Ivy
Cerré los ojos con fuerza, lista para recibir el último pinchazo.
¡Me lastimas hijo de perra! —las palabras salieron de mí con tanta fuerza que me hice daño en la garganta.
— Dioses, ¿podrías ser menos escandalosa? — Fue lo que recibí como respuesta de Lucas. – Si te importa, quiero terminar tu perforación sin recibir regaños por tus ruidos.
Me encontraba tumbada en mi cama, ya la tercera y última perforación parecía ser la más dolorosa sin razón aparente.
Lucas como siempre trataba de ser educado en la torre, ya que cualquier descuido por nuestra parte nos llevaría a ser castigados por las Wiccianas, las viejas sacerdotisas que vivían con nosotros en la torre. Hay algo que me resulta interesante de lograr que las Wiccianas nos reprendieran por siempre estar fuera de lo que consideraban que estaba fuera de las buenas costumbres y el pudor.
—Mira el lado bueno. Podrían enojarse mucho con nosotros y no echarían de la torre, lo que significaría que tendríamos que vivir por nuestra cuenta y entonces no asistiríamos a la Academia Ylia. — Aprecié orgullosa.
Por su parte, los cálidos y aburridos ojos que yo tan bien conocía me miraron con detenimiento en medio de un largo resoplido cansado.
— No, Ivy. No puedes saltarte la educación obligatoria, sabes que está prohibido.
La dorada luz del atardecer se colaba por mi ventana, justo a un lado de mi cama, indicándome que pronto la noche caería.
Lucas y yo presenciábamos el cielo tintado de rosa, decorando los frondosos pinos que teníamos como vista, nada más que nuestras respiraciones se escuchaban en salón.
—¿Te imaginas cómo sería la vida sin la Academia, ni Wiccianas malhumoradas?
—Es probable que no estaría viviendo acá —Dijo apartar la vista de los últimos rastros del sol —tal vez tendría un trabajo simple como ayudante de sanador, podría estar alojado en una habitación y solo me permitiría poseer lo necesario para vivir. Daría tutorías de botánica a los jóvenes aprendices. Una vida simple. —Esbozó sin mirarme, no supe si me lo decía a mí o solo pensaba en voz alta.
Alguien tiene un plan de emergencia — Sonreí de lado — y al parecer ese mismo alguien es muy confiado en su talento para sanaciones.
—Por lo que yo veo, la ramera que está a mi lado también confía en ese talento. Digo, no creo que seas tan estúpida como para dejar que cualquiera te perfore la oreja.
— En verdad confío en ti porque los demás tratarían de clavarme la aguja en el cuello. —respondí sincera.
Lucas rio ante mis palabras. Abandonó su lugar y mi cama se estremeció por la acción.
— Puede que alguna de las Wiccianas no quiera matarte, solo intenta ser menos... impredecible, ¿podría decirse?.
—Si te refieres a ser menos impresionante olvídalo. —Respondí sincera.
Él acercándose a mi, se inclinó delante y retiró con cuidado la aguja que aún tenía ensartada. Con agilidad colocó un trozo de algodón con algún tónico en la herida.
—Apenas vamos a mitad de año y creo que ya has sido lo suficientemente "impresionante". — Él articuló mientras cuidaba de mi oreja. — Incluso escuché que las religiosas harán otro círculo de oraciones ante los Dioses en honor a ti.
—¿Me harán otro maldito exorcismo? — Me exaspere —Como que no es suficiente con el ritual de oraciones de la madrugada.
Apartó sus manos de mí y sopesó sus palabras. —He dicho lo mismo ya muchas veces y sé que a este punto debes estar cansada pero piensa, ya falta poco menos de unas semanas para el solsticio de verano y con ello nos iremos a la Academia y no volveremos a este lugar. No digo que se justifique lo estrictas que han sido las Wiccianas con nosotros pero lo han hecho de forma desinteresada. Fuera de estas paredes hay chicos que tienen que trabajar para pagar tutorías de ellas y nosotros la recibimos gratis y hasta tenemos alojamiento.
Su inexpresivo rostro me inspiraba franqueza, y es que era cierto en parte. Por años los padres habían pagado tutorías a las wiccianas para que instruyeran a sus hijos en la magia, en los casos más desafortunados los propios hijos tenían que trabajar y ahorrar para ofrecer un tributo digno a cambio de la educación. Todo para prepararlos como verdaderos y expertos brujos antes de alcanzar los 20 años de edad y ser enviados a la Academia Ylia.
—No llamaría gratis a una estancia donde se me obliga a limpiar, cocinar, orar en contra de mi voluntad y servir a los brujos del aquelarre. — Suspiré cansada. — Supongo que es el precio de ser huérfano.
Tan pronto las palabras dejaron mis labios sentí frío, tanto frío que quemaba en la palma de mi mano. Magia, el estúpido se había atrevido a congelarme la mano. Furiosa dirigí mi mirada hacia él.
— Te he dicho muchas veces que no uses esa palabra. Suena a soledad y tú tienes a tú tía Wicciana viviendo en esta misma torre y me tienes a mí. — volvió su atención a las afueras y nos dimos cuenta de que la oscuridad se había adueñado de todo el paisaje.
— Ya es hora de la Sabbath idiota, deberíamos salir al santuario ahora antes de que vengan por nosotros. — dije.
— Tienes razón, pero antes quiero verte estrenar la perforación.
— Oh, cierto.
En algún cajón de la esquina rebusqué entre las muchas piedras de diversos colores y propiedades.
las piedras eran usadas por los brujos en sus pulseras, anillos y collares para poder practicar la magia que controlaba los elementos de la naturaleza cómo el agua, fuego, hielo, viento y la tierra. De otro modo no podría ser invocada la magia que corría por las venas de todos los brujos.
Las pulseras con las gemas solo eran usadas para combates y entrenamientos, pero si nuestro experimento de insertar una piedra en mi oreja funcionaba, podría ser que no necesitáramos más de esas pulseras y así tendría la magia conmigo todo el tiempo.
— Ya que me congelaste la muñeca, podría intentar devolverte el favor. — expresé mientras rebuscaba entre mis pertenencias.