"Me gusta la idea de que cada persona tiene un alma de color. Algunos encuentran su inspiración y reflejo en la naturaleza, y otros en los colores. A veces puede superar tanto que termina formando parte de su vida, transformando su espacio e incluso su forma de comer". Esa es mi frase favorita, alguna vez dicha por mi abuelo.
De hecho, dejó de ser una frase en el momento en que nos sucedió como familia. Si bien para mamá y papá continúa como una simple frase, como parte de una casualidad, mis hermanos y yo fuimos adoptando un color respectivo cada uno a medida que crecíamos. Este efecto se puede apreciar en gran parte de nuestra ropa.
Que no se malinterprete. Sí utilizamos variedad de prendas y colores, pero la mayoría tiene un toque del color que nos representa.
No necesité escribir más. Tan solo firmé la primera hoja y cerré el diario.
—¿Qué te tiene tan concentrada? —Una dulce voz femenina se oye detrás de mí.
—Quise estrenar el diario que nos dio mamá— una sonrisa se dibuja en mi rostro.
—¿Ah sí? ¿y qué escribiste? —pregunta Sam mientras termina su peinado (una coleta) frente al pequeño espejo de pared que está ubicado cerca de la puerta.
—Luego lo averiguas, ya debemos irnos. —An toma su mochila y se retira del dormitorio.
—¡Cuidado! —advierte Bas mientras le arroja su mochila a Al, quien la atrapa en la puerta del baño.
—Qué bueno que avisas.
—Lo siento, Sam.
Nos ordenamos para bajar las escaleras. En parejas. El olor a pan tostado y el sonar de la cafetera nos condujo directo a la cocina.
—¡Buenos días, chicos!
—Buenos días! —respondemos casi a ritmo de un coro.
—Oye, papá ¿llegó alguna carta importante?
—Siento decir que no, hija, pero seguro llegará pronto.
—Cielos, Uxía. Estas más ansiosa que yo —dice Al mientras se prepara un sándwich.
—Lo sé, pero quiero saber si fueron aceptados.
—Si estuvimos a la altura esa carta llegará, así que no te preocupes. —Al toca la punta de mi nariz con su dedo índice derecho.
Como una de sus costumbres, mamá y papá nos llevaron hasta la escuela una vez dimos la señal de estar listos.
No hay mucho que decir de las primeras horas. Nada interesante, salvo uno que otro compañero deseándonos suerte tras enterarse de la novedad familiar.
—¡Oye, Uxía! —grita una chica de largo cabello ondulado color castaño mientras se acerca. Ya al estar a mi lado, continúa. —¿Es cierto que Gabin y Alvar postularon a Viitor?
—Sí, es cierto, aunque aún no han recibido una carta de respuesta.
—¡Qué emocionante! Ambos son muy talentosos. Espero la reciban muy pronto.
—Gracias por tus palabras, Kam. También espero lo mismo.
—Si ellos llegan a ser aceptados ¿se irán todos?
—No lo sé...no había pensado en eso.
—Sea la decisión que tomen, les deseo mucha suerte—Kam posa su mano derecha sobre uno de mis hombros y esboza una sonrisa antes de retirarse.
Gracias a la curiosa pregunta de Kam, el resto de la jornada no he hecho más que pensar en eso. En realidad, no teníamos un plan si llegaban a ser aceptados, aunque está claro que no es cualquier oportunidad que se puede rechazar o posponer.
—¡Ahí estás!
—Bas, ¿Qué sucede?
—Papá llamó, dijo que nos recogería en diez minutos.
— Oh Claro, vamos.
Al estar con la mente perdida, no me había percatado de que estaba parada en el patio de la escuela. Apresuramos el paso hasta llegar a la entrada principal. A un costado de la puerta se encuentran los demás.
El auto de papá se distingue fácilmente: una camioneta blanca de doble cabina, con la zona trasera techada, y a un costado del vehículo, el logo del negocio.
—Me alegra que estén todos— dice papá apenas bajar. Sonríe antes de continuar— Vengan. Cora nos está esperando.
—¿Dónde está mamá? —pregunta An desde el lado derecho del asiento trasero.
—"Las manos de Ju".
"Las manos de Ju" fue la respuesta que nos hizo notar algo interesante. Es el restaurante al que vamos cuando hay una noticia o anuncio importante.
Un hombre de traje nos recibe en la entrada y papá se encarga de especificarle que ya nos esperan. El hombre no hace más que pedir que lo sigamos hacia la mesa correspondiente.
—Por aquí —dice el hombre con una sonrisa antes de retirarse.
—Gracias.
—Hola, familia —mamá se levanta de su asiento y sacude su mano para saludarnos.
Una mesa para ocho personas junto a un ventanal que muestra la bella imagen del río Cores, famoso río dividido por colores, los cuales se cruzan en diferentes puntos, pero jamás se mezclan, y que rodea toda la ciudad.
A los pocos minutos llega a nuestra mesa el mismo hombre que nos guio hasta ella. Nos turnamos para ordenar, partiendo por mamá y papá. Una vez llegó el último plato a la mesa, comenzaron las expresiones de atención por parte de mis hermanos, esperando la razón de tal comida especial.
—Y ¿Cuál es la novedad? —pregunta Bas después de dar un bocado a su plato.
—Primero disfrutemos de la comida, y antes del postre hablaremos—papá cierra su frase con una amplia sonrisa.
Claramente esa respuesta no nos dejó tan tranquilos como esperábamos, de hecho, fue difícil el comer y tragar sin algunos atragantarse debido a los nervios. Mamá deja a un lado su plato al notar el evidente miedo en nuestros rostros.
—Cariño, ¿por qué no decirlo ahora? Ya casi terminan.
—¿Quieres hacer el honor? —cruzan sus miradas mientras sonríen antes de que mamá voltee hacia nosotros.
—Bueno, más que una novedad es algo que ocurrió esta mañana. —nuestros ojos se fijan en ella mientras toma su bolso. Saca un pequeño manojo de cartas y lo coloca sobre la mesa antes de continuar. — Al recoger el correo hubo una confusión, pues revisé las primeras cartas y al ser cuentas decidí tomarlas todas y no revisar el resto. Al llegar al trabajo, tomé unos minutos de descanso para revisar y pagar las cuentas pendientes, y en eso —hace una breve pausa mientras saca una carta ubicada en el medio del manojo —encontré esto.