Las botas de Alina resonaban con eco en los pasillos de mármol, amplios y fríos como si respiraran por sí mismos. Nunca antes había sentido la Academia tan silenciosa. Neria y Lyselle habían querido acompañarla, pero la carta había sido clara: debía ir sola.
Frente a ella, las puertas dobles de roble tallado esperaban como dos guardianes. El emblema de Lysoria brillaba sobre ellas: un fénix dorado resurgiendo de una corona partida.
Alina tragó saliva y golpeó dos veces.
—Adelante —dijo una voz al otro lado, suave pero irrefutable.
El despacho de la directora era un contraste total con el resto del castillo. No había frío aquí, ni solemnidad. Solo libros antiguos, vitrinas llenas de artefactos mágicos, y una luz cálida que provenía de un brasero central.
Detrás de un escritorio circular, vestida con una capa azul noche, se encontraba la Directora Elaris. Su cabello, blanco como la nieve, caía suelto sobre sus hombros. Tenía los ojos más serenos que Alina jamás había visto… y, a la vez, los más agudos.
—Alina.
—Señora —saludó ella, haciendo una reverencia insegura.
—Toma asiento. No estamos aquí para una reprimenda… aún no.
Alina obedeció. Las manos le temblaban ligeramente.
—La profesora Celmira me informó del incidente en Alquimia —comenzó Elaris, sin rodeos—. Me interesa lo que tú viste.
—No lo sé con certeza —dijo Alina—. El frasco de Syra... estaba contaminado. Se desvió hacia el mío. Intenté detenerlo, pero...
—¿Pero?
—Algo apareció. Algo… me protegió.
La directora la miró por un largo momento. Luego se levantó y caminó hasta una estantería de madera negra. Sacó un libro grueso, cubierto de símbolos brillantes.
—¿Sabes qué es esto?
—No.
—El bestiario de los Herederos. Solo criaturas vinculadas a sangre real aparecen en sus páginas.
Abrió el libro. Alina se inclinó, conteniendo el aliento. En una página ilustrada en tonos de plata y azul, una criatura de luz emergía entre líneas: una figura felina alada, hecha de pura energía.
—¿Es... eso lo que vi?
—No exactamente. Lo que viste fue una manifestación de vínculo protector, una forma primaria que toman los guardianes legendarios cuando su vínculo está incompleto... o bloqueado.
Alina palideció.
—¿Bloqueado?
Elaris la observó como si sus ojos pudieran ver más allá de su piel.
—Dime, Alina… ¿de dónde vienes?
—De un pueblo al sur… ni siquiera tiene nombre. Mi hermana me crió. Nunca fui especial.
—Eso es incorrecto. —La directora cerró el libro—. Despertaste la Casa Aetherion. Invocaste a Lunaris. Manifestaste un escudo protector sin ningún entrenamiento. ¿Y me dices que no eres especial?
Alina no supo qué decir.
—No eres solo una joven con suerte, Alina —prosiguió Elaris, ahora más suave—. Eres un eco. Un eco del linaje olvidado. Hay sangre antigua en ti. Lo sé porque yo fui una de las guardianas del trono de Lysoria. Y tú... tú llevas esa misma marca.
El corazón de Alina se detuvo por un segundo.
—¿El trono?
—Aetherion fue la casa de los reyes caídos. Y tú eres la primera en siglos que logra resonar con su artefacto. —Elaris se inclinó hacia ella—. Muchos pensarán que eso es una coincidencia. Yo no creo en coincidencias.
Un silencio se extendió entre ambas. Solo se escuchaba el crepitar del fuego.
—¿Y qué se supone que haga con esto? —susurró Alina—. No recuerdo nada. No tengo pruebas. Ni siquiera sé usar bien mi magia...
—Por eso estás aquí. Porque si alguien puede reclamar el legado de Aetherion, no será por sangre, sino por elección.
Alina se mordió el labio. Una parte de ella quería huir. Pero otra… otra se sentía como si por fin algo estuviera encajando.
—Entonces… ¿esto es real? ¿Todo?
—Más real de lo que imaginas —respondió Elaris, acercándose a ella con un pequeño objeto envuelto en tela.
Lo abrió.
Un broche con forma de luna creciente, de cristal puro, y en su centro, una chispa azul pulsante.
—Este broche fue de la reina Elira. Solo su heredera podía activarlo.
Alina lo miró, sin tocarlo.
—¿Y si no lo soy?
—Entonces no pasará nada.
Alina lo tomó.
Y la sala se llenó de una ráfaga de luz. Una corriente cálida le subió por el brazo, hasta alojarse en su pecho. Sus ojos brillaron, sin que ella lo deseara.
El broche flotó unos segundos… y luego se posó suavemente sobre su pecho.
Elaris sonrió, por primera vez.
—Bienvenida de nuevo, Heredera.