Across - the mirror

Capítulo Tres

La carta

 

El viento silbaba al escurrirse entre los árboles y una fría corriente de aire se deslizó por su espalda desnuda como una caricia helada. Despertó en su cuarto en un estado semejante al de una resaca; con un fuerte dolor de cabeza, un zumbido en sus oídos y un inoportuno dolor en todo el cuerpo.

No estaba consciente de qué hora era, pero los rayos del sol se filtraban tímidamente entre sus cortinas impactando directamente en sus ojos. Aquella mañana, el ambiente era especialmente frio para la época.

Se incorporó con dificultad en la cama. Al principio se sintió desorientado, paseaba su mirada por la habitación algo confundido. No parecía haber nada fuera de lo común, hasta que sus ojos dieron con dos cosas que no estaban la noche anterior: una carta que reposaba sobre su escritorio y un conjunto de ropa que colgaba del respaldo de la silla.

Aparentemente, era la misma carta que había dejado el visitante la noche anterior. Estaba cerrada con un sello de cera que se le hacía muy familiar. Lentamente, tomó el sobre de bordes plateados y algo indeciso lo abrió.

En el interior había dos hojas de papel dobladas de forma independiente. Las miró superficialmente antes de disponerse a leerlas.

La primera era como una página arrancada de algún viejo libro. Una carta que, sin duda, no era para él. Tenía la marca de un escudo de armas cauterizado en la parte superior.

Encerrado en una especie de mapa decía;

Estimado Sr. Galahad

Las bestias que surge cada noche pueden atraparte y hundirte. Y lo que se ha hundido puede volver a surgir. Los monstruos esperan y sueñan en las profundidades de la oscuridad, y sobre las grandes ciudades flota la destrucción invisible para los ojos de los hombres.

Al leer el nombre de la persona que firmaba la carta su mano comenzó a temblar.

Kayle Dyne

Una imagen llegó a su mente y lo congeló. Una lluvia de extravagantes pensamientos chocaban en su mente, tratando de encontrar sentido. Poco a poco tomaban forma en un vago recuerdo.

Una sola pregunta marcaba su mente.

¿Qué había pasado la noche anterior?

Involuntariamente abrió su mano, dejando caer las cartas.  Sin pensarlo, se apresuró para ver por la ventana, pero no había nada ahí.

– ¿A caso todo eso enserio pasó o fue solo un sueño? – Se preguntaba a si mismo – No. Todo parecía tan…– se lo pensó un par de veces antes de decir la siguiente palabra – real – 

A pesar de las pequeñas lagunas mentales, tenía la sensación de haberlo vivido. Se volvió entonces a mirar su habitación. Desesperado indagaba todo a su alrededor buscando algún indicio, cualquier cosa que pudiera demostrar que aquel extraño recuerdo, realmente había sucedido.

– La carta – dijo y miró al suelo tratando de focalizar su atención nuevamente, pero ya no estaba. A pesar de todos sus esfuerzos no podía hallar el sobre por ninguna parte. Aunque fuera algo imposible, había desaparecido.

Mientras estaba tumbado en el suelo buscándola, su madre abrió la puerta del cuarto con un falso entusiasmo.

– Will, tenemos que hablar. Debes tener muchas preguntas.

Esas palabras evocaron un nuevo recuerdo en su mente, pero rápidamente su madre lo interrumpió

– Deja eso un momento y escúchame. Lo que hiciste anoche...

William suspiró resignado y se levantó del suelo. – Y… ¿qué hice? – se quedó muy quieto mirando a su madre.

Ella se acercó cuidadosamente dibujando una sonrisa de complicidad en su cara. Gentilmente tomó las manos del muchacho – Sé que no he podido estar para ti últimamente y, espero que lo comprendas cuando llegue el momento – el cargo de conciencia borró aquel tierno gesto de su rostro. Sus ojos color ámbar se llenaron de lágrimas – desde la muerte de tu padre.

– ¡Desaparición! – le corrigió el chico.

– Si… desaparición – reformuló.

Lentamente parecía perderse entre sus pensamientos. Balbuceaba cosas inentendibles. Divagaba por momentos con su mirada clavada en el piso. Las lágrimas corrían marcando una senda por sus mejillas.

Su expresión daba la sensación de decir… “adiós.”

No era la primera vez que veía este comportamiento errático en ella. Desde que desarrolló aquella extraña enfermedad hace algunos años, sus momentos de lucidez eran cada vez menos.

– ¿Mamá? – William la miró algo extrañado.

Tras unos minutos lloran, la mujer continuó. Levantó la cabeza y antes de fijar su mirada en él, se limpió las lágrimas.

– Creo que ya es hora de que te marches.

La forma de actuar de su madre siempre había sido muy extraña, pero esta vez algo era diferente, de alguna manera, su madre parecía ser otra persona.

 – Quiero decir …– tal vez la invadió algo de culpa por la forma en la que lo dijo y trató de remendarlo. – No querrás llegar tarde a tu primer día de clases.

 

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Se iniciaba un nuevo año lectivo en el instituto interno Gressenheller y en el aire, alrededor del instituto se sentía un inmenso remolino de risas, llantos, gestos, historias y emociones de parte de los estudiantes que iban llegando desde distintas partes del mundo.

En la azotea de uno de los edificios el muchacho veía como todos los estudiantes llegaban. Uno tras otro cruzaban el umbral. Metió las manos en el bolsillo de su chaqueta y sintió algo. La carta.

La releyó un par de veces, buscando algo. Estaba seguro de que ocultaba una respuesta. Mantuvo la hoja de papel un momento entre sus manos y luego la levantó a contra luz. La sombra de unos garabatos se dibujaba en la parte posterior. Los observó un momento tratando de descifrarlo sin éxito.

De repente, el conocido sonido de aquella vieja puerta abriéndose a sus espaldas llamó su atención y guardó rápidamente la carta en su bolsillo.




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