Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

XXIV

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El frio le estaba calando en los huesos.

El abrigo con el que cubría su cuerpo no era suficiente, los dedos los tenía entumecidos a falta de guantes, la nariz roja y había estornudado un par de veces.

Normal, teniendo en cuenta que apenas estaba amaneciendo y al no poder dormir decidió deambular por el castillo, terminando en los adorados jardines de su madre.

Llegando a acariciar y hasta arrancar una de las rosas para después de sentarse en uno de los bancos de mármol y comenzar a deshojarla, teniendo en mente solo una palabra.

Esa que la noche anterior le caló tan hondo que le robó el sueño, no precisamente por la palabra en sí, si no por la persona de la que venía.

Por un momento creyó, que tal vez podían actuar de manera diferente.

Intentarlo.

Dejar atrás los rencores.

Escucharla como se negó a hacerlo en su momento, pero lo volvió a destruir con esa llana palabra tan insignificante a la par de conclusiva.

Era un idiota que no veía más allá de sus narices cuando se trataba de ella.

Sin dejar de pensar en lo vivido, y no porque quisiera que todo fuese como en un inicio; si no porque de verdad, por primera vez se imaginó un futuro al lado de alguien y Evolet simplemente, sin ningún remordimiento pisoteaba sus ilusiones como si fuesen un pedazo de estiércol.

Bufó exasperando al no podérsela sacar de la cabeza, mientras destrozaba lo que quedaba de la rosa azul sin importar que las espinas se clavasen en la palma de su mano, solo siseando mientras veía como se coloreaba el suelo de gotas carmesí.

—Eres un maldito desastre, y siempre me arrastras contigo —gruñó con los ojos rojos, intentando no volver a ser el imbécil de horas atrás, pero era tan difícil cuando le estaba calando cada segundo más hondo, y no podía refrenar el sentimiento.

Cuanto deseaba dejar de apreciarla bajo la piel, recorriéndole por las venas.

—¿Te levantaste con el pie izquierdo? —una voz y presencia que no esperaba lo hizo respingar —. Aunque lo más correcto es decir que fue una noche de mierda, porque no pudiste pegar el ojo en toda la noche —intentó erguirse para saludarle cuando se recompuso, pero el individuo que lo abordó desestimó la muestra de respeto y se sentó a su lado, apreciando el panorama que estaba plagado de la neblina invernal combinada con la matinal.

—¿Cuándo ha llegado, padre? —preguntó ni bien pudo recuperar la voz, y no verse como un chiquillo en busca de los brazos de su progenitor para sentirse más validado por la humanidad.

—Ayer antes de que vosotros arribaran de su velada —estaba tan perdido en sus pensamientos que no lo notó.

Asintió sin opinar nada al respecto, puesto que, lo que menos deseaba era tener unas palabras con el hombre que lo leía como nadie, pese a que claramente no se podría librar de aquello.

» Dejar de pensar, a veces resulta contraproducente —de eso hablaba, porque así no dijera nada el dejaba fluir lo que tenía dentro, pues no era su estilo callar eso que tenía entre pecho y espalda, cuando ser directo era su personalidad nata —. No todo se puede dejar al corazón, cuando este no oye, ni ve, ni entiende —rio sin gracia cuando le dijo aquello.

Las personas eran discordantes.

Su padre era fiel prueba de aquello.

—Fue el primero en recalcarme que la razón me alejaba del verdadero amor —espetó en voz baja, tratando de contener la rabia —. Ahora le pido que no me venga a intentar confundir, cuando por primera vez estoy haciendo lo que me indica, dejando de lado todo en lo que creía —fue el turno del demonio pelirrojo reír sin gracia.

—¿Por primera vez? —cayó en cuenta de su error, o en todo caso de lo que desde hace mucho tiempo entendió, pero no había manifestado en voz alta.

Ángeles fue una ilusión, eso que se hizo un reto tener cuando se le negó algo por primera vez.

Le dolió, y le costó lo suficiente superarlo y hasta entender que solo fue una etapa.

Regresándolo al inicio, con un corazón vacío que ni cuando creyó querer a Freya pudo llenar.

Porque deseo nunca fue sinónimo de que el corazón le latiese de manera irregular, y que su mente formara mundos alternos en donde ella fuese la protagonista de todos.

Una familia con su rostro plasmado en el cuerpo de su mujer, y unos hijos que eran su mayor adoración.

Volviendo a su mente la castaña.

La única que lo había hecho imaginar una vida de esa manera, cuando ni a sus hermanos soportaba.

 —No suelo ser un buen ejemplo al respecto —volvió a sacarlo de sus elucubraciones —, pero si puedo decirte, en base a mi experiencia, que lo estás haciendo todo mal —entrecerró los ojos.

¿Acaso madre y el…?

Esa historia no se la habían contado.

A decir verdad, siempre asumió, que ante la muestra del gran amor que se tenían era suficiente para entender que siempre estuvieron de alguna manera inmunes a los obstáculos.




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