Cada grado escolar se encuentra en el mismo edificio, totalmente público, por el bien del pueblo. Educación estandarizada para personas diferentes, es el cliché de toda región, pero no tengo opción nunca la he tenido, nadie la ha tenido.
—Ada, me fui rápido el otro día, mi padre tenía prisa —saluda mi mejor amiga.
—Tranquila Clara, siempre tenemos más tiempo para vernos —tomo un respiro para contarle— conocí a Moshé un…
—¡Moshé! —grita mientras se detiene.
—No grites —Le digo mientras miro que nadie escuchara.
—Lo siento —susurra y me jala junto a los casilleros— Moshé es el primo de Valentín.
Me pongo pálida, se da cuenta y le sale una risita.
—Mi amiga siempre perdida en sus pensamientos —contesta— ¿recuerdas cuando te dije que sería parte del comité del anuario? —Asiento— ¿recuerdas que te dije que entrarás conmigo, pero odias tanto la escuela que no quisiste pasar ningún momento más aquí y preferiste ir a tu casa y odiarla desde lejos?
—Bien, pues el comité y yo comenzamos a revisar antiguos anuarios para saber que estilo darle a este, en una caja estaban los de la propiedad de la escuela y en otros lo que exalumnos dejaron o regresaron o yo que se…
—Habla rápido —digo exaltada.
—Tranquila —me mira con burla y recita con burla— uno de ellos en el apartado de las dedicatorias decía: Moshé eres un grano en el culo, dolor de cabeza y la peor influencia, atentamente tu único y queridísimo primo Valentín.
La campana suena y yo sigo pasmada, el todo de piel y lo rubio que son debió darme una idea, pero como saberlo si uno parece el niño bueno y otro el malo.
—Vamos a clase y después me cuentas del tal Moshé —me guía hacia el salón.
El viento golpea mi cara y se mete debajo de mi falda, necesita un respiro del edificio.
—Bien estoy lista —se sienta debajo del árbol frente a mí.
—Cunado te fuiste de la iglesia vi a Valentín con Priscilla así que enojada salía al patio trasero a patear piedras y maldecir —explica bajo la atenta mirada— cuando de repente alguien me regaña y me doy cuenta que no estaba sola. Me pregunta si la misa se había terminado y se presenta, le dije mi nombre y eso.
—¿Y eso? —interroga— cuéntame todo.
—Bueno antes de entrar a misa sentí que algo me impulsaba a mirar hacia un costado y lo vi mirándome, recargado en su moto, y después en el patio sentí esa misma energía.
—Uy, una atracción.
—Si, bueno eso creó, pero no como con Valentín sino más fuerte no tanto de romance.
—Vaya en ese caso me alegra haberme ido —la miro con una sonrisa culpable.
—Ni siquiera se que hace aquí, digo nunca lo había visto, parece que se fue y acaba de regresar.
—Pronto lo sabremos, bien sabes que el pueblo es pequeño y los rumores van rápido.
El receso termina y tenemos que volver a clases, pero yo no puedo dejar de pensar como alguien que logro salir de este lugar decidió regresar.
Paso una semana y no volví a ver a Moshé, los rumores no sé hicieron esperar, en la escuela e incluso en mi casa donde mi padre dijo que el mecánico tenía un nuevo trabajador, uno joven, no dijo su nombre, pero no pude evitar pensar en Moshé y su gusto por las motos.
En la escuela se decía que el chico malo, el único que ha sido expulsado de la escuela desde que se fundó, había regresado, Moshé, nadie sabía con certeza que había hecho, cualquier cosa se decía, desde una broma pesada al profesor hasta meterse en una riña callejera; la única que sabía que había hablado con ese forastero era Clara.
—Paso una semana y no nos vimos, creí que no te volvería a ver —su voz su colonia, su sonrisa.
—Es un pueblo pequeño era cuestión de tiempo —dije sonriéndole también.
Un tiempo que forcé. Mi padre dijo que tenía que pagarle al mecánico, pero como no tenía mucho tiempo por el trabajo se lo pidió a mi abuelo y yo como una nieta buena que soy me ofrecí a traerlo para que no tuviera que salir y cansarse; solo fue para comprobar mi teoría de que Moshé trabaja aquí, comprobado. Tenía que darle un empujoncito al destino.
—¿Qué necesitas, conduces algún auto? —dice limpiándose las manos de grasa con su trapo.
—Mi padre me mando a pagar una reparación con tú jefe, según parece —contesto sin dejar de mirarlo a detalle, es más guapo que Valentín.
—Siempre me han gustado los autos, por eso entre a trabajar un rato mientras estoy aquí.
—¿Te vas a ir? —ay no, mi sonrisa se borro y sueno desilusionada, ay tonta.
—Si claro que sí, pero falta un rato —me mira con una sonrisa y yo me sonrojo.
—Ada, ¿cómo estas y tu padre? —me saluda Germán el mecánico, amigo del mi padre.
—Hola estoy bien gracias, el no vino, me pidió que le trajera el dinero que le debía, porque no ha tenido tiempo de venir el personalmente.
—Tú padre siempre cumplido, ya le dije que no hay ningún problema, que pagué cuando pueda para eso son los amigos —contesta recibiendo el dinero y guardándolo.