Erick tomó sus manos y las entrelazó, transmitiéndola calma.
—Respira profundo, todo va a estar bien.
—¿Si me rechaza? —preguntó preocupada—. Tal vez no quiera verme.
—Estoy seguro que quiere verte tanto como el esfuerzo que puso Cristopher de encontrarte.
Cristopher salió de la habitación donde se encontraba su padre—. Puedes entrar, si él no sale primero a buscarte—bromeó él para aligerar la atención—. Está igual de nervioso que tú.
Entró a la habitación, cohibida. El anciano se hallaba de espaldas, encorvado y afincándose de un bastón, tembloroso.
—No soy capaz de darte la cara, hija mía. Estoy muy avergonzado—dijo con la voz temblorosa.
Adele se acercó a él, lo tomó del hombro y lo encaró.
—Creo que ya se ha autocastigado lo suficiente—el hombre entreabrió sus ojos al verla, pasmado, acarició su rostro y sonrió al ver la sonrisa de ella.
— Tienes la sonrisa de tu madre. Y sólo por eso sé que eres mi hija, eso y por los hermosos ojos que me recuerdan a mi madre...
La puerta se abrió y tanto Erick como Cristopher se levantaron. Lord Hannover salió con su bastón con el brazo enganchado al de Adele que sonreía complacida. Ambos hombres sonrieron al verlos.
—Lord Beaumont—dijo el aciano con voz grave. El conde hizo una reverencia.
—Suegro.
—Aún no soy tu suegro, deja de decir tonterías—Cristopher tapó su boca para que no vieran su sonrisa divertida en tanto Adele no lo disimuló y rio, haciendo que su padre la mirara encantado al igual que el conde. Gruñó al ver como el conde la veía y este volvió a hacerle una reverencia—. Acompáñenos a dar un paseo.
—¿Dónde irán? —inquirió Cristopher.
—No es tu problema, deja de ser tan metiche. Deberías estar atendiendo a tu prometida.
—No deberías pasear por las afueras del castillo, viejo testarudo. Es peligroso.
—¿Ahora los pájaros les tiran a las armas? Ocúpate de tus asuntos. Apresúrese, Lord Beaumont. No hay tiempo.
—Sí, milord.
—¿No le importa que yo lleve del brazo a mi hija? Usted la ha tenido más que yo y la tendrá otro largo tiempo, creo que debo aprovechar mientras pueda.
—No tengo ningún problema, milord—el anciano le sonrió.
—Puede que físicamente te parezcas a tu padre, pero es lo único que te ata a él—Erick se conmocionó por su comentario y luego le sonrió en agradecimiento a lo que aquello significaba.
Miró a Adele y esta también le sonrió. En su cabeza, sólo podía pensar en lo mucho que la amaba, en lo feliz que estaba y a todo lo que estaba dispuesto por ella.
Cinco horas después, volvían al castillo en completa discreción, Lord Rochester estaba agotado, en todo el camino no se había separado de Adele y tampoco había dejado de escucharla, como siempre, ella se apoderaba de la conversación con sus charlas y él se mostró maravillado y preocupado en partes iguales por sus viajes por el mundo. Cuando llegaron se negó a separarse e insistió que lo acompañara a su dormitorio, así lo hizo hasta que el hombre fue vencido por el sueño.
—Bari y yo iremos a buscar a los refuerzos de los que te habló—expuso Erick al verla, la abrazó con todas sus fuerzas, no queriendo soltarla, ella le correspondió con el mismo sentimiento—. Por Dios, Adele ¿Tienes idea de lo mucho que te amo? No soportaría perderte y de ser por mí ya te hubiese llevado lejos de aquí.
—Lo sé, pero debo proteger a los que amo, sé que lo comprendes y agradezco lo que haces, Erick—se apartó de ella y le dio un beso, tan intenso como el resto, estaba llorando y ella también lo estaba haciendo—. Estaré bien, lo estaremos. Ve tranquilo—le sonrió y besó su frente.
—No me digas que me amas ahora, hazlo cuando vuelva ¿bien? Quiero que me digas lo mucho como me amas cuando vuelva—ella asintió, sin dejar de llorar—. Ya debo irme.
—Sí—reunió toda su voluntad para soltarla e irse.
Adele tapó su boca para no llorar, esperando que todo el plan resultara para que ella pudiese decirle lo mucho que lo amaba. Caminó hasta el salón que conectaba a las habitaciones subterráneas y se encontró con Ivy, meciendo a la pequeña bebé y paseándola por todo el salón sin dejar de cantarle. Ivy la miró y le sonrió.
—Una anciana acaba de verme espantada. Como si nunca hubiese visto a una mujer usando una daga como juguete de distracción.
—¡Ivy!
—Tranquila, estaba enfundada, no entiendo por qué el escándalo—dijo meciendo a la niña y haciéndole pucheros. Adele la miró, conmovida, Ivy la vio extrañada—¿Qué ocurre?
—Nada, nada. Sólo que es una imagen muy bonita. Te queda bien el papel de madre. Siempre te has ocupado de nosotras, incluso fingiste ser más pequeña cuando ingresaste al convento para que no te separarán de Jasmine y protegerla. Siempre estás protegiéndonos.
Ivy sonrió—. Eso es porque las amo. No sé dónde estaría de no ser por ustedes. Siempre voy a protegerlas, aunque me cueste la vida—sintió un terrible nudo en la garganta. Sacudió sus manos y se acercó para tomar a la niña.
—Deja de decir tonterías—le reprendió—. No te ocurrirá nada.
Úrsula llegó agitada al pasillo. Había estado corriendo.
—Jasmine comienza a despertar, he venido deprisa para avisarles.
Se apresuraron y corrieron por el pasillo de habitaciones subterráneas. Abrieron la puerta y sonrieron al ver al Jasmine recompuesta.
—¡Jasmine! —Úrsula se aproximó a ella y la abrazó, luego le dio un manotazo en el hombro—¡¿CÓMO PUDISTE?!—gritó enojada y se derrumbó junto con ellas— ¡¿Quieres matarme?!
—Lo siento, Úrsulita—dijo con voz débil.
—¡Mas te vale que lo sientas y no lo vuelvas a hacer o te buscaré en el infierno y te daré tu paliza! —dijo entre llantos y balbuceos.
Endureció su rostro, pero el de Ivy se descompuso al imaginarse lo que pudo haber pasado. No dijo nada y se acercó para abrazarla. Jasmine respiró profundo y la apartó, hiriéndola por su gesto.
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Editado: 02.11.2020