Acuerdo de matrimonio ❃ Hyunin

♡ :  CAPÍTULO XVIII

 

[HYUNJIN]

Estaba sentado en un taburete de la encimera, dando buena cuenta de mi tercera taza de café, cuando él bajó la escalera el domingo por la mañana. Se preparó una taza. Yo todavía no había intentado usar la cafetera desde que apareció un día, la semana anterior, de modo que se las tuvo que apañar solo. Me percataba de sus miraditas de reojo mientras esperaba a que la Keurig obrara su magia.

— ¿Qué pasa? —suspiré.

—Me quedé dormido.

—Estabas agotado.

—Me he despertado en mi cama. Sin el traje.

Lo miré con una ceja enarcada.

—Tengo entendido que es costumbre que el esposo lleve al novio en brazos al cruzar el umbral de su casa y que le quite el traje cuando se casan.

Un intenso rubor le cubrió las mejillas, resaltando sus delicados pómulos.

Sonreí y meneé la cabeza.

—Me ayudaste a quitarlo, Jeongin. Luego te volviste a quedar dormido, te arropé y salí del dormitorio. Creí que estarías incómodo con el traje puesto.

—Oh.

Se sentó a mi lado y bebió un sorbo de café antes de fijarse en el paquete envuelto que había en la encimera.

— ¿Qué es?

Deslicé el paquete hacia él.

—Un regalo.

— ¿Para mí?

—Sí.

Descubrí que era un ansioso, nada de despegar la cinta adhesiva y quitar con cuidado el envoltorio.

Agarró una esquina y le dio un tirón con la alegría de un niño la mañana de Navidad. Me arrancó una sonrisa. Miró la caja.

— ¿Qué? —Sonreí con sorna al ver su confusión.

—Es una sartén para gofres.

—Dijiste que querías una y te he comprado una. Como regalo de bodas. —Solté una risilla. —No conseguí meter una mesa en una bolsa de regalo, así que supongo que vas a tener que escogerla tú.

Me miró a los ojos.

—El regalo que quería solo cuesta una mínima parte de tu tiempo.

En eso se equivocaba. Sabía lo que quería, lo que yo había prometido para conseguir que se casara conmigo.

—No vas a dejar pasar el tema, ¿Verdad?

—No. Tú conoces mi historia. Yo quiero conocer la tuya. —Levantó el mentón con gesto terco. —Me lo prometiste.

Dejé la taza de café en la encimera con más fuerza de la necesaria.

—De acuerdo.

Me levanté del taburete, tenso y agitado. Me acerqué a la ventana y observé la ciudad, miré las siluetas, pequeñas y distantes… tal como quería que fueran esos recuerdos.

Sin embargo, Jeongin quería sacarlos a relucir.

—Mi padre era un mujeriego. Rico, malcriado, un bastardo. —Solté una carcajada y me volví para fulminarlo con la mirada. —De tal palo, tal astilla.

Jeongin se trasladó al sofá, se sentó y guardó silencio. Me volví de nuevo hacia la ventana, ya que no quería tener contacto visual.

—Apostaba fuerte, viajaba mucho y básicamente hacía lo que le daba la gana, hasta que mi abuelo se lo echó en cara. Le dijo que madurase y amenazó con cortarle el grifo del dinero.

—Ay, Dios. —Murmuró él.

—Mi madre y él se casaron poco después.

—En fin, tu abuelo debió de alegrarse mucho.

—No demasiado. Porque poco cambió. Pasaron a ir de fiesta juntos, seguían viajando y seguían gastando el dinero a espuertas. —Me alejé de la ventana y me senté en el diván, delante de él. —Estaba furioso y les planteó un ultimátum: si al cabo de un año no tenía un nieto al que acunar en el regazo, no les daría más dinero. También amenazó con cambiar su testamento, con desheredar a mi padre por completo.

—Tu abuelo parece un poco tirano.

—A mí me viene de casta.

Puso los ojos en blanco y me hizo un gesto para que continuase.

—Así que nací yo.

—Evidentemente.

Lo miré a los ojos.

—No fui fruto del amor, Jeongin. Fui fruto de la avaricia. No me querían. Nunca me quisieron.

— ¿Tus padres no te querían?

—No.

—Hyunjin…

Levanté una mano.

—Me pasé toda la infancia, toda mi vida, oyendo que era un estorbo… para los dos. Que solo me habían tenido para asegurarse el flujo de dinero. Me criaron niñeras y tutores, y en cuanto tuve la edad suficiente, me mandaron a un internado.

Empezó a morderse el interior del carrillo, pero no dijo una sola palabra.

—Me enseñaron que en la vida solo puedes contar contigo mismo. Ni siquiera cuando estaba en casa durante las vacaciones era bien recibido. —Me incliné hacia delante y me aferré las rodillas. —Lo intenté. Intenté con todas mis fuerzas que me quisieran. Era obediente. Sacaba notas excelentes. Hice todo lo que pude para que se fijaran en mí. No conseguí nada. Los regalos que hacía para el Día de la Madre o el Día del Padre acabaron todos en la basura. Al igual que mis dibujos. No recuerdo besos de buenas noches ni abrazos, ni que alguno de ellos me leyera un cuento antes de dormir. No hubo compasión cuando me lastimaba las rodillas o tenía un mal día. Mi cumpleaños se celebraba con un sobre lleno de dinero. La Navidad, tres cuartos de lo mismo. —Una lágrima resbaló por la mejilla de Jeongin, y verlo me sorprendió. —Aprendí pronto que el amor no era un sentimiento que me interesase. Me debilitaba. Así que dejé de intentarlo.

—¿No hubo nadie? —Susurró.

—Una sola persona. Una cuidadora cuando tenía unos seis años. Se llamaba Yim, pero yo la llamaba Nana. Era mayor, amable y distinta conmigo. Me leía, hablaba y jugaba conmigo, prestaba atención a mis tonterías infantiles. Me dijo que me quería. Se enfrentó a mis padres e intentó que me prestasen más atención. Duró más que la mayoría, razón por la cual su recuerdo es más nítido que el de las demás. Pero se marchó. Todos lo hacían. —Solté el aire. —Creo que mis padres creyeron que me estaba malcriando, así que la despidieron. La oí discutir con mi madre acerca de lo aislado que me tenían y de que merecía algo mejor. Desperté un par de días después con la cara de una niñera nueva.



#3365 en Novela romántica

En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 28.07.2023

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