Su mente volvió al acantilado y siguió observando a la joven mientras se repetía, —Ya falta poco, un poco más, solo un poco más y todo habrá terminado, no tendré que volver a este maldito acantilado.
Era una lástima que tuviera que aprovecharse de la agonía de esa joven mujer, pero era su trabajo, era su misión, su karma y no podía huir de ella.
Mientras la observaba en silencio mordisqueaba un mondadientes cambiándolo de lado cada cierto tiempo entre sus labios, era un mal hábito que había adquirido con el pasar de los años, un mal hábito que lo relajaba, tranquilizándolo.
Su vida había sido un caos en los últimos cientos de años, había pasado por tantas cosas en lo que llevaba vivo, vio a los reinos humanos crecer y caer uno tras de otros, líderes levantarse y gobernar, algunos con manos de hierro y otros con benevolencia, pero todos caían a su vez ante la muerte. Nada duraba para siempre.
A veces envidiaba esa fragilidad humana, quería ser como ellos, nacer y morir, pero la muerte estaba negada para él y para los suyos, en todos los años que llevaba viviendo había deseado olvidarse de todo y tratar de vivir como un humano, compartiendo con ellos sus vicios pensando que de esa manera lograría olvidar como lo hacían ellos.
Pero había descubierto con decepción que nada podía acallar su conciencia y que de nada servía el alcohol, ya que no lo embriagaba, el tabaco tampoco lo liberaba, el humo seguía siendo humo, nada afectaba su organismo físicamente perfecto, pero mentalmente dañado.
Hasta que descubrió los mondadientes, benditos palillos, nada lo calmaba como esos palillos, morderlos hasta hacerlos añicos le traía paz. Alrededor suyo, un montoncito se había formado, siendo esto para quien lo conociera un indicativo de su presencia.
Volvió a mirar a la joven y las interrogantes en su mente vinieron por si solas.
— ¿Cómo es posible que esta joven tan frágil sea capaz de tener estos pensamientos tan oscuros?, ¿cómo podría ella lograr aquello que yo no me atrevería a hacer jamás?, ¿cómo puede tan frágil humana tener el valor suficiente para conseguirlo?
La miro dudar un momento, su interior le avisaba que esta vez tampoco lo conseguiría, se rio para sí mismo, sus instintos se volvían locos con la presencia de ella; eran como una brújula sin norte girando constantemente y hoy no era la excepción, su brújula interna le habían vuelto a fallar, no sabía si reír o enojarse y es más; aún no entendía que le pasaba con esa mujer, porque le intrigaba tanto, porque su cercanía le causaba esa sensación de saciedad, sentía que el hambre que lo acompañaba eternamente con la presencia de ella menguaba, no quería que ella desapareciera de su vida.
Tal vez sonaba un poco loco, pero eso era lo que más ansiaba, que ella formara parte de su vida.
En los últimos meses, se había acostumbrado a su presencia, esperaba con impaciencia su aparición al final del caminito de piedras, verla llegar con su cuerpecito tan frágil, blanca como la nieve, con esos inmensos ojos negros, esas largas pestañas rizadas y aquella mata de pelo largo tan negra que le recordaba las noches sin luna.
La joven se sentaba al borde del acantilado pensativa, mientras él, la observaba escondido entre las rocas, siempre en silencio, a veces quería materializarse y dejar que ella lo viera, que lo mirara con esos ojazos, que supiera que él la observaba, que la sentía muy dentro suyo, pero sabía muy bien que no era prudente. Tenía que mantener a raya su inquietud o todo se volvería a repetir.
No volvería a cometer los mismos errores del pasado, esa frágil mujer no merecía tener un final tan triste, pero que podía hacer aparte de observar. No podía inmiscuirse en la decisión de los seres humanos.
Siguió observando a la mujer sabia lo que sucedería nuevamente.
La muchacha, luego de mucho meditar, se levantó, se paró al borde del abismo, cerro los ojos, abrió los brazos y de pronto, como si alguien hubiera tirado de ella en sentido contrario, salió corriendo, era como si una fuerza invisible la alejara del acantilado.
Era simplemente fascinante quedarse ahí y observarla, sentirla tan cerca de él, que casi podía tocarla, a veces se aprovechaba del viento para aspirar su olor a lilas, un olor que lo extasiaba y siempre lo dejaba con ganas de más, se sentaba en una saliente de roca y desde ahí la observaba.
El día que la vio por primera vez su vida empezó a tener un nuevo sentido, su existencia antes solitaria, ahora giraba en torno a ella. La muchacha era como un imán para él, lo atraía como la abeja al panal y cada vez se sentía más y más cerca, no podía imaginar sus días sin ella, su trabajo era hacer que terminara con su vida, pero ahora eso ya no tenía sentido.
Respirar su mismo aire producía estragos en su interior, sentía que la conocía de antes como si ella fuera parte de su vida, pero eso era imposible y solo dios y él sabían por qué. El amor había sido negado para los de su raza, jamás lo comprendió, pero si así tenía que ser, así seria. Sin importar la razón que fuera, él acataría las leyes esta vez.
La falta de aire empezó como otras veces, le dolía el corazón y eso era lo único que le hacía sentir vivo, a veces trataba de pasar muy cerca de ella, tratando de rozarla, aunque sea con el aire de su movimiento, pero eso solamente le causaba dolor y escalofríos, la piel se le erizaba y un deseo profundo de pertenencia se albergaba dentro suyo.
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Editado: 31.05.2022