Cuando terminó la reunión, las luces se encendieron y la multitud empezó a levantarse, hablando, riéndose, compartiendo reacciones.
Yo agarré mi mochila sin mucha prisa, aún procesando lo que acababa de ver.
Arthur, el presidente. El mismo tipo con el que me había estrellado esa mañana. El que se burló. El que me guiñó. El que me sonrió como si supiera que ese momento me iba a volar la cabeza.
¿Cómo demonios no lo reconocí antes?
—No puedo creer que te hayas besado con Arthur —dijo Sonya mientras salíamos del auditorio y volvíamos hacia el edificio del aula.
Me miró con los ojos bien abiertos, como si yo fuera una leyenda urbana caminando a su lado.
Yo solté una carcajada corta, entre vergüenza y resignación.
—¡No fue un beso! Fue un accidente... un choque tonto. Un piquito por la caída. Fue... fue nada, literal —dije, agitando la mano para restarle importancia.
—Nada para ti, pero para nosotras fue histórico —respondió ella con cara de drama—. ¡Es Arthur! ¡El Arthur! ¡El presidente de la escuela! ¡El chico que todas miraron cuando subió al escenario!
Me reí con ganas ahora sí, por la forma en que lo dijo, toda exaltada, como si estuviera hablando de una celebridad.
—No tenía idea de que era el presidente, te lo juro. Pensé que era un tipo cualquiera, algo arrogante, pero normal. No sé… no tiene pinta de presidente.
—¿Estás bromeando? Ese hombre camina como si el campus fuera una pasarela y todos estuviéramos de espectadores.
Me tapé la boca para no reír tan fuerte. Ella no podía estar más acertada.
—¿Y tú estás así de enamorada de él o qué?
—¡Obvio que sí! —exclamó sin vergüenza—. Es mi crush. Desde que vi el grupo de presidentes en la página de la universidad, fue como: “este es mi tipo”. Inteligente, con estilo, y además… bueno, tú ya lo viste bien de cerca.
Le lancé una mirada burlona, con una sonrisa ladeada.
—Sí… lo vi bastante cerca. Demasiado, diría yo.
Ella se llevó una mano al pecho, como si hubiera recibido una puñalada de celos juguetones.
—¿De qué te ríes? —preguntó con cara de reproche fingido—. ¡De verdad es mi tipo!
La manera en que hizo el gesto, como niña enamorada, inclinando la cabeza hacia un lado y poniendo los ojos soñadores, fue lo que me mató de risa otra vez.
—Perdón, perdón —dije entre risas—. Es que parecías de esas chicas que sueñan con casarse con su profesor solo porque usa saco.
—¡Ay cállate! —dijo dándome un leve empujón con el hombro, divertida—. Pero hablando en serio, ¿tú no crees que sea un 10?
La miré con atención. Sonya hablaba con ilusión, pero también con esa ingenuidad de alguien que apenas está conociendo el terreno.
Y sí, Arthur tenía toda la pinta de un galán de revista, pero… yo ya había visto de cerca que no todo era sonrisa bonita.
—A ver —le dije, ya en tono más serio—. Mi pregunta es esta: ¿te gusta por su físico o por cómo es realmente? Porque muchas se fijan solo en lo que ven por fuera… y créeme, no siempre es lo que parece.
Ella frunció los labios, pensativa, aunque no tardó en responder.
—Ambas. Pero ¿y qué tiene que sea guapo? —dijo, alzando las cejas—. ¿A poco tú no saldrías con un chico guapo si también tiene buena actitud?
La miré de reojo, caminando con paso lento, mientras esquivábamos a otros alumnos que iban rumbo a sus clases. El aire afuera estaba fresco, y la brisa me despeinaba un poco, lo cual irónicamente me relajaba.
—No digo que esté mal que sea guapo —respondí con honestidad—. Solo digo que yo, en lo personal, me fijo más en la actitud. En cómo trata a los demás. En si se cree el centro del universo o no. Porque hay muchos con cara linda y corazón de piedra.
Sonya asintió lentamente, como si lo estuviera procesando.
—Tienes razón... las apariencias engañan. Pero aún así, maldita sea, qué guapo está —añadió con una risa baja, como si lo confesara entre suspiros.
—No te discuto eso. Pero créeme que tenerlo tan cerca no es tan romántico como parece. Me estresó más que otra cosa. Aunque... —me quedé pensando un segundo— tiene algo. Ese algo que molesta, pero al mismo tiempo atrapa.
—¡Exacto! —exclamó Sonya—. Es como si supiera que es un problema, pero aún así quisieras ver en qué acaba.
Sonreí de medio lado. Y aunque no quería admitirlo del todo, ella no estaba tan equivocada.
—Tú y yo vamos a llevarnos bien —le dije, dándole un golpecito suave en el brazo.
—Claro que sí, roomie de destino —respondió sonriendo.
Entramos al salón entre risas y comentarios tontos, y aunque la mayoría de los asientos estaban vacíos, noté que casi nadie se acercaba a la primera fila.
Yo caminé directo hacia ella, sin pensarlo dos veces, y dejé mi mochila al lado de la mesa del maestro. Me senté, acomodando mis cosas con calma.
Podía sentir algunas miradas rápidas desde el fondo del aula, como si estar tan cerca del maestro fuera cosa de otro planeta. No me molestaba… pero sí me parecía raro.
¿A la gente de verdad le daba miedo sentarse al frente?
Unos segundos después, escuché los pasos de Sonya acercándose. Me volteé un poco y la vi observando alrededor antes de fruncir el ceño.
—¿Por qué estás sola acá? —preguntó, con un tono curioso pero cálido.
Me encogí de hombros y sonreí un poco, sin darle demasiada importancia.
—Ah, es que quiero estar cerca del maestro para entregar rápido los trabajos. Y además, está justo la pantalla. Se ve clarísimo desde aquí.
—Hmm, tienes razón. Me voy a sentar contigo —dijo con decisión, dejando caer su mochila junto a la mía antes de acomodarse en la silla.
Sonreí sin disimulo. Me alegraba tener a alguien que se quedara conmigo sin poner excusas. Y más aún que no me mirara como si fuera rara por querer estar adelante.
—Por cierto —pregunté mientras ella sacaba una libreta—, ¿sabes cuántas materias hay en el semestre?
Sonya alzó la mirada, pensativa.
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Editado: 16.07.2025