Adela.

Treinta y dos: Todo a su tiempo.

    Oliver y yo habíamos terminado el trabajo del día, ahora nos dirigíamos a su auto para pasar la tarde en su departamento.

Solo que en el camino nos topamos a Romina que iba acompañada con un señor que nunca había visto por aquí, ella se nos acercó muy amigablemente como siempre.

—Hola, chicos. Oliver, ¿recuerdas al señor Montés?

—Oh claro, ¿cómo ha estado?—se dieron la mano.

—Perfectamente, vine a impartir unos cursos con los de recursos humanos.

—Me alegro—Romina le sonrió y al parecer se acordó de mi presencia—. Por cierto, ella es Adela, una excelente fotógrafa de aquí y él es el señor Montés, daba cursos sobre innovación empresarial en mi antiguo trabajo y al parecer ahora aquí también.

—Mucho gusto—le sonreí y él también a mí.

—Me encantaría ver tu trabajo algún día, tengo una hija que quiere dedicarse a la fotografía también. ¿Ella será la que tomé las fotos en su boda?

Ambos se tensaron y esta vez sí habló Oliver.

—En realidad ya no somos pareja, desde hace varios años.

—Oh, de verdad no sabía. Es una lástima, hubieran sido un matrimonio muy bonito—el señor sonrió con nostalgia.

Oliver no supo qué decir nuevamente pero Romina sí.

—Las cosas pasan por algo.

—Supongo que todo a su debido tiempo, tal vez algún día puedan volver a estar juntos ahora que viven en la misma ciudad.

—No lo creo—ambos dijeron al mismo tiempo y se sonrieron.

Suficiente convivencia por hoy.

—Los tengo que dejar, voy a trabajar—sonreí falsamente—. Mucho gusto señor Montés.

Me despedí y me fui casi corriendo.

No quería seguir ahí con ellos ni verlos, pero Oliver sabía que no tenía trabajo pendiente y antes de que pudiera esconderme me alcanzó.

— ¿Acaso intentas huir de nuestros planes?—me sonrió aunque era obvio que los dos estábamos tensos.

—La verdad es que sí.

Él suspiró y luego me llevó a una sala de juntas que ahora estaba vacía.

—Ade—tomó mi rostro—, es un conocido de hace muchos años, obviamente opina de lo que solamente vio. Romina y yo no volveremos a estar juntos.

—No puedo evitar sentirme insegura por ella—miré al piso—. Es la prometida que cualquiera quisiera y yo ni siquiera puedo decir que somos novios.

—Admito que es molesto que esto sea de alguna manera un secreto, pero no por eso voy a dejarte, no cuando eres la única a la que quiero.

Volteé a verlo, me hace muy bien escuchar esas palabras.

— ¿Me quieres?

—Lo hago.

En ese momento se me desbloqueó un recuerdo de cuando me embriagué, yo ya le había dicho que lo quería y me había quedado profundamente dormida, no había escuchado si hubo alguna respuesta pero al parecer ahora sí.

—Ya te lo había dicho yo, ¿verdad?

—Así es, y también me llamaste mi amor—me sonrió.

—En mi defensa, diré que no recuerdo esa parte.

—No importa, con que uno de los dos lo recuerde es suficiente—cortó el espacio entre ambos—, amor.

Me había perdido mirando sus ojos, siempre me ha fascinado ese marrón intenso que parece negro, también me fascina pasar mis manos por ese cabello desordenado, todo en Oliver me gusta de verdad, es algo que no había sentido antes y asusta un poco también.

Lo tomé del cuello de la camisa y lo besé, inmediatamente él me correspondió. Me tomó de la cintura y me ayudo a sentarme en la mesa para él poder quedar entre mis piernas. Llevó sus manos a mis muslos y comenzó a ascender.

— ¿Crees que esto sea apropiado para estar en el trabajo?—pregunté separándome.

—No—sonrió y se volvió a acercar para repartir besos en mi mandíbula.

Llevé mis manos hacia su cabello y me hice a la orilla de la mesa para pegar mis caderas contra la de él, regresó su atención a mi boca y nos volvimos a besar.

No era un beso inocente pero tampoco estábamos pasando el límite, solo disfrutábamos del momento antes de tener que volver a salir de aquí.

Solo que se rompió el momento en el instante que la puerta se abrió.

Al parecer a ninguno de los dos se nos ocurrió colocar el pestillo y peor aún, ninguno de los dos fue lo bastante rápido como para apartarse.

—Con que aquí estaban—Adrián sonrió y juro que mi alma se fue al piso—. Estábamos buscándolos para ir a comer algo, pero creo que ya empezaron...

Oliver se separó de mí y yo bajé apenada de la mesa. No sabía que cara poner o que decir, Bruno nos miraba con un tono acusador y Adrián parecía un poco divertido. Al menos Ernesto no estaba aquí para hacer comentarios más burlescos.

— ¿Qué tú no tienes novio?—Bruno preguntó y me quedé callada, estaba decidiendo entre decir por fin la verdad o huir de la escena—. Por Dios, ¡es el primo de él!



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En el texto hay: humor, comediaromantica,

Editado: 24.01.2024

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