvieron el tiempo suficiente para saber de qué se trataba, hasta que vieron al conjunto de simios acercarse a ellas. Ellos se arrojaban con fuerza un estúpido balón de cuero. El mismo que le daría de lleno a Candace si no se movía.
Y claro que ella no lo haría. Esos idiotas aprenderían de mala manera que el mundo no estaba a sus pies y que deberían moverse con pies de pluma a partir de ahora.
Una firme mano tomó su delicado cuerpo y la jaló contra un pecho perfectamente perfumado también, abrazándola y protegiéndola del duro golpe que ella misma había decidido recibir. Candace sintió su corazón latir con fuerza. Levantó la vista y dos irises ambarinas la miraron amables.
Él, era, perfecto. Se dijo. El muchacho de cabellos castaños y ojos caramelo. Era exactamente como se imaginaba a su primer amor.
—Debes tener más cuidado —dijo él sin alejarla. Seguramente miraba la claridad de sus ojos celestes. Candace parpadeo coqueta. Sí, el chico ya era suyo. — En vez de prestar tanta atención a tu maquillaje deberías cuidar tus reflejos, tonta.
Ella se soltó rápidamente de él y miró a su alrededor. Ese muchacho había recibido el golpe por ella. La había protegido con su cuerpo a costa de cualquier herida que le pudiesen provocar. Por espacio de unos segundos, ella había sido su todo.
El chico tomó la pelota y la revisó buscando el gravado del nombre del propietario.
—Nicholas, devuelve ese balón —gritó uno de los simios.
—No —contestó su príncipe encantador. — Pudiste haber lastimado a alguien, Xander. Ya estabas advertido.
Y así fue como ella conoció al hombre con el que estaba destinada a pasar el resto de su vida.
***
Khalil llegó a casa de Nicholas casi cuarenta minutos después de la hora acordada con él anteriormente. Durante el transcurso de la tarde había intentado comunicarse con Catalina una y otra vez, pero parecía que a esta se la había tragado la tierra.
El personal de su residencia y el de su trabajo tampoco había podido darle una respuesta que lo conformara y preso de una preocupación casi asfixiante, se comunicó con Daniel. Al principio, él se había visto reacio a hablarle sobre los planes de su hermana, pero cuando Khalil le contó del origen de su inquietud; el raro disturbio en la fiesta de socios de Nicholas, Daniel cedió. Catalina estaba con su abuela.
—Bienvenido a la casa, señor Al Mahad —saludó Sander, el chofer de Nicholas, con educación. Él se encontraba acomodando un par de los autos de Nicholas. Khalil preguntó a que se debía ese cambio en la organización y el hombre no dudó en responderle. —El niño Cristian quería ver el Bugatti Divo del señor Nicholas.
El ambiente hogareño de la casa de su amigo le recordó la parte amarga de su vida y la añoranza que lo hacía flaquear de vez en cuando al saber que él jamás tendría algo como eso con la mujer que amaba. Catalina jamás aceptaría ser una más de las consortes de su harem. Uno que estaba obligado a tener al ser el próximo jeque de los Al Mahad.
Khalil se movió confiado tras la joven empleada que lo atendía. Él había tenido que preguntar dos veces por lo que la muchacha le decía. No, Khalil no estaba sordo, ni mucho menos era estúpido. Él no podía creer que su amigo estuviera “estrenando la gran parrilla” que tenía.
Él sonrió. Sí, anhelaba eso mismo.
Se encontró a Nicholas mirando como un niño pequeño chapoteaba en la piscina. Dolores lo vio de repente y se disculpó con él ya que tendrían un retraso en la cena. En la tarde visitaron a Elena, la madre de los niños, en el hospital y no habían sido conscientes del pasar del tiempo.
—¿Tienes al menos una mínima idea de cómo se hace eso? —preguntó acercándose a Nicholas que miraba diligentemente la parrilla donde se asaba un gran trozo de brisket* —Jamás pensé que alguien como tu pudiese malgastar su tiempo en algo tan simple como eso.
Nicholas sonrió y bebió un sorbo de la copa que tenía.
—Estoy cocinando para mi familia —se encogió de hombros. —No es ningún malgasto de tiempo —explicó con tono suave y sabedor. — En realidad estoy mirando a Cristian y supervisando que ese pedazo de carne no se torne negro.
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Editado: 31.05.2020