MAXINE.
Siempre he odiado estudiar. De hecho, creo que ni siquiera me he tomado en serio esto de la graduación, las universidades, y el futuro... pensar en el futuro no es una de mis cosas preferidas. En su lugar, prefiero dedicarme a vivir el presente tanto como pueda.
Lotty Gilbert ha sido mi estudiante guía asignada, y aunque no hace más que lucir presuntuosa, y mostrarse amable conmigo, no puedo evitar pensar que algo no anda del todo bien en la vida de esta chica.
—Y este es el gimnasio. No suele haber nadie en otras horas así que supongo que podría ser un buen refugio para escapar de... —se queda callada mientras sus ojos se posan sobre mí. Una sonrisa algo premeditada surca sus labios.
Solo alzo una ceja, y le dedico una sonrisa falsa.
—¿Escapar de las preguntas de mierda de los demás? —termino de decir por ella.
La rubia entrecierra los ojos porque claramente no esperaba que continuase el tema. Ruedo los ojos en mi interior, y me esmero en hacer notar mi indiferencia.
—A la mierda sus preguntas. ¿Qué? ¿Desde cuándo me he vuelto el centro de atención de este maldito pueblo? —lanzo, un poco consciente de que he sonado algo furiosa.
Ella sacude la cabeza.
—No quise decir eso... solo que todos están un poco sorprendidos por tu... llegada —se encoge de hombros, y juguetea con su coleta—. No iba con mala intención, Collins. —se excusa.
Tuerzo el gesto, y avanzo unos cuantos pasos hasta que nuestros cuerpos se hallan demasiado cerca. Noto el nerviosismo que surca su mirada, y eso solo me hace querer sonreír.
—No me llames por mi apellido, Gilbert. Solo dime Max.
Me alejo un poco, y la pobre chica empieza a respirar devuelta. Lotty asiente, y puedo notar el esfuerzo que hace su garganta en deglutir.
—Anotado, Max. —musita, y vuelve a sonreír, esta vez algo tensa.
Seguimos con el recorrido por el instituto, y por la mierda, es enorme. Dudo poder memorizarme tantos lugares, pasillos, y reglas en tan poco tiempo. Trato de repetirme en mi cabeza que solo tendré que soportar un año más, y podré largarme al mismísimo abismo, si eso es posible.
Pronto, el estruendoso sonido de la campana resuena haciendo retumbar mi propia cabeza. Enseguida, un maremoto de estudiantes escapa de las aulas como vacas furiosas. Nos encontramos en medio del corredor en el que se encuentra mi casillero, pues mi querida y entusiasta estudiante guía ha decidido que debe ser el último lugar en enseñarme.
—¡Y aquí está! ¡Justo al lado del mío! —sonríe como si fuese una pesadilla, y luego inhala hondo. Sus grandes ojos azules se clavan sobre el suelo, y evita mi mirada.
—¿Si quieres puedo pedirle a la directora que te cambie de casillero? —pregunto, mientras introduzco una nueva combinación, y lucho con la perilla para abrirlo.
Ella niega, y le atiza un golpecito al candado. La puerta abre de inmediato.
—No me molesta que estés al lado mío, Max. —dice. Suena sincera, pero creer en las palabras de las personas es algo que no he podido aprender a hacer—. Este es el casillero de Mickey Janssen. —señala el casillero contiguo al mío.
Parpadeo, y me llevo el labio inferior entre los dientes.
Um... ese es un dato interesante. Gracias, rubia.
—¿Te acuerdas de él? —cuestiona.
Debo apretar mis dedos alrededor de mi cadena para no reírme en su cara. ¿Qué si lo recuerdo? Por su culpa pasé todos estos años en un convento de mierda.
¿Cómo podría olvidarme de alguien que causó todo eso?
Sonrío. —No mucho, la verdad.
Ella junta sus manos, y asiente.
—Bueno, te lo presento en el almuerzo. ¿Te parece?
—¡Genial!
Lotty sonríe, y hunde un hombro.
—Genial. ¿Nos vemos al rato? —hace un ademán para marcharse, y simplemente asiento.
Me quedo guardando mis libros –los cuales no metí en mi mochila esta mañana, y aparecieron por arte de magia negra–, y me percato de lo extraño que se me hace estar en una escuela de verdad. En el convento iba a clases rodeada de chicas que me lanzaban ligeras miraditas insinuantes, como si tuviese al demonio adentro.
No entendía qué mierda estaba mal con esas chicas. Todas echándoselas de santurronas, pero cada vez que Justin iba de visita podía ver los ríos alcalinos que brotaban de sus bragas.
Y como si nombrarle en medio de mis pensamientos alterase las leyes de la naturaleza, Justin se acerca a saludarme. Miro sus bonitos ojos grises escaneando la expresión en mi rostro, y luego su sonrisa de galán de cuarta.
—No me sonrías de esa manera. Ya sabes que conmigo esas cosillas no funcionan —presiono sus mejillas con mis manos.
Justin ríe.
—Sí, la única inmune a mis encantos. —me dedica una sonrisa—. ¿Cómo has estado? Por lo que veo has sobrevivido más tiempo de lo que imaginé sin hacer ningún escándalo o mentarle la madre a alguien. —menciona.