• I V Y •
Estaba suspendida en el aire, colgando desde un segundo piso. Abajo, alas membranosas se batían en mi dirección. Tenía que pensar rápido o de lo contrario sería cuestión de segundos y solo los Dioses sabrían que sería de mí.
Mis manos se aferraron con fuerza al conjunto de ramas y enredaderas que se confundían entre sí para sostenerme, como pude, trepé por ellas. No sentí las espinas clavándose en mis manos, ni siquiera me importó la sangre que corría desde mis palmas cuando un dragón . Me preocuparía de eso luego.
No sé como lo hice para llegar al segundo nivel, pero lo hice. Haciendo un esfuerzo con lo poco que me quedaba de cordura me acerqué hacia los barrotes que me habían sostenido, las enredaderas formando un gran nudo en el. Un vistazo rápido me permitió observar que en realidad los barrotes formaban una jaula. Una gran jaula para un gran animal. Para Tramy.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando un gran dragón acababa de entrar volando en picada, y súbitamente aterrizó a unos pasos de mí.
La siguiente idea aterrizó en mi mente tal y como acababa de aterrizar el gigante frente a mi. Tenía que encerrarlo en su jaula.
No reparé en mis opciones más de lo necesario cuando salí disparada hacia la jaula y el me persiguió, perfecto me dije. No había nada de iluminación aquí, nada que me guiara conforme iba adentrandome en la oscuridad.
Me enfoqué en correr, el dragón a mis espaldas persiguiendome. Gracias a los Dioses, su gran cuerpo lo hacía más lento sin embargo no significaba eso que estaría a salvo. Sus intenciones latentes aún.
El dragón gruño en mi dirección y casi imperceptiblemente, escuché un segundo gruñido en respuesta. ¿Hay otro más?
Clamé al fuego, y las llamas ardieron en mi mano bajo mi merced, iluminando todo el lugar.
En una esquina lo vi, los vi. Tres pequeños dragones acurrucados en una especie de nido de paja, más bien todo el lugar estaba cubierto de paja pero definitivamente tenía mis razones para no notarlo antes.
Tramy era madre.
— Alto ahí. — Ordené.
La dragona, para mi sorpresa se detuvo cuando se lo ordené. Juraría incluso que me comprendía.
— Esto es lo que pasará, tu te quedas con tus bebés y yo salgo de aquí.
Recé a los Dioses que me protegiesen. Tramy me miró fijamente, a las llamas en mis manos. Ninguna de nosotras se movió por un momento, ninguna pestañeó. Solo el sonido de los bebés jugando entre ellos mismos inundaba nuestros oídos.
La criatura señaló con la cabeza una hoguera que se encontraba apagada. Estaba en una esquina tan oscura que ni con mis llamas como antorcha la había notado.
— ¿Quieres que encienda esa cosa?.
Su mirada dorada me analizaba. Si.
Me tomó más concentración de lo normal. Pero hice un esfuerzo para poder lanzar una bola de fuego en dirección a la hoguera. Esta respondió y el fuego que de ella surgió, fue suficiente como para iluminar toda la jaula.
Apagué las llamas en mi mano, y me acerqué a la salida sin despejar la vista de Tramy, ella por su parte en dirección contraria a la mía, se acercó a los bebés. Dejándose caer a su lado. La escena parecía una tierna postal que alguien atesoraría. Ciertamente ese alguien no sería yo.
Bastó dar un paso fuera de la jaula, y con mis últimas fuerzas tiré de la puerta. Me encargué de cerrarla muy bien, lo último que quería sería un ser gigantesco siguiendome hasta mi dormitorio. Cuando por fin mi respiración se niveló, me encontré viendo la pequeña familia de Tramy.
Algo en mi pecho se estrujó, y fue en ese mismo instante que reparé en el frío que hacía en el oscuro segundo nivel. Aquello solo se podía definir como oscuro y tenebroso, la patética bombilla al lado de la jaula hacía lo mejor que podía.
— Estabas buscando calor allá abajo, ¿cierto?
Me dedicó un vistazo, acurrucada junto a sus pequeños sobre la paja. ¿y si en lugar de atacarme solo estaba protegiendo sus bebés? Si esa fuera el caso, más bien parecía que tomaba un descanso hace un rato.
— Señorita, ¿que hace ahí?
Una voz femenina salió desde el primer nivel, donde estaban las maquinas del gimnasio. Me acerqué hacia el borde del gran agujero por donde Tramy y yo habíamos entrado, saqué la cabeza, y vi a la rectora en medio del gimnasio esperando respuesta.
— Puedo explicarlo. — Las palabras salieron de mi boca con cierto toque de miedo.
La señora de regordeta figura, tenía las manos cruzadas tras su espalda y observó los trozos de hielo alrededor. Me fijé entonces, que algunas de las maquinas estaban dispersas, como si una poderosa cola las hubiera golpeado.
— A mi me parece que jugabas un poco con Tramy, no hay más que explicar. — Su voz era increíblemente relajante, sin embargo no podía distinguir por su tono si estaba en problemas o no.
— Pues está en lo correcto, pero ella se salió un poco de control. — Forcé una sonrisa, aun más bien parecía una mueca.
La rectora Aurora hizo un gesto con las manos en mi dirección provocando así que la arena clara emergiera y se uniera, creando lineas horizontales y verticales con las que se forjó una escalera de arena.
La indirecta era clara, baja de ahí ahora. Y la verdad no me permití pensarlo dos veces mientras me disponía a bajar por ella.
— Siendo sincera, te agradezco por haberla encerrado. Venía justo a hacer eso.
Resoplé, sin duda ella no tenía ni la menor idea de lo que su dulce mascota me había hecho pasar.
— ¿Puedo saber el porqué estaba suelta en primer lugar?
— Siempre está suelta, es muy amistosa la mayor parte del tiempo como pudiste notar.
A medio camino de la escalera hice un esfuerzo por seguir el hilo de la conversación, pero no pude contener los gemidos de dolor que salían de mi. Necesitaría alguien que revisara las palmas de mis manos estropeadas.