• C I R C E •
Esa clase fue una perdida de tiempo en mi opinión. Gasté energías y parte de la mañana tratando de parecer presentable, ¿para qué? pues para quince minutos de lo que en mi parecer, era una conversación casual entre el maestro Saías y Lucas.
La mañana no había caído aun, estaba en su punto medio. Era muy tarde para desayunar y aun temprano para almorzar. Sin nada más que hacer, Ivy y yo decidimos que lo mejor sería acompañar a Lucas hasta su dormitorio y después recostarnos en nuestras camas el resto del día a la espera de que algo entretenido pasara.
— Odio a Scottie — soltó Ivy de la nada.
— Yo también pero, ¿qué más se puede hacer?
Como si la hubiese insultado, me dedicó una mirada que a pesar de durar unos segundos, fue lo suficiente para intimidarme.
— Planeo encadenarlo y arrojarlo al río, ¿te apuntas?
Quedé perpleja.
— Ivy — uní las cejas — ¿estás hablando enserio?
La bruja encogió los hombros como respuesta.
— No puedes simplemente pensar en esas cosas — señalé.
Por su parte, o no le importaba o lo disimulaba bastante bien.
— Pues si puedo. Digo, es más que obvio que lo acabo de hacer.
— No quiero tener nada que ver con eso — suspiré rendida.
Los dedos color marrón claro de Ivy tomaron la manija de la puerta que conducía a la entrada de nuestro dormitorio.
Pero ella no entró, se quedó mirando hacia sus pies. Poniéndose de rodillas, recogió un papel que al parecer alguien había deslizado.
— ¿Qué es? — Inquirí.
— Creo que tendremos algo que hacer esta tarde — empezó diciendo sin parar de leer — cortesía de tus amigos de Caelum.
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AL CAER EL SOL, VE AL GIMNASIO
Habíamos leído varias veces la nota, y no dudé en advertirle a Ivy del error en que podría estar metida.
Mis amigos eran de buenas intenciones, pero su estupidez era más fuerte que sus buenas intenciones. Aun recordaba el día en que se metieron cada uno en un barril, rodaron por una colina pequeña y todo fue risas hasta que se dieron cuenta de que Theo se había desmallado para cuando llegó a la base de la colina. Lo llevaron cargado a su hogar y para cuando el brujo despertó, se encontró desorientado y con un dibujo de un gran pene en su frente.
Temí legítimamente por la salud de mi compañera.
Pero a ella, como gran cabezota que era, parecía darle igual.
— ¿Qué crees que podrían hacer? — preguntó.
Resople.
Desde que habíamos llegado nuestra conversación se centraba en los chicos, todo sobre ellos.
Ambas sentadas en nuestras camas, miramos a la distancia la nota que reposaba en el escritorio del medio.
— Theo y Esdras son adictos a entrenar, pienso que podrían someterte una serie de obstáculos.
— Pues tendré que usar mis gemas.
Se dejó caer en la cama, su cabello se esparcía por los lados.
— ¿Las gemas que usas en la perforación de la oreja?
— Pues sí — su mirada enfocada en el techo.
— ¿y dolió?
Giró con lentitud la cabeza, reanudando la atención a mí.
— ¿Quieres que te perfore? — en sus ojos brillaba la ilusión.
— Sin ofender pero si alguien va a sostener una aguja cerca de mi cuello, espero que sea Lucas — respondí sincera — creo que te quedan bien.
La bruja rió, sus carnosos labios rosa mostrando los dientes tan blancos como su cabello.
— Se que quieres que Lucas te perfore, en varias partes, pilla.
Mis mejillas ardían-
— Eres insufrible.
— Me lo dicen a diario —curvó una sonrisa.
— Como sea, no planeo acompañarte al gimnasio — anuncié.
Aun no estaba preparada para reencontrarme con todos mis amigos y no sabía cual sería mi reacción.
— Está bien — con eso su sonrisa se esfumó — ¿podríamos comer algo antes?
Ivy siempre tenía espacio para la comida, no me cabía en la cabeza una explicación de como una persona tan pequeña pudiera almacenar tanta comida.
— ¿No acabas de comer?
— Si, pero solo fue una galletita — la inocencia brillaba en sus ojos.
No sé porqué pero se me hizo un gesto adorable.
— ¿Cómo conseguiste una galleta? No he visto la primera en el comedor.
— Horneé un par de docenas en Pineville, antes de venir.
Se retiró a uno de sus cajones y sacó una bolsa a la cual le quedaba un manojo de galletas de azúcar, me extendió una y la miré con cierta desconfianza.
Pero la mordí, y no supe más de mí.
Sabía al cielo y la gloria misma.
— Ivy esto está buenísimo — dije con la boca llena.
— Lo sé. — Iluminó su cara con una sonrisa.
— ¿Desde cuando haces estas cosas?
— Pues... — Miró al techo buscando las palabras. — Las Wiccianas nos enseñaron a cocinar gran variedad de cosas tanto a Lucas como a mi, era de las muchas tareas que nos delegaron.
Siempre me pregunté como sería la vida de Lucas en la torre de las Wiccianas. Nunca había visto una situación como esa donde un huérfano tenga que vivir con las Wiccianas, pero para mi sorpresa al parecer había aprendido más cosas que historia o botánica. Tal vez no fue tan melancólica su estancia como me la imaginé.
— Deberías hacer más de estas cosas, sabe muy bien.
— No sé si pueda usar los hornos de aquí.
— Debemos pedir permiso para hacer eso. — pensé, el último pedazo de galleta en mi mano. — Seguro que un fin de semana nos lo dejan.
La brujita abrió los ojos.
— Bueno está bien, ¿pero podemos comer ahora?
— Si, vamos.
Salimos al comedor, el cual estaba fuera de la Academia por lo que debimos caminar por el campo que nos rodeaba.
Cerca se podía apreciar a la distancia de unos diez pasos, el gimnasio al que Ivy fue convocada.
— ¿Crees que pueda echar un vistazo? — preguntó mordiéndose las uñas.