El tiempo pasó en el glorioso reino de Adur, pues las semanas fluían como el agua de un río, y los días en que Elitt se adentró en el Bosque Maldito para convivir con Vann fueron bastantes.
La princesa solía entrar al Bosque cada dos lunas, atravesar el angosto Camino de Piedra y encontrar a Vann sentada siempre sobre un cúmulo de piedras grandes, trepada en las gruesas ramas de los árboles más altos o de pie apreciando las nubes, con una mirada sumida en la más pura de las tristezas.
Entonces Elitt se acercaba a ella y la observaba con su s ojos resplandecientes de curiosidad. Aquella niña del bosque le causaba mucha intriga, unas ansias inimaginables de saber todo de ella y cada vez que Vann revelaba algo sobre sí misma, Elitt se encargaba de memorizar una por una sus palabras.
La pequeña princesa veía en ella a una amiga verdadera, lejos de los intereses superficiales y los conocimientos simples de la Corte. En Palacio, Elitt debía aprender de historia, matemáticas, arte y comercio, rodeada de mujeres delicadas y gráciles y en un ambiente donde todo le estaba prohibido, inclusive la diversión; en cambio, rodeada de cientos de árboles aprendía sobre plantas venenosas y beneficientes, conocía y tocaba todo tipo de animales, leía las estrellas y seguía al sol, construía refugios para roedores y aprendía sobre el baile de la luna, todo de la mano de Vann, una joven astuta, valiente y respetable.
En medio del Bosque Maldito, la joven doncella aprendía a vivir.
Pero a pesar de lo mucho que se divertía en el Bosque, lo cierto es que Elitt seguía siendo la princesa heredera del reino de Adur, y a pesar de todos sus intentos por eludir sus responsabilidades, de vez en cuando Rea lograba pillarla y entonces caían sobre ella todas las lecciones atrasadas que debía.
Sin embargo, aquella mañana después de mucho tiempo, Rea la despertó y no le mencionó absolutamente nada sobre sus deberes del día. Se encargó de vestirla y tender su lecho mientras Elitt escuchaba el ajetreo matutino del palacio incrementado a raudales esa mañana y, afuera, cientos de sirvientes acarreando material desde los Jardines Reales a las cocinas.
La princesa los observaba desde el balcón, y cuando los mozos alzaban la vista la veían a ella brillante como siempre, y le sonreían a costa del cansancio que arrastraban desde la noche pasada. Elitt les devolvía la sonrisa, aunque no tenía idea del porqué el palacio se encontraba con tanto trabajo a esas horas del alba. Y fue sólo cuando llegó a desayunar con sus padres que supo las razones de aquel extraño día.
-Se acerca el Torneo Anual del Reino- respondió su padre cuando Elitt preguntó por todo el movimiento que llevaba el castillo tan temprano.
-Así es- afirmó su madre.- El Palacio prepara el festín todos los años mientras el pueblo reparte los juegos y las demostraciones culinarias y los soldados organizan las justas o los combates.
-¿En serio?- inquirió Elitt, recordando a Vann peleando con Kai y preguntándose si ella querría asistir para recrear aquel enfrentamiento.
-Sí, este año el Torneo tendrá lugar cerca de la Bahía de Pescadores- mencionó el rey Isar.- Así que todos en Palacio se apresuran a llevar lo requerido para el festín en carromatos que parten constantemente.
-¿Cuándo inicia el Torneo?- preguntó Elitt, de pronto muy entusiasmada.
-Bueno, se acordó su inicio la semana próxima, para poder celebrar el Festival de la Cosecha de Otoño después del último combate- respondió la reina Addel.
Por la mente de la joven princesa surgía la locas idea de invitar a Vann. Elitt sabía que la niña del bosque no tenía más amigos que ella, y a la doncella le gustaba la idea de convivir con Vann lejos del ambiente solitario del laberinto de árboles.
-Elitt- llamó su padre de pronto.
La princesa levantó el rostro aún sonriente y miró al rey antes de responder.
-¿Sí, padre?
El rey Isar la observó sin decir palabra, intercambió miradas con su esposa y finalmente suspiró.
-El día de hoy será muy pesado, para nosotros. Todos en Palacio deben cumplir sus deberes para poder terminar a tiempo los preparativos, así que por hoy, y sólo por hoy, quedas exenta de tus responsabilidades.
-¿De verdad?- inquirió la princesas con los ojos abiertos y una enorme sonrisa creciendo en su rostro, pensando de inmediato en Vann.
-Así es, querida- afirmó su madre.- Tus maestros marcharon al pueblo ayer por la noche para organizar sus propias casas para el Torneo, y volveran mañana temprano para retomar tu educación- agregó como un lamento.
-Sin embargo, Rea sigue a cargo de tu supervisión- aclaró su padre.- Espero que no le dés más problemas.
El rostro de la princesa se sonrojó y apartó la mirada. Continuaron comiendo e intercambiando palabras, los reyes le sonreían constantemente a su hija y ella les contaba cosas que había aprendido con sus maestros y una que otra cosa de lo que recordaba de las lecciones de Vann, aunque siempre omitía su nombre y la hacía pasar por otro de sus educadores.
Al terminar sus alimentos, los reyes se levantaron y mimaron a su hija antes de salir del salón a cumplir sus propias responsabilidades, dejando a Elitt a cargo de Rea. Claro que no pasó mucho tiempo antes de que la princesa lograra escabullirse de su sirvienta y atravesara los pasadizos secretos que había encontrado hacía bastante tiempo atrás.