Abril lo cambió todo

2. El desconocido

Juro que se me erizó el cabello… incluso donde ya no lo tengo.

—Siempre cierra las aulas por la noche.

De la penumbra emerge un chico. Es bastante alto. Y tiene hombros anchos. Su rostro me resulta vagamente familiar. Pero, claro, estudiamos en la misma universidad, en algún lado tenía que haberlo visto.

—Y tú… ¿qué haces aquí? —pregunto con la voz temblorosa.

No pudo haber sido él quien escribió la nota, ¿o sí? Ni siquiera nos conocemos. O tal vez sí... ¿Quién es este tipo?

Se encoge de hombros.

—Quería ponerme a estudiar, pero es que en casa no hay quien se concentre con tanto ruido.

De acue-e-e-rdo..., pienso mientras echo un vistazo a la puerta.

—¿Y tú cómo terminaste aquí a estas horas?

—Pues… —Me doy cuenta de que aún sostengo la maldita nota en la mano.

Él también la ve.

—Seguramente te jugaron una broma y yo terminé atrapado contigo —Su voz suena grave, aterciopelada… atractiva. Me observa con curiosidad.

—Puede ser —murmuro, desconcertada. Algo aquí no encaja, y no dejo de darle vueltas.

¿Qué hacemos ahora? ¿Esperar hasta la mañana? Alia está fuera de la ciudad, llamarla no tiene sentido.

Él guarda silencio, pero sigue mirándome.

Y si sabe que el guardia cierra las aulas… ¿por qué seguía aquí sentado?

—¿Cómo está tu hombro? —pregunta de repente.

—¿Qué? —No entiendo a qué se refiere.

—Te empujé el otro día en la calle. Fue sin querer. ¿No te salió un moretón?

Intento procesar, pero no entiendo lo que quiere decir, mirándolo incrédula.
La verdad, ni siquiera recuerdo quién chocó conmigo.

—¿Fuiste tú?

Frunce el ceño.

—¿No te acuerdas de mí?

—Ehh… —Pestañeo.

Parece ligeramente desconcertado.

—Para ser sincera, no mucho. Ese día yo…

—Ese día estabas tan absorta mirando a Ostrovskі que ni siquiera habrías reconocido a tu madre —dice, con una dureza inesperada en su voz.

Me sorprendo aún más y mis cejas se arquean.

Demasiada información para un solo día, la verdad.

—¿Se notaba tanto?

No responde, pero levanta una ceja con elocuencia. Una ceja ancha y oscura, por cierto.

—¿Quieres decir que me empujaste a propósito? —Entorno los ojos con sospecha.

—Fue un accidente —dice con seguridad y énfasis.

—Si fue un accidente y no me habías visto, ¿cómo te diste cuenta de a quién estaba mirando?

Guarda silencio, sin ninguna expresión en su rostro. Solo observa mi cara con atención.

Yo también lo observo. Es bastante atractivo. Alto. Delgado. Me gustaría ver su cuerpo debajo de esa ropa holgada.

Ok, Ulyana, ¿qué clase de pensamientos son esos? De todos modos, no hay nadie más guapo que Anton en este mundo.

Anton es el ideal de hombre.

Mis labios se curvan en una sonrisa soñadora.

—Ah, ya entiendo —dice él de repente.

—¿Qué entiendes? —pregunto, desconcertada.

—Sigues pensando en Anton.

—¿De dónde sacas eso?

¿Acaso puede leerme la mente?

—Se te nota en la cara.
—¿Y a ti qué te importa?

—Me da exactamente igual —se encoge de hombros y mete las manos en los bolsillos, desviando la mirada hacia sus zapatillas.

Estamos en silencio un rato.

—¿Crees que nos encontrarán pronto aquí? —no aguanto más y rompo el silencio.

Él vuelve a mirarme.

—Supongo que sí. El guardia hace rondas cada dos horas. En cuanto escuchemos pasos, pediremos ayuda.

Habla con tanta calma y seguridad que su confianza de algún modo se me contagia.

—¿Cómo sabes eso? ¿Sobre el guardia?

Me mira fijamente.

—Sé muchas cosas.

Me quedo inmóvil bajo su mirada intensa. ¿Qué intenta decir con eso? ¿Que es muy inteligente? ¿O que sabe más de lo que debería?

Él camina hasta el fondo del aula y trae su mochila. Busca algo dentro y saca una barra de chocolate.

—¿Quieres? —me ofrece.

—No tengo hambre.

—Toma. Seguro que no has comido nada desde el almuerzo.

Tiene razón. Tengo hambre. Pero me da cosa aceptar comida de él.

—Lo que me dará es sed —murmuro.

—Para eso tengo una botella de agua —saca una botella de medio litro de agua mineral de su mochila.

—Qué previsor —comento, impresionada.

—Solo precavido —sonríe.

Él tiene los dientes perfectos y una sonrisa encantadora. Me quedo un poco embobada mirándola.

—La barra —pronuncia lentamente.

—¿Ah? —Salgo del trance de su sonrisa y, algo incómoda, tomo el snack que me tiende.

—Gracias.

Desenvuelvo la barra y parto la mitad exacta. Le ofrezco su parte. La toma y da un mordisco. Yo también empiezo a comer.

Nuestras miradas se cruzan, y él, en silencio, me extiende la botella de agua. Destapo la botella y doy unos sorbos. Luego, él la toma de mis manos y bebe también.

Qué extraño. Estamos compartiendo la misma botella, pero ni siquiera sabemos los nombres del otro.

—Ulyana —me presento.

—¿Qué, Ulyana? —pregunta con voz neutra, masticando su chocolate.

—Eres tan listo, sabes tantas cosas —lo imito con fastidio —. ¿Y ahora no captas? Me llamo Ulyana.

—Ya lo entendí, ya lo entendí —sonríe —. Es solo que es divertido verte enfadada.

¡Maldito idiota!

—¡No estoy enfadada!

—Se nota que sí.

—No.

—Sí.

—No.

—¿Segura?

—No.

¡Mierda!

—¡Sí! Quería decir que sí.

Él se ríe, y yo lo miro a los ojos hermosos, dándome cuenta de que ya ni siquiera recuerdo de qué estábamos discutiendo.

—Yo solo…

Pero mi frase queda interrumpida por una estridente melodía de su teléfono. ¿Para qué poner un tono así? Casi me deja con taquicardia.

—Sí, Dani —dice con voz lánguida al contestar, sin apartar su mirada de la mía —. ¿Hoy? Claro que voy. Hazlo como siempre. Te beso, mi gordita.

¡Qué asco!

Cuelga y guarda el teléfono en el bolsillo de sus jeans.

Le echo un vistazo rápido de arriba abajo, evaluándolo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.