La casa de la familia Carruzo era la más grande de todo el aquelarre. No era algo que me había detenido a considerar hasta ese día en el cual me veía forzada a reparar las últimas clases de Circe Carruzo.
Tanto Lucas como yo éramos tutores. Esto se debía a que, según las Wiccianas, dirigir los ritos religiosos ya significa una tarea tediosa que requiere dedicación y perfección. Muy en el fondo yo sabía que eran excusas sin sentido que formulaban para justificar la obra de explotación infantil que habían creado con nosotros.
Y la verdad es que con el paso del tiempo, fueron delegando a Lucas y a mi ciertas tareas análogas y simples. Como por ejemplo: la limpieza del templo, la cocina y limpieza de la Torre, cuidado de las hierbas en el huerto y la más importante, tutoría a los jóvenes brujos y brujas en preparación.
En su comienzo éramos ayudantes de las Wiccianas, luego al pasar del tiempo y cuando las viejas decidieron que teníamos lo necesario para enfrentarnos por nuestra cuenta a los jóvenes aprendices sin necesidad de supervisión, nos soltaron a nuestra suerte. Regularmente todos los errores de los jóvenes son los mismos, lo que hacía de la labor muy simple y repetitiva.
Para hacer la tarea menos tediosa, Lucas y yo nos habíamos dividido. A el corresponden las tutorías de las casas del norte y a mi las del sur del aquelarre. Esa nuestra ruta predeterminada, pero algunas veces podíamos intercambiar algunos aprendices que eran un tanto... ¿especiales? Si, creo que podría llamarlos así.
Me forcé a mi misma a dejar a un lado mi inspección de la residencia Carruzo y opté por acercarme a la puerta, arrastrando conmigo los libros e instrumentos necesarios en mi maleta. Tomé una larga respiración antes de tocar con mis nudillos la inmensa puerta de roble.
Del otro lado, se reveló la figura delgada de una bruja mayor cuyo cabello rubio se encontraba recogido en un apretado moño. Su mirada se mantuvo inflexible y dura todo el tiempo.
— Buen día Señora Carruzo. Lucas tenia muchas labores asignadas en la torre así que vengo en su sustitución.
Me esforcé por mantener una sonrisa amplia en mi rostro todo el tiempo, en un intento de que se tragara la mentira.
— Es una lastima — respondió con sequedad a la vez que se echaba a un lado para permitirme el paso.
Desde el primer instante que hice contacto visual con ella, me percaté en la forma desvergonzada en que ella escudriñaba mi apariencia, era un gesto que se me hizo demasiado incómodo para mis gustos. Incluso me hacía sentirme insegura de mis botas usadas, los pantalones remendados y el abrigo delgado que me había donado una de las estudiantes.
— Creo que no había tenido el placer de verte en otra parte fuera de los ritos — dijo la señora Carruzo.
— Tiene razón, paso una considerable cantidad de tiempo ocupada por culpa de las Wiccianas.
El chirrido de las ruedas de mi maleta hacían eco entre nosotras. Una arruga que se formó en la frente de la señora me indicaba que le causaba molestia el ruido agudo, yo en lo más profundo de mi oscuro corazón me alegré por eso.
— Circe espera arriba.
La señora me indicó que subiera por las anchas escaleras talladas rocas, el mismo material con el que se construyen todas las casas de Pineville. Cuando sentí que el peso de su mirada se alejó pude relajar mis hombros tranquila. Eso de fingir ser tan cortés como Lucas era algo demasiado cansado.
Encontrar la habitación de la joven Carruzo no fue difícil, ya que era la única puerta abierta en todo el pasillo y tras esta, esperaba una bruja que parecía la versión más joven de la señora que acababa de ver. Tenía el mismo cabello rubio, pero recortado hasta el nivel de su barbilla delgada y piel blanca. Era aun más delgada y tenía unos ojos, tan verdes y llamativos que parecían ser casi del mismo tono de verde que lucían los pinos que nos rodeaban en el aquelarre.
Circe Carruzo tan solo me había dedicado dos segundos de su atención antes de alzar una ceja y decidir ignorar mi presencia, eso fue todo lo necesario para percatarme de dos cosas: Era hermosa y complicada.
— ¿hola?
traté de llamar su atención desde el marco de la puerta pero fue en vano.
— Estoy en sustitución de Lu-
— Ya escuché cuando hablaste con mi madre.
Circe me señaló con el dedo una ancha superficie que funciona como la mesa de un escritorio posicionada contra la pared bajo una amplia ventana. En ella habían libros, gemas y cuencos con polvos aromáticos de especias muy extrañas. También había una figura metálica y plateada de un hada con sus alas extendidas.
— ¿Por qué tuviste que venir ? — preguntó Circe tomándome por sorpresa.
— Pues porque se supone que no eres capaz de entrenar por tu cuenta, y por eso solicitaste una sesión de tutoría. — Respondí obvia.
La bruja frente a mí no parecía tener planes de moverse de su lugar en su cama.
—Quería hablar con Lucas, es todo.
La declaración se me hizo muy sincera. Parecía como si estuviera sola y necesitada de alguien con quien hablar. Noté eso porque muchas veces me sentía así.
— Pues siento no cumplir con tus expectativas — me dispuse a pararme y tomé conmigo mi pequeña maleta.
Bien, por lo menos las cosas fueron rápidas.
—No te muevas de ahí — me pidió.
La acción nos sorprendió a ambas. Ella se mordía los labios debatiéndose en que decir y yo miraba a todos lados sin saber bien que hacer.
— Me gustaría ser más cercana a Lucas y quería saber si... si podrías ayudarme con eso — dijo con ojos muy grandes. — Si te burlas de mí por eso, será mejor que cuides tu espalda porque no tengo miedo de estamparte la silla.
Yo parpadeé.
— ¿Acabas de pedirme mi ayuda y luego me amenazas? — cuestioné sorprendida. — Wow olvida a Lucas, quiero que seas mi nueva amiga desde ya.
Ella rodó los ojos.