La idea colectiva acerca de unirse a un club resultó ser un hecho, y bastante bueno. Quienes lo hicimos fuimos bien recibidos, y con actividades desde el día uno. Fue tal que ya tengo en mis manos el guion a aprender para la próxima audición. La temática aún no es clara, pues el encargado no ha dicho más que “aprender los diálogos para elegir a los protagonistas”. Por otro lado, el circulo social de cada uno se amplió, en un buen sentido.
El tiempo gusta de acelerarse cuando se trata de momentos importantes. Sentada en uno de los asientos de la fila del centro, espero a que termine el último chico en presentar sus diálogos. Sus expresiones encajan perfectamente con sus frases, y ni hablar de su coordinados movimientos.
—Bien —el encargado ojea su carpeta. —Eso es todo por hoy, gracias a todos. Pronto se sabrá quienes fueron los elegidos.
El regreso fue solitario. Los demás tuvieron que quedarse por reuniones o favores de último minuto; el día está agradable, perfecto para dar un paseo y volver a encontrarme con los paisajes casi olvidados, pues, desde que llegamos, no me he dado un espacio para salir o hacer otra cosa que no sea estar en casa y la escuela.
Las calles traseras al edificio representan otra postal. En el medio se encuentra un amplio parque con el más vivo verde, brillante por el húmedo césped, caminos de tierra adornados de flores diversas, y en las alturas árboles, en su mayoría de cerezo, que le dan el toque final a su lindeza. Al extremo izquierdo frente a la calle que rodea el parque, se halla un segundo complejo de departamentos, pero, a diferencia del nuestro, este es más pequeño. Al otro lado, cuatro tiendas, pegadas entre sí, todas con fachadas coloridas. De la última tienda, la cual es una panadería, sale una señora mayor con bolsa y canasto en mano. Pude ver como en un pequeño descuido su canasto cayó al suelo, tirando parte de los productos. Apresuré el paso para cruzar la calle con la intención de ayudarla, pero la llegada de otro cuerpo me detuvo en el cruce. Un cuerpo masculino, alto, ropa sencilla y una gorra. Desde mi distancia se puede escuchar, aunque poco, la conversación.
—Muchas gracias, joven.
—No hay de qué señora —responde el chico. —¿se lastimó?
—No, querido. Estoy bien —añade la señora.
El chico se levanta tras recoger el canasto, ya con todos los productos dentro.
La señora, tras un intercambio de palabras, señala el complejo que está en la esquina cerca del parque. Al cambiarse de lado pude verlo por unos segundos, pero los suficientes para identificarlo. Es Joel, quien camina cargando las compras de la señora, con el fin de llevarla hasta su casa. Un gesto de ternura se forma en mi rostro.
La escena quedó grabada en mí. La actitud servicial se ve que es propia de él.
Recorrí tres calles antes de decidir regresar. Queda un cruce antes de llegar al edificio. La repentina aparición de dos personas llamó mi parte curiosa. De lejos solo puedo distinguir tonos de cabello, por lo que opto por acercarme más. Dos pasos adelante fueron suficientes. Pau y Basttian, apegados uno al otro, platicando y compartiendo risas. Esperé algunos segundos tras verlos entrar.
Dos de mis hermanos habían llegado. Basttian, sentado en el sofá grande y con celular en mano, mantiene una sutil sonrisa.
Parecían compinches. Amigos tan cercanos que bien encajan entre ellos mismos.
Nos citaron después del almuerzo en el club de teatro. Ya están decididos los roles y temática.
Al final serán seis protagonistas y algunos secundarios. Estoy incluida en el último grupo. No es malo, pues me alegra participar.
—Bien, ahora que ya están los papeles, queda la sorpresa.
Nuestras rostros expresaron confusión ante la palabra “sorpresa”.
—Si se dieron cuenta, en el guion no hay muchos detalles respecto a la temática de la obra, pues eso es porque era una sorpresa para cuando ya se eligieran los roles —se pasea entre nosotros, observándonos —la sorpresa es un musical, pero no cualquier musical. Es una obra especial creada entre clubes —algunos semblantes se tensaron y otros se relajaron, incluyendo el mío —Tendremos la participación del club de música para la composición musical y al club de arte para escenografía.
La idea suena bastante divertida.
El encargado reúne a los principales, a mí y otro secundario en el escenario, detrás del telón.
—Un detalle importante es que no solo deben saber los diálogos. Deben cantar —les dice a los seis protagonistas.
Una risita salió de mi boca.
—Tú también, Sam.
La risita desapareció.
—¿Qué? ¿yo?
—Sí. Fuiste elegida como la secundaria más importante. Eres quien cerrará la obra con la canción final. Felicidades —palmea mi hombro con su mano izquierda.
No supe qué responder. Incluso cuando los ojos de los demás se posaron en mí esperando una respuesta, no la hubo. Y pensar que apenas ayer hicimos las audiciones, sin saber desde cuando estaba pensado el proyecto. Y no, no es que moleste el hecho de que sea un musical, me encantan, el problema es que yo no sé cantar.
—Bueno, mientras Sam regresa de sus pensamientos recibamos a los miembros de los otros clubes.