EVOLET
El centro de Londres no era lo que había esperado.
Todo era tan elegante, que cuando salió del carruaje casi se le cae la mandíbula de la impresión por lo que le hizo sentir.
Los ojos se le iluminaron.
Las mariposas en el estómago aparecieron al sentirse en un cuento, como esos que su madre le contaba de pequeña antes de que el embarazo de Emily se complicara, y lo único que recordara de ella fuesen breves momentos de sufrimiento que cesaron el día que le dio a luz.
Y pudo haber sentido odio por su hermana al haberle quitado a la persona más importante de su vida, pero su progenitora antes de partir le explicó que era un ser tan indefenso que necesitaba amor, y que debía cuidarla si no podía hacerlo por ella.
Era tan pequeña, pero aun recordaba ese acontecimiento a tal punto de dolerle la boca del estómago, al apreciar que no fue lo suficientemente buena para que su hermana no la culpara por cada cosa que le ocurría.
Suspiró con pesadez cuando la mano de Aine la jaló dentro de la tienda de modas más afamada de Inglaterra.
Y eso sí que le supuso el verdadero paraíso.
Jadeó, así como lo hacía cuando probaba su postre predilecto a hurtadillas de su abuelita, pero aquello era maximizado, porque se apreciaba en el completo paraíso.
Solo oler las telas le pareció la degustación más exquisita que tuvo el honor de presenciar.
La variedad de colores.
Los vestidos exhibidos.
Los múltiples guantes, las plumas, los sombreros.
El trajín.
Las costureras atendiendo a todas las niñitas, con sus madres estiradas reluciendo el dinero y abolengo.
Pero, lo más fascinante de todo eran los bocetos que había hallado en una de las largas mesas que se posicionaban al fondo, teniendo desperdigadas todo tipo de papiros y telas que contrastaban de forma exquisita.
Todo lo admiró con la boca abierta, y los ojos brillosos ignorando por completo las miradas despectivas, a la par de las de ternura que le dedicaba Catalina y Aine.
Solo tenía ojos para el sitio, y la que seguramente era Madame Curie e iba saliendo tras una cortina erguida con un vestido de corte francés exquisito.
Su color de cabello de un rubísimo puro con tintes canosos, unas leves arrugas acentuadas en su rostro maduro al estar seguramente surcando la cuarentena, de ojos sabedores color aceituna que sonreían, pese a su mueca estoica.
De cuerpo curvilíneo sin rayar en la gordura.
Es que, era tan sencilla a la par que imponía y eso de alguna manera le fascinó aún más.
—¡Lady Beaumont! —reverenció haciendo a un lado a las damitas que se arremolinaban a su alrededor para llegar a la nombrada, que sin floritura también le dio alcance y dándose dos besos se saludaron como si fueran amigas de toda la vida —. Se ha extrañado por estos lares —rio en respuesta su suegra.
—Es que no había tenido a quien guiar por el buen camino del matrimonio prospero.
—Por si no lo recuerdas madre, Evo ya está casada con hermano —soltó Aine en tono fastidiado cruzándose de brazos, al no hacerle ni pizca de gracia tanto derroche de pomposidad.
En especial cuando escuchó los comentarios tan despectivos hacia la castaña, no bajándola de extranjera oportunista, que seguramente se hizo a su hermano con trucos sucios de por medio.
Que no eran del todo mentira, pero a ellos no tenían por qué importarles los motivos.
No era la vida de ellos.
Definitivamente solo pisando el lugar estaba segura de que no gozaría de esos placeres de la vida, pese a que la mirada se le desvió hacia un vestido del mismo color de sus ojos, que le provocó que un suspiro se le atragantara entre pecho y espalda.
—Deja que disfrute de mi nueva hija, chiquilla insolente —le dijo a su verdadero retoño en tono de reprimenda por cortarla de esa manera —. Quiero que tenga todo lo que se merece al pertenecer a esta familia —¿Qué? —. Si ella me lo permite, claro está —soltó con determinación haciéndola pestañear a duras penas con lo dicho.
Le estaba diciendo que la consideraba como una hija, y que era parte de la familia de una manera tan vehemente.
Como nunca se lo había dicho su abuelita Guillermina.
¿Qué pasa en este lugar que no me están mirando como si fuese un bicho raro?
Y no lo decía por esas desconocidas que cuchicheaban a sus costillas, era por el hecho de los individuos con los que compartía.
¿Es que no notan lo desastrosa que soy?
En todo caso, no tuvo tiempo de reflexionar demasiado al respecto, porque la voz de la francesa la trajo de regreso al presente, haciendo que carraspease para poder responder a su pregunta directa.
—¿Quién eres beauté [1]«Preciosura»? —cuestionó llegando hasta ella, haciendo que pestañease con presteza.
—La… la hija de mi suegra —la francesa carcajeó en respuesta mirándola con aire maternal, consiguiendo que tragara grueso, y de paso haciéndole ver sin palabras su error —. Soy E… Evolet —¿Porque no podía conectar dos palabras coherentes?
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Editado: 20.05.2023