Mi plan se fue a la basura. ¡Ah cierto, nunca tuve un plan!
—¿Verdaderamente ya perdiste el interés de saber cómo me siento? ¿Dónde quedó el hermano con delirios de proteger a sus más cercanos? —Enseriada alcé la voz para que él me escuchara dentro de la estructura donde almacenaba la mayor parte de su ropa—.
El silencio llegó por unos segundos para luego marcharse y dejar a tan majestuoso hombre sucumbir con su presencia al salir del ropero, optando por encontrar mi mirada.
—Ese chico aún no se ha dispuesto a irse. Es más, justo ahora te está protegiendo de un peligro muy grande —endureció la expresión y con un encogimiento de hombros se encajó la chaqueta.
De forma menos trivial dio a entender que siempre me protegería hasta de cosas que ni yo misma sabía. Pero esta vez era la excepción, puesto que sí sabía a qué se refería.
—Sabes muy bien que estamos juntos en esto, tanto como tú, Elías y yo necesitamos ser cuidadosos y mentir, mentir por nuestras vidas y negar cualquier cosa que nos pueda inculpar... —le aclare— no intentes cargar con todo el peso tú solo, recuerda que estamos juntos en ésto, deja que por primera vez yo me encargue de éste problema —le pedí con voz de mando y en total seriedad.
Los rosados labios de Asher se fruncieron al yo arrugar el ceño. Con un fructuoso aroma masculino que desprendía su chaqueta de cuero grisácea encima de los negros hilos de una camisa, un pantalón con rasgaduras cautelosas se filtraban súbitamente en las grandes piernas de aquel hombre frente a mí. Mientras mi mirada reposaba sobre la de mi hermano, el suspiro de negatividad que él soltó me hizo comprender muchas cosas; y entre ellas dos resaltaban con una oscura y lejana posibilidad de ser ciertas.
Liberarnos para siempre de los hombres que nos perseguían y, salir vivos del fiero deseo de justicia de los Cóleman.
—Lo siento, debo irme; prometo hablar de ésto más tarde —decidió marcharse tras dar una reluciente mirada azul.
Dentro de la habitación de mi hermano y bajo el escándalo de una tosca conversación, podías encontrarme en pijama pensando en infinitas ramificaciones de malas decisiones, que llevarían a la conclusión de tan prestigioso dicho: ojo por ojo y diente por diente.
Entonces así va la cosa: todo lo que tenía que encararle a mi hermano por guardar secretos que nos correspondían a los dos, se fue directo a la basura. Las icónicas respuestas que quería oír no tuvieron influencia culturísta dentro de nuestro palabreo. Y no, la verdad es que no podía quedarme de brazos cruzados, dejar el asunto de los desaparecidos golpes en mi piel a la deriva no era una opción.
Desenvolvería todo éste royo hasta que no le quedase más cuerda, descubriría qué pasó realmente luego de la tentadora "fiesta sorpresa" elaborada por los señores Hanson a como diera lugar.
«Pero, no me apoderaría del mundo sin antes haber ingerido nutrientes».
Me largué de ese lugar para ir directamente a mi cuarto y darme una ducha. Cuando entré a mi recámara todo estaba ordenado y oscuro, lo primero que hice fue abrir los telones que cubrían el ventanal, después de eso todo se vio iluminado de colores pastel.
La gama de colores que deleitaban las paredes de mi cuarto emanaban calma, al igual que la lámpara de hologramas de estrellas y lunas destellantes que no seguiría encendida por mucho, puesto que la desconecté después de sentir los rayos del sol tocar mis más sensibles sentidos.
Repisas de caoba, muebles y sillas de cuero, posters, artefactos electrónicos, estantes y cada una de los objetos quedaron expuestos al tenue reflector natural de la tierra.
Me quité la bata transparente junto con mi braga y medias al pasar al baño. Vi con fascinación la elegante tina de baño. Aunque claro, no buscaba relajarme con velas aromáticas dentro de la tina, buscaba más bien la forma de lavar mi cuerpo velozmente e ir a buscar a Elías para que me contase lo que él había visto. Y eso fue lo que hice.
Procedimiento: Entrar de un cuarto a otro.
Procedí a secar mi cabello para que dejase de gotear. Hidraté mi rostro con una crema especial. Unté desodorante en mis axilas como solía hacer siempre todas las mañanas después de cepillar mis dientes y mi cabello. Ya lista en el aseo total de mi cuerpo decidí salir del baño.
Con el rojizo cabello un poco húmedo y, envuelta una toalla en mi pálida tez, fui a vestirme dentro del ropero similar al de Asher, aquel donde se esparcía abundantemente desde mis más costosos vestidos de gala, hasta mi peor ropa casera.
Me coloqué una falda roja de porte alto con pliegues faralados luego de anticipar mi ropa interior, la cual combiné con un cinturón negro más una blusa campesina de la misma tonalidad que la falda pero un poco más oscura, me veía sencilla y muy elegante.
Aún recuerdo cuando Donniára compró aquel conjunto de ropa para mí en una tienda de Louis Vuitton.
Salí del área del ropero para verme en el espejo, y al verme tan impecable vistiendo ropa atractiva reí a carcajadas. No iba a una fiesta de graduación, iba a la mansión del al lado, donde se suponía que vivía Elías: mi vecino.
Bajé las escaleras de la mansión saliendo así del corredor donde quedaban todas las habitaciones.
En el salón principal de la mansión podías encontrar muebles de millones de dólares, jarrones tan antiguos como la reina Isabel, candelabros de la mejor y más innovadora estructura, y lo más majestuoso del salón principal, la gigantesca escultura de la diosa griega Atena.
La pertinaz lluvia había dejado su fresco rocío esparcido por todas y cada una de las bellas flores y árboles del jardín trasero y delantero, como si fuera su mayor deleite; podía darme cuenta de la empuñadura de las ventanas.
Mi estómago rugía como nunca antes, el ardor dentro de él cuestionaba mi migraña hasta que por momentos se unían y dirigían su cuestionamiento a mí.