Adicción Irresistible ©

4|Macho Alfa.

MAXINE

 

MAXINE.

 

Son las cuatro de la tarde cuando arribamos frente a la casa de los amigos de Kevin. Bueno, muy viejos amigos, en realidad. Justin no para de lanzarme miraditas aterrorizadas como si hubiese perdido la cabeza, pues hacerle entrar a este barrio de la muerte hasta a mí me causa mala espina. Sin embargo, solía acompañar a Kevin cuando era niña.

Kevin es mi hermano mayor, y preferido. Solía pelearse en exceso con mi otro hermano, el del medio, Kay; por lo que algunas veces me traía consigo a visitar a sus "amigos".

Ahora que lo pienso, era un poco descuidado de su parte traer a una niña a un lugar tan nefasto.

Justin se encarga de asegurar que su auto esté bien cerrado, y me acompaña al aparcamiento atestado de vehículos usados. Nos dirigimos a la entrada, y aporreo el tabique con mis nudillos.

—Sigo pensando que ha sido una mala idea venir. —Justin solo se dedica a examinar nuestro entorno con una mueca de desagrado en sus labios.

Ladeo una mueca, y hundo un hombro, restándole importancia.

—No seas gallina. Mis amigos no muerden —vuelvo a aporrear el tabique, esta vez más fuerte.

Justin rueda los ojos.

—Ellos no son tus amigos. Son unos... —se acalla, de pronto. En parte agradezco su silencio.

Sin embargo, no me cuesta trabajo descubrir que se ha quedado sin palabras al avistar al enorme simio de cabeza afeitada, tatuajes y perforaciones que se dirige hacia nosotros. Sus labios se encuentran en una delgada línea.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunta. Su voz es ronca, y gruesa. Demasiado macho alfa.

—Yo soy Maxine Collins, y él es mi amigo, Justin —nos presento.

El macarra alza una ceja, y estira la comisura de sus labios lentamente.

—¿Maxine Collins? ¿Hermana de Kevin Collins? —pregunta, y asiento dedicándole una sonrisa de labios cerrados. Enseguida, el macho alfa atiza un golpe bruto en el tabique haciendo resonar las paredes del lugar—. ¡Niña, has crecido muchísimo! Aún te recuerdo luciendo como la versión maléfica de Rapunzel.

Suelto una carcajada, y niego con la cabeza. Justin permanece tenso a mi lado. Trato de no concentrarme en él, y sus especulaciones acerca del lugar.

—¿En qué puedo ayudarte, Max? —inquiere el macarra.

—Yo necesito una motocicleta... —explico,

Sin embargo, tan pronto las palabras abandonan mis labios, Justin ahoga un jadeo.

—¿Qué? ¿Una motocicleta? —me mira como si me hubiese vuelto loca—. No puedes escoger una motocicleta. Es demasiado riesgoso para una chica... —alude.

Tomo su comentario como si me hubiese contado el chiste más gracioso del universo. Oh, por favor, señores. Estamos en pleno siglo XXI, y si me da la jodida gana de salir con mis tetas al aire a la calle, puedo hacerlo.

—Me parece que estás siendo un poco machista. —digo, sin apartar mi mirada de sus profundos ojos grises.

Él menea la cabeza, y exhala un prolongado suspiro.

—Solo me preocupo por ti. —confiesa.

Sonrío, de manera tranquilízate. Le tomo por los hombros, y presiono.

—No debes preocuparte por mí. No lo necesito.

Justin asiente con lentitud, y el macarra no demora en guiarnos hacia el interminable aparcamiento atestado de vehículos usados, y motocicletas. Me lo pensaría dos veces en comprarme una motocicleta nueva, sobre todo, porque cuando era una niña y venía con Kevin, me solía gustar una motocicleta de lujo.

La busco, ansiosa. Sintiendo mi estomago brincar de la emoción. Siempre me he inclinado por esta clase de cosas, incluso cuando a mi edad las chicas solo quieren un novio rico con una Jeep. Yo solo quiero una motocicleta. Empiezo a dudar de mi feminidad.

Pronto, arribamos a la sección de motocicletas. Mis ojos repasan encima de cada una de las bellezas delante de nosotros, y se detienen encima de una Harley Davidson 883 de color negra. Sus neumáticos y los detalles cromados me hacen babear como una niña frente a un dulce nuevo.

Justin menea la cabeza,

—¡Me la llevo! —exclamo, decidida.

El macarra sonríe enseñándonos sus dientes de oro, y volvemos a la taquilla para firmar los papeles, y buscar la llave.

Minutos más tarde, nos encontramos afuera del aparcamiento. La motocicleta frente a nosotros.

—¿De verdad sabes cómo manejar una motocicleta? —inquiere, Justin a mi lado. Por lo que puedo notar ahora está mucho más tranquilo.

Se me es imposible no recordar a Lucas. Él era un chico que cuidaba el convento algunas noches. Sobre todo los viernes, y tenía una motocicleta. Nunca perdí la oportunidad para suplicarle que me enseñase a escondidas de las monjas. Y en parte, supongo que su ayuda se debía también a factores de atracción intima.

Nunca tuve nada serio con él, sin embargo.

Demasiado engreído.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.