Academia Nebula Noctis I: Corona.

Capítulo 1: Suspiro Frustrado

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Suspiro frustrado

 

Caminé por un sendero de tierra, con piedras de colores que indicaban el camino hacia el lugar que jamás pensé tener que ver en mi vida. Los árboles a los lados, imponentes robres y alerces se esparcían hasta no poder ver en donde terminaban. Aunque, en mi travesía no iba sola, había muchas especies desde hadas hasta gigantes y creo que la mueca de disgusto se esparcía a todos por igual.                               

Una vez que comencé a ver el castillo, de piedras grises y mohosas, enorme, con ventanas largas de vidrios gruesos y toscos, algunas raíces de árboles y plantas creciendo sobre algunas torres y paredes, era bastante rústico. Para mí era un poco raro ver tantos árboles y cosas verdes, ya que en el submundo este tipo de cosas no crecían.

Antes de llegar a la entrada con un gran arco de metal y rejas abiertas, había una fila de todas las criaturas que antes de pasar hacia el gran castillo recibían un collar con una piedra gris, se le llamaba piedra “nebula”, tomaba el color dependiendo de cada especie y neutralizaba la magia junto con las formas físicas como la altura de los gigantes, las orejas de los Elfos o las alas de las Valquirias dejándonos a todos en condiciones iguales.

Me formé en la fila para entrar a la renombrada “Academia Nebula Noctis” o también apodada niebla nocturna. Se le llamaba así por su cualidad que una vez las rejas se cierran una niebla cubre todo el rededor actuando como una barrera, nada puede entrar ni salir a menos que la directora lo sepa.

Hablando de la directora ella era Minerva Lessin, la maga más reconocida e hija menor de los anteriores monarcas de las razas unidas Mago-Liche. Era muy poco común ver reinos juntarse por matrimonio como el hermano mayor de la directora que contrajo matrimonio con la hija primogénita de los monarcas de la raza Liche. Ellos son algo así como nigromantes, son magos que una vez murieron y volvieron a pararse entre lo vivos con magia mucho más poderosa y sobrepasando el nivel de la magia entre los vivos.

En la fila adelante de mí había una Valquiria, de alas doradas como su cabello amarrado en estrechas trenzas, estaba con los brazos cruzados y la armadura vikinga se lucía aun estando ella de espalda. Un suave aroma a cerezas llegó a mi nariz y ladeé ligeramente la cabeza para ver de quien se trataba, me tuve que aguantar la risa. Era un vampiro, pero no cualquiera, sus ojos verdes brillantes y el cabello claro delataban su herencia real, en más de una ocasión escuché de él, Ross Triana, el príncipe de la tierra de los Vampiros que estaba a punto de heredar un enorme imperio y sin hermanos menores o primos que lo quisieran destronar.

—No preocupes preciosa, todas me quieren ver, —dijo con tono demasiado seguro de sí mismo.

Y también tenía el ego de un príncipe que heredará un gran reino.

—Estaba mirando al centauro que está más atrás, he visto mejores, —le guiñé un ojo con una sonrisa triunfante.

Ross quedó con la boca abierta lista para responder algo en mí contra, pero era mi turno para recibir mi collar nebula.

Una sílfide con aspecto de mediana edad me sonrió dulcemente y me tendió el collar sobre su mano.

—Bienvenida a la Academia Nebula Noctis, princesa Elora, —dijo mientras tomaba en mis manos un collar con cadena negra no tan larga y una piedra gris que se volvió violeta junto con un color verde esmeralda a cada extremo en cuanto la toqué.

—Hola —saludé de vuelta con mera informalidad. La formalidad era de los seres de la superficie, no de los subterráneos y me puse el collar sobre el pecho.

Primero me produjo náuseas y luego una leve sensación de mareo. Con mis manos toqué mis ya no puntiagudas orejas, la visión casi perfecta disminuía y mi cuerpo no se sentía tan ágil y ligero. Más allá del leve mareo me sentía bien y no era nada traumático ni terrible tener mis habilidades adormecidas, aunque en cierto punto sabía que me harían falta.

Caminé suavemente sobre la hierba de la entrada y me dirigí hacia mi habitación. Por un costado del castillo había un puerta que llevaba hacia unas escaleras, por allí se podía subir hasta el segundo piso y siendo el ala este en donde estaban los cuartos de chicas. La habitación la tendría que compartir con tres chicas más, no especialmente sociable aunque la idea tampoco me desagradaba del todo.

Subí hasta el segundo piso con mi bolso de cuero negro en mi mano derecha en la cual llevaba mis armas y otro bolso en mi hombro izquierdo en donde llevaba mis pertenencias.

Me metí por el pasillo y comencé a mirar puerta por puerta en busca de mi apellido hasta que una pequeña placa de madera clara estaba pintado mi apellido con letra negra y cursiva: “Deacon” se podía leer junto el apellido “Farwell”, “Moon” y “Teros”, y no me sonaba ninguno de los apellidos.

Abrí la puerta y había una pequeña sala de estar con piso de piedras pulidas y muy bien puestas, paredes de las mismas piedras pero pintadas de color índigo bastante claro, con dos sillones azules medianos, una mesa de centro, dos plantas en las esquinas y una ventana justo en frente que iluminaba la habitación. En comparación al castillo rústico y casi aterrador de afuera, por dentro era bastante acogedor y moderno.




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