Acuarela

Pintando impresiones

—Con cuidado.

Basttian, parado frente a la puerta, les indica a los señores cómo entrar con el fin de no golpear o dañar los muebles, ni las paredes del departamento. Gabin, con un block en mano, señala la posición de cada mueble en el interior. Alvar mueve sillas y muebles de mediano tamaño.

Esta semana no ha sido más que compras y desempaques. Gabin había reservado las camas y roperos desde antes de venir, y hoy nos trajeron los últimos muebles (la mesita de centro, un par de libreros y algunas cajas).

Tomé la última caja, oculta entre el cerro de cajas ubicado a un costado de la puerta. No es pesada.

Pude ver como Sam tomaba la más pesada. Su equilibrio no fue el mejor, pues una de las esquinas de la caja toca un par que estaban apiladas, provocando que las tres caigan haciendo un estrepitoso ruido. Afortunadamente no se escuchó ninguna vasija o cristal roto. Sam también cae.

Pasos extras se escuchan de pronto en el pasillo. Moví la caja que cargaba un par de centímetros a la izquierda para dar vistazo a un alto joven de cabello castaño claro cubierto con una gorra negra, unos extravagantes ojos cian, vistiendo chaqueta y pantalones de mezclilla, una camiseta blanca debajo de la chaqueta y zapatillas blancas.

El chico se agacha y toma la caja que Sam traía antes del pequeño incidente.

—¿Estás bien?

Su voz tenor no es molesta, de hecho, queda bien con su apariencia.

—S-sí, gracias —responde Sam con una voz entre nerviosa y avergonzada.

—Déjame ayudarte —Dijo lo último a la vez que se colocaba de pie, apretando la caja con uno de sus brazos, mientras que, con el otro, extiende su mano y sostiene una de las manos de Sam para ayudarla a levantarse.

El amable chico no quedó satisfecho con sólo esa acción, pues se encargó de vaciar el cerro de cajas y colocarlas donde se le indicara dentro del departamento. Al dejar la última se despide y sale para terminar perdiéndose en el fondo del pasillo.

Después de un par de horas, terminamos de ordenar el departamento. Ya está completo y su imagen es mucho mejor. Su aire es tan similar a una de esas fotografías que están en las revistas para el hogar.

Tocan la puerta. An, quien estaba sentada en la punta del sofá más cercana a la puerta, se levanta para abrirla.

—Carim.

—Buenas tardes. Disculpe que haya venido sin avisar, pero acaban de dejar este paquete en conserjería, y, como tenía unos minutos libres, quise entregárselos en persona.

—Gracias. Pasa.

An se hace a un lado, permitiéndole la entrada.

Carim posa suavemente el paquete que trae consigo sobre la mesita de centro. Una caja forrada de papel metálico, con las letras “VS” impresas sobre este, adornado elegantemente con una cinta beige en la parte superior.

—Esto estaba junto la cinta —dice Carim, mostrando una nota.

Alvar recibe la nota, también color beige; está claro cuáles son los colores de Viitor.

Una vez leída la nota, Alvar se posiciona detrás del paquete. Sujeta una de las puntas de la cinta beige con su pulgar e índice, y en un delicado movimiento la suelta, cayendo a un costado del paquete, para luego, tirar, con la misma delicadeza, las cintas adhesivas que rodean la parte superior del paquete, con el fin de no dañar el papel.

Este es uno de esos momentos donde me siento en un sueño que cada segundo me presenta maravillas y no pretende acabarse ni dejar que despierte.

Dentro del paquete están nuestros uniformes. Perfectamente ubicados uno sobre otro, colocados dentro de una bolsa plástica para conservar sus impecables telas. Faldas, pantalones y chaquetas de tela de cuadros escoceses color beige y camisas blancas. Cada bolsa trae su respetiva talla. Alvar reparte las bolsas. Se asoma nuevamente y saca una nota del fondo del paquete.

—Es una indicación sobre los zapatos. “Se aceptan solo los colores blanco y café, pero nada exagerado ni extravagante”. —Alvar dobla cuidadosamente la nota y la deja sobre la mesita—Eso es todo.

—Wow. Viitor School. Que orgullo —se escucha la voz de Carim, emocionado. —Muchas felicidades. A pesar de las oportunidades, no es tan fácil entrar a una escuela así.

—Sí. Somos afortunados.

Carim esboza una tierna sonrisa, y acto seguido ojea el reloj que trae en su mano derecha. Abre la boca repentinamente como si recordara algo.

—Debo dejarlos, tengo que ir a la recepción a recibir un encargo. Nos vemos.

Dicho lo último salió disparado por la puerta.

Un repentino silencio incómodo cubrió el entorno, acompañado de miradas curiosas y algunas cejas arqueadas. El sonar de una banda sonora de jazz rompió el silencio. An saca su teléfono de uno de sus bolsillos.

—Es papá. Quiere hacer una videollamada.

Rápidamente nos apegamos a la vez que An presiona el botón verde de su teléfono.

—¡Hola, chicos! —contesta con una gran sonrisa y voz alegre. Viste una bata blanca y de fondo se puede ver parte de su oficina.



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En el texto hay: adolescentes, novela juvenil, amor

Editado: 30.07.2021

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