EVOLET
No debió excederse.
De verdad, tuvo que haberse abstenido para no ponerlo en ridículo, pero en su defensa no era lo que conjeturó que ocurriría desde que pisó esas tierras desconocidas.
Solo cuando accedió a irse con él, pese a que opciones no es que tuviese, jamás se imaginó que aquello podría ser un detonante para que le hablara de una forma tan hiriente.
No siendo las palabras las que le afectaron, más bien la fuente de la que provenían.
Puesto que, toda su vida estuvo rodeada de actitudes despectivas. No obstante, al ser la primera vez que le hablaba de esa manera, es que supo que había llegado a su límite.
Es que, ni siquiera cuando lo embaucó de una forma tan vil la despreció de esa manera tan contundente.
Porque para él nunca había querido parecer fea, pese a que tenía consciencia que lo era.
Pero, resultaba mucho pedir cuando el creador tenía algo en su contra.
Seguramente fue ese día en el que se rio, porque su abuela se cayó al lago del parque que visitaban con asiduidad.
En su defensa, no pudo evitar reír mientras la ayudaba, y para eso tuvo su castigo pues de igual manera fue a dar al lago, dejándola una semana en cama gracias al fuerte catarro.
Suspiró con centésima vez tras esos dos días transcurridos después de la cena, riendo sin poder evitarlo al no poder quitarse de la cabeza el semblante de su abuela.
No solo parecía una pasa, si no que con las ropas mojadas se veía como una en descomposición.
Se estiró al apenas haber acabado de despertar, no pudiendo controlar sus movimientos torpes cuando una de sus piernas se engarrotó debido a un calambre.
—¡Ay! —gimió a la par que se caía de la gran cama con dosel enredada en las sábanas.
Sin poderse distinguir en donde empezaba siquiera Evolet del perpetuo Socorro Wrigth, y el edredón de los infiernos.
» Y yo que tenía ganas de darle al cuerpo liberación —se quejó, mientras sobaba su pierna sin percatarse que la puerta fue abierta, y era observada de lo lejos —. Con suerte no me he hecho encima —se frotaba con ahincó la parte trasera del hueso que tenía por pierna, intentando no pensar en demasía en el pequeño dolor que tenía en el abdomen bajo a causa de no querer levantarse por la pereza de tener que abandonar la cama calientita.
¿Qué decía?
Si era miedosa desde que tenía memoria.
Siendo su primera pesadilla recurrente, esa que decían llamar llorona.
» ¿Dónde están mis hijos? —empezó a chillar mientras cesaba el dolor.
No teniendo nada que ver con el momento, pero necesitaba una distracción mental.
Le urgía.
Todo saliéndole de maravilla, hasta que…
—Deberías preguntárselo a mi hermano, quizás ese si halle respuesta a eso que te agobia —ay, no —. Existen unos métodos muy placenteros, que sirven como solución a todos esos inconvenientes que te aquejan.
—¡Ali! —se quejó una nueva voz, haciendo que volviera a gemir de forma estrangulada por el susto, y el agobio de tener público presente.
—¡Ay no! —así era su mala suerte.
Sentía como de a poco su ropa se iba mojando del líquido, que no pudo contener su intimidad por más tiempo.
—¿Te caíste de la cama? —esa niña tenía las preguntas más ridículas e inoportunas, haciendo que su lengua no pudiese quedarse quieta, pese al dolor agónico que aun experimentaba en su pierna.
—Suelo envolverme en las sábanas, y tirarme de la cama para comenzar con el pie derecho. Teniendo mejor efecto, cuando me hago en la ropa como muestra de adoración divina al Dios de la torpeza —su hilarante respuesta causó un profundo silencio, que tan solo duró un par de segundos porque estallaron las carcajadas.
Ella era una entretención, un punto de burlas que no le afectaban.
Hasta le hizo olvidar el dolor, contagiándola, haciendo que su ronquido de puerquito saliera a relucir, avivando más lo que debería ser un bochornoso momento.
Pero, eso no fue todo, porque mientras estaba en el proceso de deshacerse de las sábanas teniendo la complicación de la risa se le salió un gas, que retumbo como si hubiese sido la detonación de un artefacto de fuego.
» Y ese fue el culmen de la demostración de los atributos de la perfecta dama americana —era ella tratando de reírse de sus torpezas.
Ese que solita se hundía.
Tanto, que necesitó de ayuda extra para poder liberarse de su cárcel de sabanas.
Topándose de lleno con un rostro pecoso atractivo, y un par de zafiros como ojos que la escrutaban con la diversión patente, del que no solo se está riendo por fuera si no por dentro de cada desgracia que protagonizaba en su presencia.
En todo caso, en la de cada ser viviente.
—¿Siempre eres así de divertida? —la interrogó mientras la ayudaba a ponerse en pie, escaneándola mientras se quedaba viendo la parte en específico que se hallaba mojada, haciendo que se ruborizase.
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Editado: 20.05.2023